
RUF: Entre lo inútil y lo cínico
Vivimos llenos de acrónimos que nos hacen la vida difícil, en todos los ámbitos, desde el pituco NDA, que busca garantizar la confidencialidad en los contratos, hasta el notable FYI, que se rinde a la cultura anglo para decirle al receptor de un correo electrónico “for your information”. Hubo una época en la que me rebelé contra esto y firmaba mis correos con un PQS, es decir, “pa que sepís”. No se extendió su uso.
RUF es uno de los acrónimos más famosos de estos días: “Reglas del uso de la fuerza”. Me parece notable la discusión, más que nada por lo inútil y un tanto (¿o muy?) cínica que es. Fuertes palabras, lo sé. Pero no soy de los que rehúyen la obligación de fundar sus afirmaciones.
Vamos con lo primero: inútil.
Tome usted el proyecto y lea –una lectura adictiva y apasionante, se lo debo advertir– en especial el Boletín 16079-02. Los intentos por enrielar lo que debería emanar del criterio del uniformado –un bien escaso, lo admito– y de la sanción penal contra la crueldad, son casi cómicos: “solo se empleará la fuerza cuando sea estrictamente necesaria para el cumplimiento del mandato recibido” es como descubrir el hilo negro. No se me habría ocurrido tener que decirle a Carabineros que use la fuerza solo cuando sea necesaria, aunque con ellos tal vez la aclaración no esté totalmente demás.
El mismo boletín nos dice que la proporcionalidad concurre “cuando la fuerza se utiliza en la magnitud, intensidad y duración necesarias para lograr el control de la situación, atendiendo al grado de cooperación, resistencia o de agresión que se enfrente”.
Esto supone situaciones graves (tampoco, limitado como soy, se me habría ocurrido advertir esta exigencia). Y dice el boletín: “La gravedad de una amenaza se determina por la magnitud de la agresión, la peligrosidad del agresor, sea individual o colectiva, las características de su comportamiento ya conocidas, la posesión o no de armas o instrumentos para agredir y la resistencia u oposición que se presenten”. Una comprobación simple.
Y sobre la racionalidad, nos dice el boletín: “Constituye uso racional de la fuerza el ejercicio adecuado de esta, es decir, apreciando la realidad de las circunstancias al momento de los hechos, conforme al lugar y contexto de los mismos, y teniendo en cuenta todos los principios anteriores. El examen de racionalidad no requiere igualdad o equivalencia de los medios empleados”.
Pero creo que todas estas directrices no sirven de nada en verdad. Eso de que el uso racional de la fuerza es su ejercicio adecuado es como decir que correr rápido es imprimir velocidad al propio desplazamiento, que alumbrar es iluminar, todo lo cual deja a la frase vacía, como un balón sin aire, como un guante sin mano, como un guatero sin agua, si se me permite el arranque poético.
Las reglas del Código Penal, reproducidas en lo pertinente en el Código de Justicia Militar, ya eran suficientes, porque siempre habrá de debatirse ante un tribunal temas como las circunstancias, el contexto, la racionalidad, etc. Nuestra obsesión por la ley nos impide ver que la mayor parte de las veces los temas deben resolverse caso a caso, debiendo contar, para ello, con jueces inteligentes que creen una jurisprudencia sensata y con uniformados a los que en verdad les importen los demás y no vean a los manifestantes como un cardumen al que dispararle indiscriminadamente.
Y cínica, me he atrevido a decir. Juan Francisco Lobo, en una reciente columna en El Mostrador, dice que en el Manual de Doctrina y Código de Ética de Carabineros de Chile sus funcionarios hacen este compromiso: “emplear la fuerza que me otorga la ley para el cumplimiento de mis funciones de manera racional y proporcional, con un irrestricto respeto por los derechos humanos”.
Y que en el “ethos” del Ejército de Chile se destaca la virtud cardinal de la justicia. Todo esto, según Lobo, emana del carácter profesional de nuestras Fuerzas de Orden y Seguridad Pública y nuestras Fuerzas Armadas.
Ya…
Más de 460 personas con estallidos oculares. Muy profesional no me parece. Y un ejército que hasta hoy ha olvidado la virtud cardinal de la justicia al no entregar datos de tantos desaparecidos. Perdone mi fe tambaleante.
Es cínico todo esto, además de inútil, porque no se busca cuidar a las personas, proteger los derechos humanos o evitar las brutalidades cometidas en el llamado estallido social: al menos la derecha, con un incomprensible acompañamiento musical de una izquierda cada día menos izquierdista, busca que la crueldad no rinda cuentas.
Leí, no sin esfuerzo, el libro de Claudio Crespo, “Honor y traición”. Destila el excarabinero un odio a los que llama “izquierdistas” que impresiona, aunque al comienzo nos cuente cómo socorre y alimenta a los necesitados. Cuando quería darle el beneficio de la duda –algo que no logro controlar–, su frasecita “Te vamos a sacar los ojos” me permitió establecer su perfil con más claridad. Es del mismo cuño de Johannes, el Kaiser que Chile necesita según algunos –sobre todo su hermano, que cree que los nazis eran socialistas–.
A propósito del mismo caso Crespo, Johannes Kaiser Barents von Hohenhagen reclama que debieron haber disparado “munición real” e insiste en que los protocolos son “cuentos” que duran “hasta que empiezan a volar las piedras y empiezan a volar las molotovs”. Como Carter, que estaba chato con los derechos humanos.
O en el estilo de la candidata Matthei, que no era pinochetista, aunque haya viajado a Londres a gritar por la libertad del dictador y haya hecho un llamado a boicotear productos españoles e ingleses; la misma que alega que las muertes de personas durante la dictadura eran inevitables. Puede que a la mayoría no le importe votar por gente que desprecia los derechos humanos, y la tengamos de presidenta.
O en el estilo de los grupos económicos que mantienen aplastados a los mapuches, a quienes no piensan devolverles lo robado nunca. O en el de un gobierno de izquierda que tiene militarizado el wallmapu que nunca iba a militarizar.
Los derechos humanos, nuestro eterno pariente pobre, el que todos desprecian.
Inútil y cínico, así empezó esta columna. Y así termina.