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Tragedia en Avellaneda: Anatomía de la violencia en el fútbol
Foto: Agencia Uno

Tragedia en Avellaneda: Anatomía de la violencia en el fútbol

Por: Gabriel Urzúa | 23.08.2025
El objetivo final debe ser transitar hacia una cultura del encuentro, donde la rivalidad sea una pasión que una, no un odio que destruya. En este sentido, el mundo académico debe aportar conocimiento comprendiendo al fútbol como un fenómeno social complejo que es mucho más que un deporte: es más bien el reflejo de la sociedad contemporánea.

El miércoles 20 de agosto de 2025, el partido de vuelta de los octavos de final de la Copa Sudamericana entre Independiente de Avellaneda y Universidad de Chile fue cancelado de manera abrupta, pero no por un marcador o una jugada, sino por un estallido de violencia que avergüenza al fútbol.

El episodio, que comenzó con una provocación de una minoría de hinchas visitantes que lanzaron objetos contundentes e incluso partes de los baños, derivó en una respuesta de una brutalidad inusitada: barristas de Independiente irrumpieron en la tribuna visitante, desatando una cacería que incluyó golpes con palos y armas blancas, desnudez forzada y el momento más crítico de todos: un hincha que cayó al vacío desde gran altura.

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Más allá de la condena inmediata, que es necesaria pero insuficiente, este evento exige una disección profunda. ¿Por qué estalla semejante nivel de violencia? La respuesta no yace en un solo factor, sino en una constelación de fallos que convergen de manera trágica.

En primer lugar, es imperativo entender a las barras bravas no solo como grupos que animan a sus equipos, sino como actores sociales que construyen una identidad colectiva basada en la oposición y el conflicto.

Su razón de ser simbólica se nutre del enfrentamiento con el "otro", legitimando y amplificando la violencia como el mecanismo para reafirmar un territorio -tanto físico como identitario- que se percibe constantemente amenazado. Este es el sustrato cultural, el combustible siempre presente.

Sin embargo, el combustible necesita una chispa y, sobre todo, la ausencia de un cortafuegos. Aquí es donde se articula la segunda causa: la impunidad estructural. Esta no es abstracta; se materializa en fallas concretas: un control de acceso deficiente, una presencia policial insuficiente y reactiva (cuando no complaciente), y protocolos de seguridad obsoletos para eventos de alto riesgo.

La planificación del operativo fue, a todas luces, un fracaso. Esta ausencia de contención institucional crea un nicho donde la barbarie puede desatarse con la certeza de que no habrá freno inmediato. La sensación de que "todo está permitido" es el permiso que los violentos esperan.

Por lo tanto, atribuir la responsabilidad únicamente a "los violentos" es un análisis pobre y simplista. La tragedia de Avellaneda exhibió una cadena de negligencias donde dirigentes, fuerzas de seguridad y organismos deportivos son eslabones igualmente culpables.

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El fútbol-espectáculo es un fenómeno social complejo que moviliza pasiones intensas y, como tal, exige estructuras simbólicas y materiales sólidas para contener el conflicto inherente. Cuando estas estructuras fallan, el estadio se convierte en un campo de batalla.

En conclusión, la violencia no brota espontáneamente. Es el resultado previsible de la intersección de tres factores: identidades colectivas radicalizadas que glorifican el enfrentamiento, un control institucional laxo que genera impunidad, y una cultura deportiva tóxica que en demasiadas ocasiones incentiva la validación a través de la fuerza física.

Para evitar que Avellaneda no sea solo una tragedia más en una larga lista, se requiere una intervención multidimensional: una revisión profunda e implacable de los protocolos de seguridad, una actuación temprana y proporcional de las fuerzas de orden ante cualquier señal de escalada y, quizás lo más difícil pero esencial, una reconfiguración de la cultura belicista que rodea al fútbol.

El objetivo final debe ser transitar hacia una cultura del encuentro, donde la rivalidad sea una pasión que una, no un odio que destruya. En este sentido, el mundo académico debe aportar conocimiento comprendiendo al fútbol como un fenómeno social complejo que es mucho más que un deporte: es más bien el reflejo de la sociedad contemporánea.

Debemos avanzar hacia una responsabilidad institucional valiente y una responsabilidad social colectiva, la cual permita devolver el fútbol a su esencia: un espacio de goce, comunidad y deporte, nunca más de tragedia.

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