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Educación científica crítica: Una urgencia ética en tiempos de guerra
Agencia Uno

Educación científica crítica: Una urgencia ética en tiempos de guerra

Por: Gonzalo Guerrero | 06.07.2025
La escuela, la universidad y la sociedad en su conjunto tienen la responsabilidad de responder con pensamiento crítico, pedagogía emancipadora y compromiso con la vida. Por eso, la educación científica debe ser una herramienta de conciencia, justicia y descolonización del saber. Formar ciudadanía crítica en ciencia es hoy una urgencia ética y política.

¿Qué siente una niña o un niño en Chile al ver en las noticias que otras niñas y niños, como ellos, no pueden ir a la escuela porque su barrio fue bombardeado o porque han sido desplazados con sus familias? ¿Cómo les explicamos que, mientras aprenden sobre átomos, energía o satélites, esos mismos conocimientos se utilizan para destruir vidas, borrar ciudades o vigilar territorios enteros?

La educación, especialmente en tiempos de guerra, no puede seguir siendo una isla ajena al dolor del mundo. La escuela debe ser un espacio donde niñas y niños aprendan a pensar con conciencia, a sentir con justicia y a cuestionar el sentido profundo del conocimiento. Porque educar no es solo transmitir contenidos: es formar humanidad.

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Cuando hablamos de educación científica, esta urgencia se vuelve aún más apremiante. Hoy, más que nunca, necesitamos que nuestras juventudes se pregunten:

¿Quién decide para qué sirve la ciencia? ¿Por qué algunos países pueden tener armas nucleares y otros no? ¿Por qué ciertos bombardeos se justifican y otros se condenan? ¿Y por qué seguimos enseñando ciencia como si no tuviera nada que ver con estas realidades, incluido el conocimiento sobre energía nuclear que puede iluminar o destruir?

Las guerras actuales -como el genocidio que Israel comete contra Palestina en Gaza, o los recientes ataques entre Irán e Israel- no serían posibles sin tecnología militar de última generación: drones, inteligencia artificial, misiles guiados. Detrás de estas armas hay ciencia, pero también decisiones políticas, intereses económicos y silencios internacionales.

En flagrante violación del derecho internacional -como la Convención de Ginebra o el Tratado de No Proliferación Nuclear- estas agresiones ocurren con el aval o la indiferencia de potencias como Estados Unidos, que bombardeó recientemente instalaciones nucleares iraníes con total impunidad.

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Mientras tanto, el silencio de los organismos internacionales -desde los pactos sobre energía hasta los acuerdos de guerra legitimados por las potencias- confirma una complicidad global. Y la educación no puede sumarse a ese silencio.

En este contexto, urge promover una alfabetización científica crítica. Enseñar ciencia no es solo explicar fórmulas o leyes naturales, sino también formar la capacidad de mirar el mundo con ojos despiertos. Lo crítico es, ante todo, una invitación a preguntarnos: ¿quién produce la ciencia?, ¿para qué fines?, ¿quién decide su uso?, ¿a quién beneficia y a quién destruye

Frente al genocidio, la ocupación y la guerra tecnológica, guardar silencio es también una forma de complicidad. Callar ante el uso político y violento de la ciencia es aceptar su deshumanización.

La escuela, la universidad y la sociedad en su conjunto tienen la responsabilidad de responder con pensamiento crítico, pedagogía emancipadora y compromiso con la vida. Por eso, la educación científica debe ser una herramienta de conciencia, justicia y descolonización del saber. Formar ciudadanía crítica en ciencia es hoy una urgencia ética y política.

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