
Chile y su guerra imaginaria contra el narco: Mucha bala y cero cuentas bancarias
La derecha chilena lleva más de una década jugando con fuego. Desde que Alberto Espina declaraba con voz engolada que en Chile operaban bandas de narcotraficantes listas para tomarse el país, se instaló una retórica digna de película de acción barata.
Claro, Chile es puente de tráfico, y sí, el microtráfico existe en casi todas las poblaciones, pero compararlo con Colombia, Perú o México es casi un chiste cruel. Quizás en sus fantasías aparezca un Pablo Escobar nacional, pero la realidad es mucho más incómoda: aquí no hay cárteles con ejércitos, pero sí políticos con discursos de guerra que venden humo para encubrir su propia incompetencia.
Estuve en el norte de México, Tamaulipas, cuando Los Zetas aún eran parte del ejército. Eran militares de élite infiltrados por el Cártel del Golfo, que luego se rebelaron y formaron su propio cártel. Gente entrenada en tácticas de guerra, algunos con formación en la famosa Escuela de las Américas –sí, esa misma donde formaban expertos en tortura y contrainsurgencia– y que terminaron sirviendo al narco.
Cuando Felipe Calderón, con ese aire heroico que tanto alabó la derecha latinoamericana, decidió declararles la guerra, descubrieron tarde que su ejército no estaba preparado y que sus filas ya estaban podridas. Resultado: secuestros, asesinatos, extorsiones y un país que hasta hoy vive aterrorizado.
Pero en Chile no aprendemos ni con subtítulos. Aquí hay sectores que siguen creyendo que declarar la guerra al narco es cuestión de “agallas” y no de estructura estatal. Mientras tanto, la Fuerza Aérea ha sido usada como puente de tráfico aéreo, se infiltran elementos corruptos y su comandante en jefe se hace el Larry. Y ahí aparece la derecha, con su moral selectiva, para defender la “libre determinación” de las ramas castrenses, como si fueran reinos autónomos.
Total, para eso tienen justicia militar: esa justicia tan imparcial que investiga a sus propios camaradas bajo el principio de ser juez y parte. Y cuando Chile Vamos, los Kast y el niño maltratado arman alharaca para proteger a los “valientes soldados”, la justicia militar se declara incompetente y entrega la causa a tribunales ordinarios, confiando en que no barran la basura bajo la alfombra, estilo Hermosilla.
Ahora bien, lo más fascinante de esta épica guerra imaginaria es que quienes más la claman son los mismos que se oponen tenazmente a levantar el secreto bancario. Sí, esa herramienta básica para investigar lavado de dinero, testaferros y redes financieras del crimen organizado.
¿Por qué será? ¿Por principios liberales, amor al secreto financiero o miedo a que sus financistas aparezcan vinculados en esas mismas cuentas investigadas por la UAF? Porque si de algo podemos estar seguros es de que la droga no se transporta en fajos de billetes en carretilla, se lava en cuentas y empresas que hasta financian campañas políticas. Pero de eso no hablan, porque ahí se termina el discurso heroico y comienza el verdadero miedo.
Según la ONUDC, el lavado de dinero mueve casi el 2,7% del PIB mundial. En Chile, informes de la Unidad de Análisis Financiero han advertido múltiples operaciones sospechosas, pero no hay persecución eficaz sin acceso real a las cuentas bancarias. Y ahí está la derecha, oponiéndose con uñas y dientes a que se levante el secreto bancario. Total, siempre es mejor declarar guerras que auditar cuentas.
La pregunta de fondo es si Chile está preparado para enfrentar el narcotráfico como fenómeno complejo o si seguirá jugando a la guerra de cartón. Porque si algo demostró México es que declarar la guerra sin inteligencia financiera, sin Estado fuerte y sin justicia independiente, es la receta para hundir al país en un baño de sangre, mientras los mismos de siempre siguen contando billetes detrás de las cortinas de los bancos.
Si esta derecha sigue con su discurso de bala y cero investigación financiera, no solo no resolverá el problema: probablemente lo empeore. Y quizás ahí entendamos que esta fantasía de guerra no era más que otra cortina de humo para proteger sus propios bolsillos. Porque al final, como siempre, los muertos los pone el pueblo, pero la plata la cuentan los de arriba.