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Gobernar es educar: Una deuda con la neuroeducación del siglo XXI
Agencia Uno

Gobernar es educar: Una deuda con la neuroeducación del siglo XXI

Por: Gonzalo Morales | 04.07.2025
En el año de las elecciones presidenciales, la agenda educativa exige más que promesas: es hora de que los candidatos definan cómo transformarán realmente la forma de aprender en Chile.

“Educación gratuita y de calidad”. Esa fue la promesa que movilizó a una generación. Hoy, muchos de quienes marcharon con ese lema están en La Moneda o en el Parlamento. Sin embargo, la calidad sigue siendo una deuda estructural, no solo por falta de voluntad, sino por ausencia de criterios científicos, psicológicos y pedagógicos coherentes y actualizados.

La neurociencia del aprendizaje es clara: el cerebro humano aprende de forma efectiva cuando se siente seguro, motivado y emocionalmente conectado. Estrés, amenaza o desconexión emocional activan mecanismos de defensa que inhiben la plasticidad sináptica necesaria para aprender.

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La Encuesta Nacional de Juventudes 2022 muestra que un 26,9 % de los jóvenes presenta síntomas moderados o severos de ansiedad o depresión. Este dato es preocupante, especialmente si se considera que el entorno escolar es uno de los principales espacios donde se manifiestan estos síntomas.

Diversos informes coinciden en que la salud mental infanto-juvenil ha empeorado, con un aumento en la demanda de atención, pero sin que existan aún políticas estructurales que conecten esta realidad con el diseño pedagógico nacional.

Durante décadas se prometió que la educación sería el motor de la movilidad social. Sin embargo, estudios muestran que el tipo de institución -universidad, IP o CFT- sigue marcando el destino laboral de los jóvenes con importantes brechas de ingreso y empleabilidad.

Además, mientras el mercado laboral exige adaptación, creatividad y habilidades emocionales, seguimos evaluando memoria, uniformidad y obediencia. El problema es que seguimos midiendo lo visible y repetible, sin valorar el pensamiento crítico, la colaboración, el bienestar o la creatividad. En lugar de potenciar talentos diversos, se castiga la diferencia y se impone una normalización ansiógena del rendimiento.

¿Y qué hacen los países que sí escuchan la evidencia? Finlandia ha eliminado las pruebas estandarizadas externas de alto impacto y redujo la carga horaria para centrarse en el aprendizaje profundo y emocional. Canadá, ha establecido equipos interdisciplinarios permanentes en las escuelas (psicólogos, asistentes sociales, terapeutas), y promueve un currículo inclusivo y culturalmente adaptado.

Uruguay, con el Plan Ceibal, garantiza desde una laptop con conectividad a cada niño del sistema público, junto a formación docente digital. En 2022, alcanzó 100 % de cobertura escolar digital en escuelas públicas de 6 a 15 años.

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Países Bajos y Escocia han integrado el juego, el bienestar y la participación emocional como ejes del currículo, con impactos positivos en salud mental y resultados académicos. Incluso Corea del Sur, históricamente asociada a una educación de alto rendimiento, ha impulsado reformas orientadas al aprendizaje autónomo, reducción del estrés y prevención del suicidio juvenil, tras años de crisis psicosocial en sus escuelas.

En Chile, los esfuerzos recientes -reactivación post pandemia, mejora en la carrera docente, propuestas para reemplazar el CAE- no han sido acompañados de una reforma curricular y pedagógica integral.

Según el Colegio de Psicólogos de Chile (2022), cerca del 70% de las escuelas públicas no cuenta con un psicólogo escolar a tiempo completo, y la mayoría no cumple el estándar mínimo de atención recomendado internacionalmente. Tampoco existe una política nacional robusta en neuroeducación, desarrollo socioemocional o justicia pedagógica.

¿Qué podemos hacer ahora mismo?

Reformular el currículo nacional, incluyendo espacio para la adaptación local, cultural y emocional. Eliminar el SIMCE como herramienta punitiva, reemplazándolo por evaluaciones auténticas y formativas. Asegurar equipos psicoeducativos permanentes en todas las escuelas, con profesionales de la salud mental, mediación y apoyo a la diversidad.

Reducir la carga lectiva e incluir arte, filosofía, juego y corporalidad como componentes esenciales del desarrollo. Formar sistemáticamente a docentes en neuroeducación, trauma, diseño universal de aprendizaje y justicia educativa. Convertir la escuela en un nodo emocional y cultural del barrio, en diálogo con la comunidad.

La educación gratuita fue un logro, pero la gratuidad no basta si se reproduce una estructura escolar que fragmenta, estandariza y silencia. No se trata de llenar cabezas, sino de generar condiciones para que cada estudiante florezca como sujeto íntegro, con pensamiento, cuerpo, emociones y sentido.

Hoy la ciencia ya habló, los docentes también. Lo que falta es coherencia política , y valentía para transformar el presente y construir el futuro que Chile necesita.

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