
Crimen organizado, capitalismo y la advertencia de Giovanni Falcone
En una entrevista al canal cultural europeo ArteTV, el escritor italiano Roberto Saviano -autor del libro Gomorra de 2006- recordó una conclusión decisiva del juez Giovanni Falcone, asesinado por la mafia en 1992: el crimen organizado no es un rezago del pasado, sino la vanguardia del capitalismo.
Esta afirmación, lejos de ser una simple denuncia moral, exige una lectura estructural de las formas actuales del poder económico, donde la legalidad e ilegalidad se entremezclan en redes complejas que socavan la institucionalidad democrática.
La noción de “vanguardia” no es meramente provocativa. Saviano señala que las organizaciones criminales adoptan y radicalizan los principios de eficiencia, maximización de ganancias y expansión territorial, sin los límites éticos ni legales que restringen -al menos formalmente- al mercado regulado.
Lo que observamos en estas estructuras es una lógica empresarial llevada su extremo: violencia como mecanismo de control, territorios como espacios de inversión, y una profunda capacidad para adaptarse al contexto global mediante prácticas financieras sofisticadas.
Esta tesis no es ajena a la realidad chilena. Desde hace más de una década, diversos informes han advertido sobre la expansión de carteles extranjeros -principalmente venezolanos y colombianos- en regiones fronterizas y portuarias del país.
A ello se suma la articulación de bandas locales que, lejos de actuar de forma improvisada, operan con grados crecientes de planificación, lavado de activos y control de circuitos sociales periféricos. La narcoestética, la corrupción policial, los asesinatos por encargo y la disputa de territorios, ya no son excepciones: se vuelven síntomas de una reorganización del poder a escala subterránea.
Si Giovanni Falcone vislumbró que la mafia era una forma moderna de economía política, Chile enfrenta hoy un fenómeno análogo. El crimen organizado interpela el modelo de desarrollo que ha privilegiado la desregulación, la privatización y el repliegue institucional. En zonas donde la presencia estatal es intermitente o débil, la economía ilegal no solo crece, se naturaliza, se infiltra y en ocasiones se legitima como fuente de orden, sustento e identidad comunitaria.
Los lectores debieran tener conocimiento de las palabras de Saviano y las conclusiones del juez Falcone. El desafío, por tanto, no es meramente policial -basado en la lógica de “mano dura”- ni estrictamente legislativo. Es, antes todo, político y ético.
Aquello implica comprender que la criminalidad organizada constituye una forma de poder que prospera allí donde el sistema consiente, tolera o incluso pacta. Es allí donde las palabras de Falcone cobran sentido. La mafia -o su equivalente contemporáneo- actúa como un actor que anticipa, con ferocidad, las consecuencias de una economía desprovista de alma.