
Transporte público: Una responsabilidad colectiva y una oportunidad urgente
Es fácil repetir que el transporte público es esencial para el funcionamiento de nuestras ciudades. Pero lo que realmente está en juego es algo más profundo: el modelo de ciudad que queremos construir. ¿Seguiremos apostando la mirada individual del automóvil como solución a nuestro problema particular, o asumiremos que movernos colectivamente es una mejor forma de organizarnos como sociedad?
Durante buena parte del siglo XX, muchas ciudades -sobre todo en Europa- entendieron el transporte público como una eficiente herramienta de movilidad, que contribuye a la integración y justicia urbana.
En América Latina hicimos el camino en el sentido inverso, transitando desde el uso masivo de transporte público hacia un modelo centrado en el automóvil: símbolo de progreso individual, sin considerar sus impactos sociales ni ambientales. Ese camino nos ha llevado a tener ciudades congestionadas, fragmentadas, contaminadas, ineficientes.
En Santiago, se ha logrado avanzar gracias a la regulación, con licitaciones, integración tarifaria, y subsidios, incluyendo una creciente red de Metro y servicios ferroviarios, que permiten ofrecer un buen servicio, que en muchos pares origen-destino es competitivo con el automóvil, siendo elegido por usuarios como la mejor opción.
Pero en regiones el panorama continúa con sistemas desarticulados, escasa planificación, y dificultades institucionales para dirigir recursos hacia mejoras reales para las y los usuarios. Cuando eso ocurre, el transporte público se vuelve ineficiente, poco confiable, excluyente.
El sistema de transporte de las ciudades es tan relevante, que muchas de nuestras disputas cotidianas -el estrés del taco, el maltrato entre conductores, la frustración ante recorridos que no pasan- tienen su origen en una pregunta aún sin resolver: ¿quién tiene prioridad? Porque el espacio público es limitado, y ahí aparecen las tensiones. En ciudades que privilegiaron el auto, como Los Ángeles, la ineficiencia y el aislamiento son parte de la vida diaria. En otras, como Copenhague, la bicicleta y el transporte colectivo redefinieron la convivencia urbana.
El hecho de que distintas ciudades implementen distintos sistemas y políticas de transporte nos ofrece una maravillosa oportunidad de observar y aprender de la experiencia. El conocimiento y la evidencia son aliados que nos permiten mejorar los sistemas. Un ejemplo concreto del aporte de la academia y la transferencia tecnológica al transporte público es desarrollo de software de análisis de datos de transporte público (ADATRAP), desarrollado en la Universidad de Chile en colaboración con el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones.
Esta herramienta ha permitido procesar grandes volúmenes de datos del sistema de transporte público de Santiago, para identificar patrones de viaje, modelar comportamiento y evaluar el impacto de cambios operacionales.
La disponibilidad de datos no garantiza, por sí sola, mejores decisiones: se requiere capacidad técnica para transformarlos en información valiosa. En ese sentido, fortalecer los vínculos entre conocimiento especializado y política pública es clave para avanzar hacia sistemas de transporte centrados en las personas, más eficientes.
Hoy, con la masificación del uso de herramientas de inteligencia artificial es posible dar un paso más, y utilizar los grandes volúmenes de datos disponibles para ayudar a anticipar necesidades individuales, mejorando la experiencia cotidiana de millones de personas.
Chile ha mostrado avances, y hay señales de cambio. Pero para que estos esfuerzos se consoliden, se debe instalar una perspectiva sistémica y territorialmente justa. Mover personas no es solo una operación logística: es una apuesta ética, una declaración sobre cómo entendemos la vida urbana y la equidad. Una importante decisión política que debemos tomar como sociedad es qué tipo de ciudad queremos habitar.
Es momento de celebrar lo que hay, pero también de comprometernos con lo que falta. Un transporte público digno, moderno, planificado con visión de largo plazo, no es un lujo ni una utopía: es una herramienta concreta para conectar oportunidades, cerrar brechas y construir una sociedad más coherente con sus propias aspiraciones. Todas las ciudades de Chile se merecen un buen sistema de transporte público, que nos lleve por la senda de la eficiencia, la equidad territorial y la sostenibilidad.