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Biomedicina en Chile: El potencial ignorado y la urgencia de decidirnos
Foto: Agencia Uno

Biomedicina en Chile: El potencial ignorado y la urgencia de decidirnos

Por: Gonzalo Morales Durán | 19.08.2025
En un escenario global marcado por pandemias, crisis climática y envejecimiento poblacional, la biomedicina no es un lujo: es una necesidad estratégica. No se trata de si podemos, sino de si nos atrevemos a dejar atrás el modelo extractivista y apostar por un desarrollo sustentado en cerebros, no solo en minerales.

Mientras en otros países la biomedicina se consolida como un eje estratégico para el desarrollo, en Chile seguimos cruzando los dedos para que el próximo gobierno “tenga más voluntad política”. Pero la ciencia no se construye con intenciones: se construye con decisión, recursos y visión de largo plazo.

Hoy Chile tiene todo para destacar en el mapa biomédico de América Latina. Y no es una exageración, más de 400 ensayos clínicos están activos en el país, lo que nos posiciona como líderes regionales en investigación por habitante, según datos de la Cámara de Innovación Farmacéutica.

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Científicos nacionales han desarrollado vacunas contra el virus respiratorio sincicial que ya entraron en fase de prueba en humanos; otros trabajan en terapias génicas para tratar enfermedades neurodegenerativas, y empresas como Kura Biotech exportan enzimas de diagnóstico que se usan en laboratorios del FBI y la Clínica Mayo.

El talento está. Las redes científicas existen y el conocimiento se produce. Pero seguimos con una inversión pública en ciencia que apenas bordea el 0,41% del PIB, lejos del promedio OCDE. Y lo que es más grave: no hay una política de Estado que articule este ecosistema, lo proteja de los vaivenes políticos y lo oriente hacia la producción estratégica de conocimiento.

En plena pandemia, cuando el mundo aprendía a golpes la importancia de tener soberanía sanitaria, Chile intentó atraer inversión extranjera para instalar plantas de vacunas. Pero sin consolidar una capacidad soberana real.

Hoy el proyecto de producción nacional avanza a tropezones, sin una hoja de ruta robusta, y dependiendo -otra vez- del interés de privados o del viento político del momento. Lo confirma el propio Ministerio de Ciencia en sus informes 2023–2024: la biotecnología es prioridad discursiva, pero marginal en la ejecución real.

Y sin embargo, seguimos hablando del cobre. Mientras exportamos materia prima a bajo precio, importamos fármacos, tecnología médica, vacunas y talento científico. ¿Hasta cuándo?

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No se trata solo de ciencia por ciencia. Apostar por la biomedicina significa generar empleos calificados, fortalecer el sistema público de salud, y producir innovación de alto valor agregado. Significa dejar de ser consumidores pasivos de tecnología para convertirnos en productores de conocimiento útil, éticamente comprometido con la salud y el bienestar colectivo.

Hay centros de excelencia como el IMII, el ACCDiS o el BNI, todos con capacidades de clase mundial. Hay startups como Cells for Cells o Fundación Ciencia & Vida que trabajan en inmunoterapia, medicina regenerativa o investigación genómica. Lo que falta no es capacidad: es un Estado que asuma la ciencia como pilar de desarrollo y no como “gasto superfluo”.

¿Queremos una industria nacional de producción de vacunas? Requiere participación pública, contratos de compra a largo plazo y marcos regulatorios modernos. ¿Queremos que la investigación clínica crezca y beneficie a la población? Necesitamos reformar leyes como la Ricarte Soto y homologarnos a los estándares de agencias como la EMA o la FDA. ¿Queremos que nuestras startups científicas compitan globalmente? Hace falta inversión de riesgo, redes internacionales, y voluntad política de verdad.

La paradoja es esta: tenemos lo más difícil -el conocimiento, la gente, la creatividad- pero carecemos del andamiaje político para convertir ese potencial en soberanía sanitaria, económica y tecnológica. La ciencia no puede seguir dependiendo del entusiasmo voluntarista de investigadores aislados. Tampoco puede vivir al ritmo de los ciclos electorales.

En un escenario global marcado por pandemias, crisis climática y envejecimiento poblacional, la biomedicina no es un lujo: es una necesidad estratégica. No se trata de si podemos, sino de si nos atrevemos a dejar atrás el modelo extractivista y apostar por un desarrollo sustentado en cerebros, no solo en minerales.

Porque el futuro no es un destino inevitable. Es una decisión política.

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