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Viaje al centro del centro
Foto: Agencia Uno

Viaje al centro del centro

Por: Camilo Domínguez Escobar | 13.08.2025
Lo esencial es el proyecto de sociedad. Y hoy, no está demás recalcarlo, está más cerca de Jeannette Jara que de José Antonio Kast. La herejía no es apoyar a la candidata del PC. La herejía la cometieron quienes vaciaron el humanismo cristiano para acomodarlo al orden económico de Pinochet. Y, más encima, inventaron una tradición para disfrazarlo de principios.

La Democracia Cristiana nació de una ruptura. En 1935, un grupo de jóvenes del Partido Conservador se rebeló contra la vieja guardia que veía en cualquier reforma un pecado mortal. Inquietos por la “cuestión social” y con la Doctrina Social de la Iglesia bajo el brazo, fundaron la Falange Nacional, semilla de la que nació la DC en el 57.

Tres décadas después, a fines de los sesenta, otra fuga; esta vez hacia la izquierda. Eran jóvenes que leían a Marx con ojos cristianos y les parecía tibia la “revolución en libertad” de Frei Montalva, sus promesas grandes y sus reformas chicas. Se convencieron de que debían sumarse a la Unidad Popular para enterrar el capitalismo. Y de ahí nació el MAPU y la Izquierda Cristiana.

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Hoy suena insólito, pero la DC combatía -al menos en teoría- el capitalismo. Su ideólogo máximo, Jaime Castillo Velasco, de anteojos gruesos y voz pausada, decía que rompía el tejido social y degradaba al ser humano. Proponía reemplazarlo por el “comunitarismo”: células vivas -sindicatos, cooperativas, juntas de vecinos, iglesias- que asegurarán un reparto justo de las riquezas y voz popular en las decisiones.

Para Castillo, la DC era una alternativa tanto al capitalismo gringo como al socialismo soviético. Por eso prefería no pactar ni con izquierdas ni con derechas; no porque fuese de “centro”, sino porque aspiraba a ser un partido de vanguardia.

Como es sabido, la DC se fue abandonando a sí misma y acabó convertida en una cuna de arribistas. La crítica se esfumó y, por astucias de la historia, terminó en su contrario: de partido moralista y doctrinario pasó a ser un instrumento de negociación -y de negocio-. Del mesianismo, al ateísmo puro.

Por eso, la última ruptura de la DC fue inversa a las anteriores. Tras el estallido social de 2019, no se rebelaron jóvenes idealistas, sino dirigentes encumbrados que giraron, esta vez, hacia la derecha. Así nacieron Demócratas y Amarillos, partidos hechos de pura retórica, cuya misión fue impedir la aprobación de la propuesta constitucional de 2022. Misma que la DC oficial -por decisión de sus bases- había respaldado.

Lo de ahora, en 2025, confirma el quiebre, pero al revés: por vez primera, la DC se la juega por una candidata presidencial del Partido Comunista. No por la clarividencia de las cúpulas; al contrario, por presión de sus bases. En los treinta y en los setenta, los jóvenes rompían con la rigidez institucional para fundar un partido nuevo. Hoy, la estructura se mueve con más agilidad que sus cabecillas. Se invirtieron los papeles: vanguardia abajo, retaguardia arriba.

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Los dirigentes de tufo aristocrático -los Frei Ruiz-Tagle, Goic, Undurraga, etc.- hablan de traición al espíritu democratacristiano. Como los políticos miran la superficie, creen que acaba de producirse un parteaguas, cuando solo formaliza lo que se consumó hace rato. Es una versión de bolsillo de un mal que aqueja a todo Chile, que es el divorcio entre “dirigentes” y sociedad.

Según la “tradición” que invocan, la DC es un partido de centro, que depende de la geometría de la Guerra Fría y mantiene un veto eterno a los comunistas. El historiador Eric Hobsbawm hablaba de las “tradiciones inventadas”: no valores heredados, sino discursos proyectados hacia atrás para servir intereses actuales. No el pasado guiando al presente, sino el presente inventándose un pasado a la medida.

La trampa de la DC anticomunista está en confundir lo esencial con lo accesorio. En la base del humanismo cristiano hay una interpretación de la sociedad; su traducción política depende de las circunstancias. Para Frei Ruiz-Tagle y compañía, en cambio, el democratacristiano se define según con quién pacta en elecciones.

Es la táctica convertida en sello de identidad. O lo que es lo mismo, una identidad que no es nada por sí misma. De ahí la crisis del “centro” en Chile: es más una posición que una visión de mundo. En el centro del centro no hay nada.

Lo esencial es el proyecto de sociedad. Y hoy, no está demás recalcarlo, está más cerca de Jeannette Jara que de José Antonio Kast. La herejía no es apoyar a la candidata del PC. La herejía la cometieron quienes vaciaron el humanismo cristiano para acomodarlo al orden económico de Pinochet. Y, más encima, inventaron una tradición para disfrazarlo de principios.

Hoy es la militancia la que pone en entredicho la historia oficial de las élites con mala memoria. Ahí está la chispa que mantiene viva a la DC, un partido dado por muerto mil veces pero que hoy -diría yo- vuelve a respirar.

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