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Neoliberalismo a la chilena: Ricos extremos y pobreza estructural
Agencia Uno

Neoliberalismo a la chilena: Ricos extremos y pobreza estructural

Por: Jorge Olguín Olate | 18.04.2025
El neoliberalismo no ha fracasado. ¡Claro que no, ya que funciona y ha funcionado exactamente como fue diseñado hace más de 50 años! Genera crecimiento sin redistribución real de la riqueza, convierte derechos sociales en productos, y finalmente a muchos les ha hecho creer que nuestra pobreza es responsabilidad individual.

Recientemente se publicó el último ranking de la revista Forbes, donde el oligarca de extrema derecha, Elon Musk figura como la persona más rica del planeta, con una fortuna estimada en US$342.000 millones.

En el caso de Chile, Iris Fontbona, viuda de Andrónico Luksić, es la persona más acaudalada del país, con una fortuna de US$28.100 millones, superando al cuestionado empresario ligado a SQM y exyerno del fallecido dictador Pinochet, Julio Ponce Lerou, quien se ubica en segundo lugar, con una fortuna estimada de US$2.300 millones.

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Los últimos antecedentes ocurren en un país donde el sueldo mínimo apenas supera los US$500 mensuales, y el índice Gini, que mide la desigualdad de los países, se mantiene en una altísima cifra de 43 puntos.

Todas esas cifras evidencian uno de los principales puntos negativos del neoliberalismo: la altísima desigualdad económica que genera al interior de las sociedades.

En el caso de Chile, dicha desigualdad deja en evidencia que no es una simple falla que se soluciona por el “chorreo de capitales”, como decían los economistas Chicago Boys, sino que es el núcleo funcional que explica gran parte de las fracturas sociales que nos aquejan hoy en día como país.

¿Pero cómo se pueden relacionar las fracturas sociales que aquejan a un país con un modelo que es considerado “exitoso” por la banca y las élites?

Primero, debemos establecer que el neoliberalismo es más que una teoría económica, ya que en la práctica es un sistema de organización social que mercantiliza y monetiza todos los aspectos de nuestras vidas. De esa manera, moldea y ha moldeado no solo nuestra economía, sino que también nuestra vida social, política y cultural.

Como argumenta el destacado geógrafo David Harvey, el neoliberalismo no se limita a ser una política económica, sino que implica una reorganización profunda de la sociedad bajo la lógica del mercado.

De esa manera, al estudiar el pensamiento de Jaime Guzmán, mentor político del neoliberalismo, fue el factor cultural-religioso lo que finalmente lo convenció de apoyar con todas sus fuerzas el modelo neoliberal que, en un inicio, era visto por él como un asunto estrictamente economicista.

Fue de esa manera que el neoliberalismo como política económica formó parte de un dogma ideológico de fundamento cristiano católico, donde si la arquitectura del cielo es interpretada como desigual, dígase Dios, los ángeles, los arcángeles, etc.; su arquetipo en la tierra también lo sería.

Así, para ellos la concentración de la riqueza ya no sería un “pecado”, sino que formaría parte de un entramado teopolítico fundamentado en que “Dios así lo quiere.

Ese dogma ideológico comenzó a gestarse en Chile bajo su última dictadura, puesto que nuestro país se transformó en el principal laboratorio fundacional del neoliberalismo.

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Hoy, más de 50 años después, los efectos están a la vista: una desigualdad naturalizada, un mercado descontrolado que lo absorbe todo y una sociedad que, salvo por momentos, como los vividos entre los años 2019-2020, acepta como normal lo que debería escandalizarla.

Pero, ¿cómo el neoliberalismo destruye nuestro tejido social?

Si bien la respuesta es compleja, en fácil podemos decir que, al promover la competencia como valor supremo a seguir, no solo en ámbitos financieros, donde resulta comprensible que se opere bajo la metáfora de la “mano invisible” que regula la oferta y la demanda bajo el capitalismo, resulta que en nuestro país los múltiples casos de colusión que hemos enfrentado en los últimos años, que van desde alimentos esenciales para nuestra población, como el pollo, hasta medicamentos y papel higiénico, evidencian que tal competencia capitalista no existe como tal, sino que opera bajo la lógica del cartel neoliberal.

Asimismo, la falta de Estado que hoy muchos “expertos” reclaman, ya sea en ámbitos como la regulación financiera o de la crisis de seguridad que estaríamos viviendo, también obedece a otro de los principios del neoliberalismo que se ha implementado ya por más de media década en el país, como es la idea de reducir el tamaño del Estado, relevándolo a un simple rol subsidiario en muchas áreas, donde servicios esenciales, como los estratégicos de la luz, el gas y el agua, están en manos privadas.

Y por último, si lo anterior no fuese suficiente, el paso siguiente es evidenciar que cuando se nos presenta un problema social, de salud, educacional, de pensión o laboral, evidenciamos que muchos de nuestros derechos sociales son finalmente productos transables en las bolsas de comercio del mundo, y que más que usuarios de un sistema público, finalmente terminamos siendo clientes del mismo.

En definitiva, por ahora debemos ser serios y rigurosos al afirmar que el neoliberalismo no ha fracasado. ¡Claro que no, ya que funciona y ha funcionado exactamente como fue diseñado hace más de 50 años!

Genera crecimiento sin redistribución real de la riqueza, convierte derechos sociales en productos, y finalmente a muchos les ha hecho creer que nuestra pobreza es responsabilidad individual y, por ende, nuestro oponente social es otro “pobre” cuya situación socioeconómica puede ser igual o peor que la nuestra.    

Debemos preguntarnos entonces: ¿será que el principal problema social del modelo neoliberal hoy radica en haber normalizado sus injusticias? 

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