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El horror jamás será inevitable
Agencia Uno

El horror jamás será inevitable

Por: Ana María Gazmuri y Felipe Allende | 18.04.2025
Quienes hablan de la “inevitabilidad” del horror no están reconociendo un fracaso, están justificando una masacre. Están relativizando la dignidad humana. Están diciendo, entre líneas, que lo que vivieron miles de familias chilenas fue el costo necesario para evitar un modelo político que no les gustaba.

Recientemente, Evelyn Matthei -exsenadora, exministra del gobierno de Piñera, exalcaldesa y presidenciable de la derecha chilena- dijo que el Golpe de Estado de 1973 “era necesario” y que “probablemente al principio, en 1973 y 1974, era bien inevitable que hubiesen muertos”.

Lo dijo sin temblarle la voz. Lo dijo como si fuera una frase técnica, una observación quirúrgica sobre un pasado inevitable. Como si las ejecuciones sumarias, las desapariciones, las violaciones, las torturas, el exilio fueran daños colaterales justificables. Como si la vida de las personas que luchaban por un país más justo pudiera sacrificarse en nombre de una supuesta estabilidad.

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Lo que dijo Evelyn Matthei no es una opinión más. No es una interpretación legítima del pasado. Es negacionismo. Es una forma sofisticada de justificación histórica. Es la versión políticamente correcta de quienes todavía, medio siglo después, creen que matar, desaparecer, torturar y violar era necesario para salvar a Chile de sí mismo.

Grave nos parece que la candidata Matthei reivindique las atrocidades de la dictadura y considere "necesario" el asesinato de chilenas y chilenos. Pero más grave aún resulta ver que esto no es solo un desvarío personal, si no que las bancadas de parlamentarios de derechas se pliegan a los dichos de su abanderada principal.

Lo espantoso es darse cuenta de que estarían dispuestos a volver a asesinar si ellos consideran que las circunstancias lo ameritan. Así con el negacionismo, corroyendo a la que, hasta hoy, se hacía llamar derecha democrática y había abrazado el "Nunca Más". Ya lo sabemos, su versión de democracia es acomodaticia y reñida con los principios básicos que debiesen sustentarla. Lo más bajo que han caído. Esto no puede ser aceptado con silencio.

Porque no. No era inevitable que hubiera muertos. Nunca lo es.

No era inevitable detener a dirigentes sindicales.

No era inevitable tirar cuerpos al mar.

No era inevitable violar mujeres con perros.

No era inevitable robar niños y niñas a sus madres.

No era inevitable tener campos de concentración en plena capital.

No era inevitable torturar a adolescentes.

No era inevitable destruir la democracia para “salvarla”.

Quienes hablan de la “inevitabilidad” del horror no están reconociendo un fracaso, están justificando una masacre. Están relativizando la dignidad humana. Están diciendo, entre líneas, que lo que vivieron miles de familias chilenas fue el costo necesario para evitar un modelo político que no les gustaba.

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Y luego, para cerrar el día, Matthei escribe una publicación en “X” que intenta matizar sus dichos, culpando “a todos los sectores políticos” del quiebre democrático. Esa falsa equidistancia no resiste el menor análisis: fue la izquierda la que puso los muertos, las personas desaparecidas, exiliadas, torturadas, a las y los mutilados, los hijos e hijas robadas. No fueron todos. No fue simétrico. No fue inevitable.

Hoy, con una derecha envalentonada que coquetea con la extrema, con un Partido Republicano y Nacional Libertario que levanta discursos de odio sin pudor, y con candidatas que normalizan el Golpe como si fuera una necesidad histórica, es urgente decirlo con toda claridad:

No podemos tolerar el negacionismo.

No podemos aceptar que el horror sea debatido como si fuera un matiz ideológico.

No podemos permitir que la democracia se construya sobre la impunidad del pasado.

Esto no se trata de volver al pasado. Se trata de evitar que vuelva.

Porque el negacionismo de hoy es la puerta de entrada al autoritarismo de mañana.

Y si no somos capaces de responder con fuerza, con memoria y con convicción, seremos cómplices del silencio.

No queremos vivir en un país donde se enseñe que matar por miedo está bien. No queremos que la actual generación, y las que vienen, tengan que volver a llorar a sus compañeras y compañeros, esta vez con redes sociales y cámaras HD.

No queremos una democracia sin alma.

Porque nunca, nunca fue inevitable matar.

Y quien lo diga, no merece gobernar Chile.

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