
El crimen no está afuera, está dentro
Durante años, hablar de crimen organizado era pensar en bandas armadas, narcotráfico y delitos violentos. Eso cambió. Hoy el crimen se viste de formalidad, entra por la puerta del mundo empresarial y opera a través de sociedades legales, boletas, licitaciones, fundaciones y contratos que, en el papel, parecen correctos.
Según el Ministerio del Interior, más de 60 organizaciones criminales estructuradas operan en Chile. El fenómeno dejó de limitarse a las fronteras o a sectores vulnerables; ahora circula por el curso habitual de muchas empresas, aprovechando las grietas que deja la falta de controles efectivos.
Tanto es así, que la Unidad de Análisis Financiero (UAF) informó un aumento del 41,5 % en los Reportes de Operaciones Sospechosas entre 2023 y 2024. Cada vez son más los casos de compañías que, sin saberlo, prestan servicios a estructuras ilícitas o canalizan recursos que terminan financiando al crimen organizado. La cifra no sólo evidencia un problema de volumen, sino también de la sofisticación del delito económico y su silenciosa penetración en empresas de todos los tamaños.
A partir de junio de 2025, la Circular N°62 de la UAF obliga a más de 8.000 entidades a demostrar trazabilidad, reportar inconsistencias, capacitar a sus equipos, gestionar riesgos reales, habilitar canales de denuncia activos e identificar y monitorear al beneficiario final. Este último punto es crítico: muchas veces quien firma los contratos no es quién mueve realmente los hilos.
La mayoría de las empresas no tiene el tiempo, los equipos ni el presupuesto para crear un modelo de cumplimiento desde cero. Muchas ni siquiera cuentan con procesos básicos. La alternativa habitual son consultorías que entregan soluciones genéricas.
Pero el resultado es predecible: cumplen en el papel, pero no protegen, no detectan ni previenen.
Esto no sólo representa un problema ético; es un riesgo estratégico. El cumplimiento normativo no es un favor al regulador, es el escudo que protege a las empresas de un escándalo que puede costarle reputación, clientes, socios y hasta su existencia.
Es por ello que el compliance no puede ser una acción aislada: debe ser una práctica transversal, integrada al negocio y vivida en todos los niveles de la organización. No basta con cumplir en el papel: hay que operar bien en la práctica, detectar riesgos a tiempo y actuar.
Muchas empresas creen estar protegidas con manuales, políticas anuales, capacitaciones online y canales de denuncia olvidados. Pero eso no es cultura de cumplimiento, es decoración institucional.
Por eso es clave gestionar riesgos de forma efectiva, automatizar procesos, habilitar canales de denuncia que funcionen y aplicar criterios de debida diligencia sobre terceros. Cuando se instala una cultura real de cumplimiento, los equipos no solo cumplen: identifican riesgos, levantan alertas y toman decisiones bajo otros criterios. Esta conversación interna, aunque incómoda al principio, fortalece a las organizaciones en el largo plazo.
Hoy el crimen organizado no necesita metralletas para infiltrarse, basta una licitación mal controlada, una sociedad no revisada o un proveedor no chequeado. El riesgo no está en la mala fe, sino en la falta de estructura.
Es por ello que el sector privado no puede seguir actuando como si este fuera un problema del Estado. Si las empresas no fortalecen sus controles, cultura y sistemas de integridad, las redes criminales seguirán avanzando, porque ellas sí tienen estrategia.