
La guerra. La mala memoria
Berlín, Alemania, 22.43 horas del martes 8 de mayo de 1945, hace 80 años, en la destruida ciudad se oyen múltiples explosiones de cañones de gran calibre y disparos de ametralladoras. Mueren soldados germanos y también soviéticos.
Con estas últimas víctimas la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas sumará veinte millones de personas fallecidas en la Gran Guerra Patria, esa lucha a muerte contra el fascismo, que ese estado libraba desde fines de junio de 1941.
Esa noche en Berlín, siguiendo las órdenes del mariscal Gueorgui Zhúkov, los militares rusos están limpiando de fascistas el centro de la antigua capital prusiana, mientras en el gran salón de la Academia Militar de Ingeniería se firma el acta de rendición alemana.
En representación de ese país el encargado de hacerlo es el mariscal de campo, Wilhelm Keitel. Una vez rubricado el documento, Zhúkov exige que la delegación derrotada salga de la habitación. Minutos después, a las 23:01 del martes 8 de mayo, las armas en Europa, por primera vez en seis años, callan.
El día anterior, en el salón de clases de una escuela de Reims, Francia, se realizó una primera ceremonia de rendición. Allí, “Los abajo firmantes, actuando en representación del Alto Mando alemán, aceptamos la capitulación incondicional de todas nuestras fuerzas armadas en tierra, mar y aire, así como todas las fuerzas armadas actualmente bajo el mando alemán, al Alto Mando del Ejército Rojo y, al mismo tiempo, a las fuerzas aliadas expedicionarias”.
En el momento de la firma, el general Smith lo hace por Gran Bretaña y Estados Unidos. Enseguida entrega los documentos al general François Sevez para que firme por Francia y después los traspasa al general Iván Susloparov para que lo haga por la Unión Soviética. Alfred Jodl, por Alemania, fue el último en firmar. La ceremonia duró cinco minutos, en las que se rubricaron las cuatro copias y la orden para el desarme de la armada germana que fue sellada por el almirante inglés Harold Burrough, como jefe naval aliado.
Al momento en que las armas se silencian en Europa, por la diferencia horaria, en Santiago de Chile son las 17:01 de ese mismo martes 8 de mayo. La tarde otoñal comienza a despedirse dando lentamente paso a la oscuridad. La capital luce melancólica con los árboles de la Alameda ya sin hojas.
Los hombres y las mujeres que miran los carteles iluminados de los numerosos cines lucen sus abrigos de invierno comprados en la Casa García o Los Gobelinos. Los diarios que estaban comenzando a imprimir la edición del día siguiente tuvieron que, apresuradamente, “parar las prensas”, para alcanzar a colocar en sus portadas la rendición alemana en Berlín que transmite el informativo radial, “El Repórter Esso”.
Desde temprano en la mañana del miércoles 9 de mayo de 1945, la gente se agolpa frente a los quioscos de calle Ahumada para leer los titulares de los diarios o compra un ejemplar a un canillita que al trote va voceando: “La gueeerrraaaa en Europa ha terminadooo, la gueeerrraaaa en Europa ha terminadooo. Vea la declaración de la rendición alemanaaaa”.
En los matutinos, entre otras noticias, se puede leer la comunicación del ministro de Relaciones Exteriores chileno, Joaquín Fernández Fernández realizada en San Francisco, Estados Unidos, que expresaba: “En nombre de Chile rindo homenaje de admiración y gratitud a Gran Bretaña, Estados Unidos, la Unión Soviética y Francia, cuyos pueblos, Gobiernos y fuerzas armadas consumaron la victoria”.
Ese mismo día, el Senado y la Cámara de Diputados homenajearon a los vencedores de la Alemania fascista, con discursos de todas las fuerzas políticas. El senador socialista Guillermo Azócar expresó: “Hay que rendir justo homenaje señor Presidente, a los hombres que dirigieron esta guerra, que organizaron la defensa. Sus nombres serán grabados en nuestras mentes, serán considerados en la historia como los mejores benefactores de la Humanidad en este siglo. [Franklin D.] Roosevelt, [Iósif] Stalin y [Winston] Churchill, estos tres grandes genios que produjo este siglo, vinieron al mundo para salvar a la humanidad”.
El regocijo de nuestros compatriotas por la derrota del nazismo fue enorme. El gobierno designó el 8 de mayo como el “Día de la Victoria”. En las calles de muchos pueblos, como en Conchalí, hubo desfiles, evento que se realizó el martes 15 de mayo, en que participaron todas las fuerzas vivas de la comuna; también en Valparaíso, Los Andes y Chillán. Los edificios gubernamentales y las casas particulares de todo el país colocaron la enseña tricolor con la estrella solitaria.
Las radios, por su parte, transmitieron programas especiales durante días, contando los pormenores de la victoria aliada que transformaron en conocidos a los generales victoriosos como el estadounidense George Patton; el francés Philippe Leclerc o el soviético Vasili Chuikov que había defendido Stalingrado y conquistado Berlín.
A los festejos se unió la Iglesia Católica. Para ello, el cardenal de Santiago, José María Caro convocó a un Tedeum por el éxito de los ejércitos aliados, que se realizó el domingo 13 de mayo en la Catedral. Las escuelas primarias de todo el país hicieron un acto en homenaje a las Naciones Unidas el sábado 12, y el lunes 14 a las 19 horas las escuelas primarias de Santiago hicieron algo similar.
Además, la Escuela de Adultos hizo un evento del mismo tenor en la Casa Central de la Universidad de Chile. Por su parte, la Confederación de Trabajadores de Chile en una declaración pública expresaba: “en este día, día de la victoria de los pueblos, [la C. T. CH.] saluda fraternalmente a los trabajadores de América y del mundo que han contribuido sin reservas egoístas a derrotar en Europa la barbarie nazi-fascista (…)”.
A las celebraciones se unieron las tiendas comerciales que colocaron avisos en la prensa saludando a los vencedores, como la Casa Muzzo de Santiago; la Casa Davis hizo un coctel de festejo que publicitaron en los diarios.
El sábado 22 de mayo, en los salones del segundo piso del Hotel Carrera, se realizó la Fiesta de la Victoria a la que concurrió lo más granado de la sociedad santiaguina. También, una cena por el triunfo aliado tuvo lugar en los exclusivos salones del Club de la Unión en el centro de la ciudad ese mismo fin de semana.
Un concierto de las bandas militares llamada “Retreta de la victoria” se materializó en la Plaza de la Constitución, a las 11 horas del domingo 13 de mayo. Entre las obras interpretadas estuvieron las marchas “It's a Long Way to Tipperary”, de Jack Judge y Harry Williams, y “El Príncipe Igor”, de Alexander Borodin.
Así, la victoria en la guerra de las fuerzas aliadas fue percibida como un acontecimiento realmente importante por los chilenos de todos los estratos sociales. En esos días se dieron vivas a los países vencedores, especialmente a la Rusia soviética artífice principal de la hazaña.
En 1948, solo tres años después, la situación era radicalmente distinta. Las relaciones entre Chile y la URSS dejaron de existir, olvidándose rápidamente la contribución de ese país al triunfo sobre el fascismo, imponiéndose un velo de mala memoria entre nuestros compatriotas durante dos décadas.