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La guerra y la paz entre palestinos e israelíes
Foto: Agencia Uno

La guerra y la paz entre palestinos e israelíes

Por: Eduardo Titelman | 23.08.2025
Si bien, lamentablemente, nada asegura que la tragedia palestino-israelí haya tocado fondo, y que nuevas debacles no estén al acecho, agazapadas, el contexto geopolítico y los lúgubres resultados del ensimismamiento belicoso abren, pues, una pequeña brecha de esperanza en el muro de la anulación mutua y la violencia.

Para poner fin a la barbarie y al insoportable sufrimiento de tantos, es urgente y necesario el inmediato cese del fuego permanente en la Franja de Gaza junto al retiro de las tropas israelíes y la liberación de todos los rehenes israelíes allí cautivos.

Además, si bien la rabia, el dolor y el temor -y nefastas ideologías-, han generado un gran escepticismo en la mayoría de los palestinos e israelíes, respecto de la viabilidad de una paz verdadera, no cabe sino apoyar y aplaudir a aquellos, en ambos pueblos, que junto con actuar en defensa de los derechos humanos, siguen luchando por construir esa paz, contra viento y marea, porque saben que mientras no se resuelva el conflicto palestino-israelí, el horror y la muerte seguirán campeando y estallando intermitentemente, cubriendo con ríos de sangre y lágrimas la tierra que prometía fluir leche y miel.

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Porque los otros son nuestro infierno (J.P. Sartre) y nosotros el suyo, cuando nos empecinamos en anularlos en lugar de aceptarlos como legítimos otros (H. Maturana). Y los atroces resultados de una postura derogatoria del otro en el conflicto palestino-israelí están a la vista.

La vida de los palestinos transcurre hoy en precarios campos de refugiados; o en Cisjordania conculcados de derechos básicos, agredidos y acosados en su propia tierra por colonos armados protegidos por un ejército; o en la Franja de Gaza sin poder satisfacer sus necesidades más básicas, y en medio del continuo horror de la destrucción masiva de viviendas, escuelas, hospitales y de miles de vidas inocentes.

Los israelíes, por su parte, viven hoy bajo la huella traumática del ensañamiento y los horrores infligidos a inocentes durante el cruel y sanguinario pogromo del 7 de octubre de 2023, y se van hundiendo en una interminable guerra sin destino en Gaza donde los rehenes israelíes continúan marchitándose y muriendo mientras jóvenes soldados israelíes victimizan y mueren junto a sus sueños. Dolores y lamentos por doquier, miles de familias llorando a sus seres queridos, miles de seres desgarrados física y mentalmente. Y todo ello ¿para qué?

Los israelíes poseen un estado que protege sus derechos, pero no el derecho a vivir en paz. Los palestinos, por su parte, ni lo uno ni lo otro. Y para desgracia de ambos pueblos, ellos parecieran estar atrapados sin remedio en una nefasta e irracional dinámica conflictiva que perpetúa esa situación.

Pero no siempre ha sido así. Entre 1991 y 1996, los entonces líderes del pueblo palestino e israelí, Yasser Arafat e Isaac Rabin, se estrecharon las manos, se vieron y se reconocieron, y acordaron que bastaba ya, que era mejor dedicarse a construir un buen futuro que a odiarse y temerse por un mal pasado. Las conversaciones de paz de entonces, entre palestinos e israelíes, no estuvieron exentas de desacuerdos y dificultades, pero se concluyeron con éxito por medio de los Acuerdos de Oslo.

Ello fue posible porque estaba la voluntad de lograrlo, y gracias a que amistades entrañables surgieron entre quienes poco antes habían sido enemigos a muerte, pero que, al juntarse a construir un mejor futuro, hicieron esfumarse al enemigo demonizado y aparecer en su lugar a la persona humana, al otro que es y siente como uno (se puede ver la evidencia de aquello en: The Oslo Diaries).

Pero muy tristemente, los acuerdos alcanzados para avanzar hacia una paz duradera no prosperaron, sino que, golpe a golpe, sangre a sangre, sucumbieron al miedo y el odio que grupos extremistas de ambos lados exacerbaban en su contra.

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Buses con sus pasajeros civiles israelíes eran reventados con explosivos en medio de las ciudades; un grupo de palestinos que rezaban era masacrado por la ametralladora de un colono furibundo; gritos, carteles y manifestaciones de odio inundaban las calles; y el asesinato definitivo del plan de paz de Oslo se completaba cuando un fanático israelí mataba a Rabin, en 1996, durante un masivo encuentro en favor de la paz en la ciudad de Tel-Aviv.

En esos días, la oposición al proceso de Oslo era impulsada en Israel por grupos ultranacionalistas mesiánicos obsesionados con la colonización de la Cisjordania, y por una corriente ultranacionalista laica veneradora de la fuerza, liderada por el entonces joven político ascendente, Benjamín Netanyahu.

Por su parte, la oposición a Oslo era liderada entre los palestinos por un entonces incipiente grupo islamista político-terrorista, el Hamás, comprometido con la destrucción del Estado de Israel. Así, nutriéndose de las cenizas de la paz de Oslo crecieron esas fuerzas, y ellas eran las que gobernaban Israel y Gaza, respectivamente, casi 30 años después, cuando estallaba el actual episodio de violencia desatada que aún no cesa.

Pero la sanguinaria barbarie ha dejado en evidencia las falencias de esas fuerzas políticas y sus concepciones, debilitándolas significativamente: la violencia desatada por el mismo Hamás, lo tiene profundamente mermado, militar y políticamente y, por otra parte, también debilitada está la coalición gobernante en Israel ante su incapacidad de evitar el pogromo del 7/10/23 y de generar una estrategia para poner fin a la guerra en Gaza y liberar a los rehenes (según las encuestas -en particular las que semanalmente publica el diario israelí Maariv- el actual gobierno de Israel caería si las elecciones, que a más tardar tendrán lugar en octubre de 2026, fueran ahora).

Ante ese debilitamiento coyuntural las fuerzas dialogantes en ambos pueblos podrían, pues, comenzar a medrar, ayudadas, además, por el contexto geopolítico actual donde pareciera existir la voluntad de apoyar activamente un genuino proceso de paz, por parte de las potencias de occidente y de influyentes países árabes.

Si bien, lamentablemente, nada asegura que la tragedia palestino-israelí haya tocado fondo, y que nuevas debacles no estén al acecho, agazapadas, el contexto geopolítico y los lúgubres resultados del ensimismamiento belicoso abren, pues, una pequeña brecha de esperanza en el muro de la anulación mutua y la violencia.

Y, eventualmente, podría volver a surgir el espíritu colaborativo de Oslo -impulsado por renovados liderazgos dialogantes en ambos pueblos- para avanzar por el bendito camino que conduce a la solución del conflicto sobre la base del fin de la ocupación y una paz genuina y duradera entre los dos pueblos y sus respectivos estados soberanos y empoderados. Porque si no aquello, ¿qué?, y si no ahora, ¿cuándo? (Pirkei Avot).

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