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Mega sequía en Chile: Cuando la educación ambiental también es política
Agencia Uno

Mega sequía en Chile: Cuando la educación ambiental también es política

Por: Felipe Kong y Luís Rodrigo Arrué | 12.04.2025
La sequía no debería ser solo un fenómeno climático que se analiza con estadísticas o modelos. Es, ante todo, un problema político y ético. Está en juego nuestra vida, el desarrollo económico sustentable y la conservación de la biodiversidad, que hace de Chile un país único.

Las lluvias del año 2024, aunque celebradas por muchos, no fueron suficientes para revertir la mega sequía que afecta a Chile desde hace más de 15 años. Esta crisis hídrica prolongada no solo se refleja en la disminución de las precipitaciones, sino también en la reducción de caudales de ríos, lagos y acuíferos, alterando gravemente los ecosistemas y modos de vida en vastas zonas del país. En este contexto, la educación ambiental se torna una herramienta clave, no sólo para comprender el fenómeno, sino para transformarlo.

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Aunque es común recibir consejos sobre el uso racional del agua –como cerrar la llave al cepillarse los dientes o tomar duchas más breves–, estas acciones individuales, si bien importantes, no logran por sí solas dimensionar ni revertir la magnitud estructural del problema.

Es necesario trascender la lógica del "buen ciudadano verde" para avanzar hacia una educación ambiental crítica, capaz de interpelar las causas profundas de la crisis y proponer caminos colectivos de acción.

En este sentido, enfoques como el de cuenca hidrográfica resultan esenciales, pues nos recuerdan que lo que ocurre en la parte alta de una cuenca -por ejemplo, la deforestación, la urbanización o las faenas extractivas- impacta directamente a las comunidades aguas abajo.

Desde la ecología urbana, también podemos entender que las ciudades son ecosistemas complejos donde se entrelazan lo natural y lo social, y por ende, donde las soluciones deben considerar tanto infraestructuras verdes como cambios culturales y políticos.

No obstante, estas miradas suelen quedar restringidas al ámbito académico o de la gestión técnica. Pocas veces logran permear la vida cotidiana o el sistema educativo. Existe una disociación preocupante entre los saberes ambientales avanzados y los contenidos escolares, lo que contribuye a una ciudadanía desinformada o desmovilizada frente a los desafíos socioambientales.

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La sequía no debería ser solo un fenómeno climático que se analiza con estadísticas o modelos. Es, ante todo, un problema político y ético. Está en juego nuestra vida, el desarrollo económico sustentable y la conservación de la biodiversidad, que hace de Chile un país único.

El reciente Día Mundial del Agua, celebrado bajo el lema "Conservación de los glaciares", fue una oportunidad para recordar que nuestro país alberga el 76% de los glaciares de América Latina, verdaderas reservas estratégicas de agua dulce y centinelas del cambio climático.

Aunque se han incorporado temas ambientales en el currículo escolar y existen iniciativas estatales y municipales que avanzan en la dirección correcta, estas respuestas siguen siendo tímidas frente a la velocidad y profundidad del cambio climático.

Urge entonces una educación ambiental que no solo informe, sino que también cuestione, movilice y transforme. Que hable del agua no solo como recurso, sino como bien común, y que enseñe a las futuras generaciones a cuidar, gestionar y defender el territorio con conciencia crítica y sentido de comunidad.

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