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El teatro del absurdo
Foto de Daniel Noemi

El teatro del absurdo

Por: Daniel Noemi | 14.04.2025
El derecho a protestar y la libertad de expresión son, supuestamente, pilares de la sociedad estadounidense. Es la primera enmienda a la constitución, a fines del siglo XVIII. Pero ahora ello parece desvanecerse como todo lo sólido. Y lo que surge es miedo. Un miedo que (me) recuerda un tiempo viviendo en dictadura, en el que nada se movía, ni siquiera una hoja, sin que él lo supiera.

El teatro del absurdo

Los pingüinos de las islas McDonald, a unos 4000 kilómetros al suroeste de Australia, se deben estar preguntando qué han hecho para que les hayan impuesto un arancel del 10% a todas sus exportaciones.

-¡Te dije que teníamos que usar Signal para que no nos descubrieran! -se oyó que la alcaldesa pingüina le decía al secretario pingüino- Y ahora, ¿qué haremos?

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Vaya a saber uno. Tampoco es que haya mucha gente en la isla que pueda ayudar. Como no vive nadie ahí. Yo tenía pensado irme a vivir pa’llá, pero con esto del 10% me entraron las dudas. Además, hace mucho frío.

Pero parece que a Trump le gusta el frío: tiene todas las ganas de conquistar Groenlandia y de hacer de Canadá el 51 estado (lo que no sé si ha calculado de esto, es que los canadienses sí que votan más a la izquierda).

Porque no ha dicho nada de convertir a México en el 52 o a El Salvador, aunque con Bukele ya que más o menos lo es…. Como diría Ionesco: “un nuevo silogismo: todos los gatos mueren; Sócrates está muerto. Sócrates es un gato”.

El teatro del terror

No lejos de donde vivo, en Boston, Rumeysa Ozturk fue arrestada, al frente de su casa, por hombres vestidos de civil. Llevada en secreto a una prisión a miles de kilómetros. Estudiante de doctorado en la Univesidad de Tufts, de nacionalidad turca, con visa de estudiante.

Como miles de otras y otros, había participado en protestas a favor de Palestina y escrito algo sobre ello. Pero ICE (los que arrestan, la policía de inmigración), la eligió para mostrar lo que se viene.

El derecho a protestar y la libertad de expresión son, supuestamente, pilares de la sociedad estadounidense. Es la primera enmienda a la constitución, a fines del siglo XVIII. Pero ahora ello parece desvanecerse como todo lo sólido. Y lo que surge es miedo. Un miedo que (me) recuerda un tiempo viviendo en dictadura, en el que nada se movía, ni siquiera una hoja, sin que él lo supiera.

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Ahora es Trump que, Boric tiene razón, tiene ansias imperiales y un desdén no solo por la democracia sino también por la libertad y el disenso. No ayuda, por cierto, un Congreso que para mantener un par de favores (y dólares) no se atreve a hacer nada, que acepta la aplanadora de decretos de estos primeros meses; un partido republicano que de republicano tiene poco y nada; un partido demócrata que solo ahora ha comenzado a hablar (la literalidad de las 25 horas de Cory Booker, el senador que sin ir al baño estuvo todo ese tiempo despotricando, es, bueno… literal).

El teatro de la esperanza

Llovía hoy; lluvia helada. Día de primavera escondida, de primavera cero, día de protesta, de hands off, de quita tus manos, de manso afuera, de no (me) toques mi cuerpo, la ciencia, la educación, mis derechos, mi puta vida, de wtf, qué mierda está pasando, qué se puede hacer.

Y en el frío, en la lluvia que cae, cruzamos sonrisas, y sabemos que en otros (dicen que en 1500) lugares (y que somos miles, millones, dicen), también llueve, pero que estamos diciendo que esto no puede ser así. Que ni Groenlandia ni Canadá ni nada.

Y no al fascismo, y alguien que tiene escrito “primero vinieron por…”, y ahí queda uno, no sabiendo hasta qué punto la comparación vale. Pero sea o no sea, hay un viejo hermoso, barba larga y una pancarta que dice: “el poder de la gente es más grande que el poder de la gente en el poder”.

Y yo le sonrío y él sonríe de vuelta y me dice (en silencio) que él ha estado en esta antes, que no es la primera vez –cuando el napalm ardía en Vietnam; cuando bombardeaban La Moneda, cuando Mandela llevaba más de veinte años en cana, cuando Sarajevo lloraba su miedo, cuando las bombas caían en Irak y también, cuando antes de ese antes, cantaban no pasarán-, ni tampoco será la última.

La lucha continúa.

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