
Bipolaridad en primera persona: Cómo un diagnóstico adecuado nos puede salvar la vida
Mi nombre es Alba Catalán, soy profesora y magíster en filosofía. Y aunque he estado toda mi vida en las tonalidades del universo bipolar, hace tan solo dos años que me lo diagnosticaron.
Bipolar como Virginia Woolf, Van gogh y Alejandra Pizarnik. También hay referencias a que Einstein era bipolar. Y en esta oportunidad voy a contar cómo mi diagnóstico no solo me sacudió el mundo, sino que también me conectó con una parte de mí que no sabía que existía.
Siempre tuve la sensación de que algo en mí era diferente y no encajaba con el resto. Mientras otros parecían vivir en un mundo de reglas simples como “despiértate, trabaja, come, duerme”, yo vivía en una montaña rusa emocional, pero claro, nunca pensé que podría tratarse de un trastorno mental.
En mis mejores momentos todo brillaba, las ideas fluían y de alguna forma sentía el mundo a mis pies. ¿el problema? esa euforia me hacía hacer cosas cuestionables moralmente y otras sin ningún sentido. Por ejemplo, gastaba dinero en cosas que no necesitaba, no sé, una colección completa de cocina siendo que odio cocinar o, una cama super King viviendo sola.
Además buscaba todo lo que me hiciera sentir adrenalina de todos los modos posibles. Así fue como pasaba de sentirme en la cima del mundo a no tener fuerzas ni para salir de la cama. ¿Algún día han sentido que podrían conquistar el mundo, o sentirte como una rockstar pero al día siguiente no tienen energía ni para lavar los platos?
La peor crisis de bipolaridad antes del diagnóstico se manifestó después de un evento devastador: la muerte de mi madre. Ese dolor me destrozó, porque perdí el único amor incondicional que jamás había conocido; el apoyo inquebrantable que ella me brindaba.
Perdí esa conexión tan profunda que teníamos, esa especie de lenguaje secreto entre nosotras que solo las madres y sus hijos pueden entender. Ya no estaban nuestras conversaciones, ni nuestras risas, ni ese vínculo tan esencial que me mantenía en pie, que me servía de ancla en los momentos más oscuros.
La sensación de vacío era insoportable. Y como todavía podía ser peor, comencé a oír voces oscuras, crueles, que me ordenaban quitarme la vida, voces que parecían absorberme y someterme a su poder.
Fue en ese punto, cuando todo parecía derrumbarse a mi alrededor, que tomé la decisión de buscar ayuda. Sentí que no podía seguir enfrentando ese dolor sola, sin entender lo que me estaba pasando, sin poder identificar si era la tristeza de la pérdida o algo más profundo y complicado.
El constante conflicto en mi mente, las emociones desbordadas, las voces que me atormentaban y los consejos de las personas más cercanas, me llevaron a dar el paso hacia un psiquiatra. Era un acto de supervivencia, un intento de encontrar respuestas, de encontrar algo que me ayudara a comprender lo que estaba viviendo y, quizás, a reconstruir la vida después de la pérdida más grande que he experimentado.
Después de la muerte de mi mamá, uno de los momentos más extremos de mis tonalidades ocurrió durante mi magíster. Pasé dos años bloqueada, sin poder escribir ni el índice, pero luego, en una fase de hipomanía, terminé haciendo mi tesis ¡en un mes y medio! Al punto que mi tutor me preguntó si le había pagado a alguien para que me la editara. Este cambio radical fue una de las últimas señales que hicieron sospechar a mi psiquiatra de que tuviera bipolaridad.
Desde ese momento comenzó el proceso de negación, resignación, aceptación y redescubrimiento. Inicialmente no lograba procesar el hecho de padecer un trastorno del que nunca iba a mejorar. Pensaba, desde mi ignorancia, en todos los prejuicios y etiquetas relacionadas a esta enfermedad, lo que con el tiempo se transformó en aceptar que un tratamiento adecuado podía estabilizarme durante años; lo que se conoce como eutimia.
Así fue como mis redes de apoyo (incluyendo mi trabajo) comenzaron a activarse y convertirse en un aspecto esencial de mi tratamiento y, por mi parte, di con una fundación que mediante terapias grupales me hicieron sentir acompañada y comprendida. Lentamente mis pensamientos de autosabojate comenzaron a diseminarse.
Si hay algo que quiero que se lleven de esta historia, es que las tormentas pueden parecer interminables, pero el caos (y esto lo digo con conocimiento de causa), puede ser una luz verde, una forma un poco cruda que nos obliga a reorganizar nuestras vidas para mejor, aunque en el momento no lo veamos. Lo importante es buscar ayuda pues, sin este importante paso, es imposible enfrentar y salir de una crisis.
En la actualidad me encuentro en un proceso de estabilización después de una terrible recaída. Sin embargo, estoy segura de que junto a mis redes de apoyo, el tratamiento adecuado y el apoyo terapéutico, como el ave Fénix, nuevamente volveré a salir de ésta.