
El fracaso del MAS en la Bolivia de hoy
El extractivismo ha sido históricamente central para el desarrollo económico de Bolivia, proporcionando ingresos clave al estado. En el período entre el 2006 y el 2014, Bolivia experimentó una enorme bonanza económica, gracias a los elevados precios internacionales de materias primas.
Ello coincidió con el ascenso de Evo Morales a la presidencia y le permitió incrementar significativamente el gasto público en un período de profundos cambios. Hubo entonces importantes logros sociales, principalmente en la reducción de la pobreza, nacionalización parcial de recursos de hidrocarburos, y el empoderamiento de sectores indígenas.
Desde el 2015, los ingresos tradicionales de Bolivia comenzaron a declinar, debido al desplome internacional de los precios de las materias primas. Así, el gasto público entró paulatinamente en déficit, no solamente por causa de los diversos programas sociales, que se habían ido institucionalizando.
La inesperada reducción de recursos además de confirmar la fragilidad intrínseca de una economía basada en el extractivismo, también fue desnudando debilidades propias del modelo de desarrollo implementado por Evo. Entre ellas, la creación por razones políticas de empleos públicos (en buena parte superfluos); las costosas subvenciones políticamente motivadas (a los combustibles, harina, etc.); las inversiones en empresas públicas no rentables (azúcar, cartones, urea, computadores, etc.).
A ello se sumaron pronto una obstinada política cambiaria, manteniendo el boliviano pegado artificialmente al dólar (haciendo las exportaciones menos competitivas); niveles crecientes de corrupción; contrabando masivo a la inversa; etc.
De todos modos, Evo Morales mantuvo tercamente un alto nivel de gasto fiscal, y lo financió usando progresivamente las reservas de divisas internacionales (que disminuyeron de 15 mil millones de USD ese año a menos de 2 mil millones el 2023).
Luis Arce, que fue considerado el “ministro de economía estrella” de Evo fue investido “a dedo” por él como candidato y ganó abrumadoramente la elección del 2020, con un 55% de los votos. A poco andar, Arce se negó a designar obedientemente los ministros y otros cargos de dirección intermedia en el estado que Evo quiso imponerle. Ya para el 2021, su distanciamiento se hizo cada vez más público.
La situación económica continuó deteriorándose, con decrecientes volúmenes de gas exportados por el agotamiento de los pozos existentes (sin posibilidades de reemplazo a corto plazo, ya que no se habían realizado oportunamente exploraciones preventivas), complicadas adicionalmente por el descubrimiento de nuevos yacimientos gasíferos en Argentina (y la consiguiente reducción en su dependencia de importaciones desde Bolivia).
Paradojalmente, el gasoducto originalmente construido para transportar gas hacia Argentina, es hoy usado para llevar gas argentino a Brasil (con Bolivia cobrando solamente un “peaje” por ello). Algo semejante ocurre con el oleoducto de Sica Sica, originalmente empleado para llevar petróleo de exportación al puerto de Arica, que ahora se está revirtiendo, para llevar combustible hacia Bolivia.
Para Arce, esta crisis económica (en buena medida heredada), no tenía una solución ni técnica, ni social, ni políticamente sencilla. La persistente reducción de ingresos en divisas, y el agotamiento de las reservas internacionales, se tradujeron a partir de comienzos del 2023 en una notoria reducción de los dólares disponibles en la economía boliviana, hasta el punto de provocar la imposición práctica desde entonces de un “corralito bancario” extraoficial para los ahorrantes en divisas, y serios problemas en el abastecimiento de combustibles (Bolivia importa aproximadamente el 50% de la gasolina y el 85% del diesel que consume).
Peor aún, el subsidio originalmente determinado por Evo implica que cada litro comprado a precio internacional se vende al público a aproximadamente un tercio de su valor real, lo que incentiva un lacerante contrabando a la inversa de carburantes hacia países vecinos.
Confrontado con los técnicamente ineludibles (pero altamente impopulares), recortes al gasto público, Arce ha venido intentando desde el 2022 contener temporalmente el desenlace de la crisis recurriendo a préstamos internacionales. Pero estos han sido sistemáticamente objetados por el Parlamento, especialmente con los votos de los parlamentarios afines a Evo Morales.
Es que, habiendo fracasado en su intento de postularse por cuarta vez como candidato presidencial (a pesar de estar constitucionalmente impedido para hacerlo), Evo se ha concentrado en asfixiar al gobierno de Arce mediante diversas movilizaciones, marchas, y bloqueos de caminos, exigiendo tanto su dimisión, como el archivamiento de las denuncias por pederastia por las que la justicia boliviana mantiene una orden de arresto en su contra.
Con un sesgo vagamente mesiánico, Evo se presenta a sí mismo como el “Salvador de Bolivia”, y recientemente comentó que le dicen que es “el Enviado de Dios, pero que él no cree eso, …aunque su gente lo afirma”.
La actual crisis, expresada en la ausencia de dólares para continuar subsidiando importaciones imprescindibles; el incontenible proceso inflacionario en desarrollo; el evidente desabastecimiento de productos de primera necesidad; la impopularidad provocada por las drásticas restricciones impuestas a operaciones bancarias por el corralito disfrazado; y en las rabietas del egocéntrico y locuaz ex líder político atrincherado en su bastión cocalero; aparece hoy ante la ciudadanía como el resultado de los 20 años de predominio político del MAS.
Y la ineludible factura afecta tanto al conjunto de la izquierda boliviana, como a todo el progresismo continental. Dadas las elevadas expectativas que el MAS generó en sus comienzos, su actual fracaso ideológico trasciende las fronteras de Bolivia.
No es enteramente sorprendente entonces que los bolivianos parezcan dispuestos a optar por un cambio radical en la elección presidencial del domingo 17 de agosto. Cabalgando la crisis, la derecha ha pasado velozmente de un semi anonimato a un impensado renacimiento político. Lo más probable es que sean dos candidaturas derechistas las que pasen a disputar una segunda vuelta en octubre de este año.
Doria Medina es un empresario exitoso y eterno aspirante infructuoso a la primera magistratura. Jorge Quiroga era el vicepresidente de Banzer (cuando el ex dictador fue elegido democráticamente), y ejerció la presidencia por un año, tras éste renunciar motivos de salud. No parecen tener mayores diferencias en sus respectivas visiones del futuro. Tampoco en su declarada intención de revertir radicalmente lo hecho por el MAS en dos décadas.
En gran medida, este fracaso político de la izquierda boliviana es un fruto directo del deseo de poder de Evo Morales, pero también de numerosas decisiones irresponsables, erradas y cortoplacistas que caracterizaron su gobierno anterior, al menos desde el 2015.
Para una visión algo premonitoria del momento actual, sugiero leer mi artículo de octubre del 2024, en este link.