
¿Qué pasó el domingo?
Hace tan solo unas semanas Carolina Tohá figuraba en todos los sondeos como la favorita para convertirse en la abanderada del progresismo. Después de un periodo de incertezas, la candidata de la centroizquierda logró el apoyo de todos los partidos del Socialismo Democrático, e incluso, con el avance de la campaña, varias figuras de la Democracia Cristiana también le dieron su apoyo.
Su candidatura estuvo acompañada además del constante recordatorio, por parte de su círculo de adherentes, de que era ella la persona más preparada para gobernar y la única con posibilidades de derrotar a la derecha en noviembre.
¿Por qué entonces el pasado domingo 29 de junio las urnas le dieron una categórica victoria a la candidata del Partido Comunista?
Responder a esta pregunta requiere por cierto analizar el despliegue de cada candidato y los tropiezos en sus respectivas campañas. No obstante, los resultados de las primarias quizás nos estén dando algunas pistas para entender mejor el nuevo panorama electoral chileno, al menos en lo que respecta a las expectativas del votante progresista.
La candidata de la centroizquierda desde un inicio intentó perfilarse como una opción moderada, en contraste con las candidaturas más radicales y de izquierda representadas por Jeannette Jara y Gonzalo Winter, y como una figura cuyo principal atributo era su basta experiencia política. Su apuesta, podemos asumir, era la de apelar a un centro político -en teoría mayoritario- que no se sentiría representado por las políticas radicales de sus contendores del Partido Comunista y el Frente Amplio.
Dicha tesis tampoco es nueva. Desde el doble rechazo de los borradores constitucionales, distintas vocerías han intentado instalar que Chile nuevamente estaría apostando por el camino de la moderación y la gradualidad, en desmedro de las “aventuras refundacionales” promovidas por los extremos políticos.
De ahí, por ejemplo, que buena parte de la campaña de la centroizquierda haya sido destinada a reivindicar a los pasados gobiernos Concertacionistas, los cuales ejemplificarían ese espíritu moderado que ahora sí representaría a la mayoría del electorado.
Dicha tesis, sin embargo, se enfrentó a un electorado cuyas preferencias en materia de liderazgos distaban de lo que ofreció la centroizquierda en esta oportunidad.
El renovado desencanto con la política tras los procesos constituyentes, acompañado por el deterioro de la situación económica tras la pandemia, el encarecimiento de la vida y la crisis de seguridad, no parecieran haber derivado en una revalorización del centro político ni de la moderación como atributos deseados en una candidatura presidencial.
La orientación más progresista que podemos asumir caracterizó a quienes concurrieron a votar este pasado domingo, supuso además un obstáculo extra para una candidatura que abiertamente apostó por convocar a un centro que, al parecer, no se dio por interpelado.
Por el contrario, en un contexto marcado por la baja confianza hacia la política institucional, el perfil más cercano y popular de Jeanette Jara pareciera haber representado mejor a un electorado que consistentemente ha apostado por opciones que ofrecen cambios profundos y que no se asocian con la política tradicional.
Más aún, el perfil de la candidata comunista presenta cualidades atractivas para el electorado general y en particular para el electorado progresista, incluyendo su cercanía, su “terreno” y un origen social alejado de la élite.
Su campaña, en buena medida sustentada en reformas como lo son la Ley de 40 horas, el aumento histórico del salario mínimo y la reforma previsional, también le permitió conectar de mejor manera con un electorado progresista que continúa priorizando reformas profundas en el ámbito material o económico.
Dichos atributos parecieran haberse sobrepuesto a las debilidades programáticas de la candidata y a la serie de roces con el Partido Comunista. De igual forma, estas cualidades podrían explicar el por qué el electorado más de izquierda -o que simplemente buscaba alternativas más “radicales”- terminó optando por la candidata comunista y no por el candidato del Frente Amplio.
Sobre este último partido, el tono de la campaña de Gonzalo Winter, más confrontacional, pero de igual forma informal, liviano y orientado hacia un público joven, no le permitió posicionarse como una figura cercana o transversal, pero sí pareciera haber terminado alienándolo de parte importante del votante progresista.
Dicho tono, tristemente, contrastaba con un interesante programa basado en el desarrollo de Chile y medidas como el royalty portuario, la revitalización de la educación técnica, la devolución parcial del IVA a las familias más vulnerables o el plan Chile nace contigo.
Por todo lo anterior, la victoria de Jeanette Jara no pareciera explicarse así por su militancia política -e incluso se podría argumentar que su gran apoyo se dio a pesar de ella- ni por su posición más a la izquierda respecto a la candidata de la centroizquierda. Por el contrario, su tipo de liderazgo logró conectar con el electorado progresista gracias a sus atributos personales y por ser percibida como una alternativa creíble para continuar avanzando en reformas profundas. Sería un error, por lo anterior, interpretar estos resultados como un reflejo del apoyo de tal o cual partido.
En lo que respecta a la Centroizquierda, dado los antecedentes, quizá una primera reflexión sea replantearse si ese centro político al que apelaron durante su campaña se encuentra realmente donde creen que está. Por lo pronto, pareciera que dicho centro no se está sintiendo convocado por plataformas programáticas y discursos basados en reformas percibidas como insuficientes a la hora de resolver los muchos desafíos que enfrenta la gente en su día a día.
En contraste, el Frente Amplio deberá preguntarse por qué ese electorado que todavía apuesta por reformas profundas, y que no hace mucho le dió su voto al actual presidente Gabriel Boric, en esta oportunidad optó por Jeannette Jara y no por Gonzalo Winter. Finalmente, la baja participación en estas pasadas primarias, con cerca de 1,400,000 votos, supone un desafío transversal para el progresismo ante una elección presidencial y parlamentaria que, según las encuestas, se encuentra cuesta arriba.