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Cuando el mundo se reorganiza: El desafío pendiente de América Latina

Cuando el mundo se reorganiza: El desafío pendiente de América Latina

Por: Fabricio Franco | 12.04.2025
El éxito en esta nueva era dependerá menos de seguir doctrinas ideológicas importadas y más de nuestra capacidad para diseñar estrategias pragmáticas adaptadas a nuestras realidades específicas, reconociendo tanto las oportunidades del nuevo escenario global como las lecciones de cuatro décadas de globalización.

La globalización, tal como la hemos conocido, parece estar llegando a su fin. Este proceso, que durante décadas impulsó la competencia e integración económica mundial gracias a avances en comunicaciones y transporte, está cediendo su lugar. La eficiencia, que fue su motor principal, ahora se ve desplazada por consideraciones geopolíticas más urgentes.

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Estamos transitando hacia un nuevo paradigma económico y político. Las dinámicas de poder y las estrategias de desarrollo se orientan cada vez más hacia enfoques regionales y proteccionistas, dejando atrás la interdependencia global. El neoliberalismo, que dominó ideológicamente el actual modelo de globalización, probablemente dará paso a un enfoque con mayor intervención estatal, políticas industriales específicas y énfasis en la capacidad de resistir crisis externas.

Desde los años 80', la globalización transformó la economía mundial. El comercio internacional aumentó notablemente como parte del PIB global, y la inversión extranjera directa ganó protagonismo. Las empresas distribuyeron sus procesos productivos en diferentes países según la conveniencia económica. Este período recibió impulso adicional con la caída de la Unión Soviética y la apertura de economías en Asia, Europa Central y América Latina y el Caribe (ALC).

¿Cómo le ha ido a nuestra región durante esta etapa? Lamentablemente, somos una de las menos beneficiadas, aunque con importantes diferencias entre países.

Entre 1980 y 2023, mientras Asia Oriental crecía aceleradamente, el PIB por habitante en ALC avanzó apenas un 1% anual. Este ritmo fue casi cuatro veces más lento que en Asia, tres veces menor que en Europa Central, y un 40% por debajo del promedio de países desarrollados. Además de modesto, ha sido muy inestable. Países como Chile, Costa Rica, Panamá y Uruguay superaron ampliamente el promedio regional, mientras Argentina, México y varios centroamericanos quedaron rezagados.

Esto sugiere que algunos casos en ALC lograron combinar apertura económica con marcos institucionales estables y políticas sociales que les permitieron beneficiarse del modelo globalizador, potenciando ventajas y mitigando desventajas.

Resulta revelador comparar estos resultados con el período entre los años 50 y fines de los 70, cuando la región creció tres veces más rápido. Durante el periodo "desarrollista", políticas como la industrialización para sustituir importaciones y una mayor planificación económica, pese a sus limitaciones, generaron un crecimiento más sostenido que el logrado durante la era neoliberal.

La situación actual no es alentadora. En la última década, la inversión extranjera ha disminuido como porcentaje del PIB y, como indica la CEPAL, no hemos logrado absorber tecnología ni desarrollar complejidad económica comparable a Asia. La informalidad laboral afecta al 53% de nuestros trabajadores y seguimos siendo la región más desigual del mundo: nuestro 10% más rico concentra cerca del 40% de los ingresos, mientras en países desarrollados esa cifra es del 24%.

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La pobreza, que afecta aproximadamente al 27% de los latinoamericanos, se ha estancado en su reducción desde hace más de una década, igual que la desigualdad. Esto contrasta con las economías asiáticas y de Europa Central, que han mejorado sustancialmente el bienestar de sus poblaciones con un crecimiento más sostenido e inclusivo.

¿Qué hicieron diferente estas regiones en términos de estrategias de desarrollo? En lugar de abrir sus economías abruptamente, Asia mantuvo políticas industriales activas y realizó una apertura gradual. También regularon sus sistemas financieros antes de liberalizarlos, mantuvieron tasas de ahorro e inversión superiores, desarrollaron ventajas en servicios de alto valor, y generaron estructuras con mayor contenido tecnológico. Además, invirtieron significativamente más en educación y formación técnica, y construyeron estados con mayor capacidad técnica para implementar políticas de desarrollo a largo plazo.

Ante el aparente fin del modelo actual, nuestra región enfrenta tanto riesgos como oportunidades. Si Estados Unidos y Europa intensifican sus medidas proteccionistas, podríamos vernos perjudicados. Pero en un mundo donde la seguridad en el suministro y la cercanía geográfica ganan importancia, ALC podría posicionarse estratégicamente en ambos mercados.

Para aprovechar esta oportunidad, necesitamos aprender de las experiencias exitosas de Asia: fortalecer las capacidades estatales, implementar políticas industriales estratégicas, invertir en educación y tecnología, y promover una integración regional efectiva.

El desafío no es simplemente adaptarnos a la nueva arquitectura mundial, sino construir un modelo propio que aproveche nuestras fortalezas y aprenda de errores pasados. Necesitamos una agenda que combine apertura inteligente con políticas activas de desarrollo, evitando recetas uniformes como ocurrió con el "Consenso de Washington".

El éxito en esta nueva era dependerá menos de seguir doctrinas ideológicas importadas y más de nuestra capacidad para diseñar estrategias pragmáticas adaptadas a nuestras realidades específicas, reconociendo tanto las oportunidades del nuevo escenario global como las lecciones de cuatro décadas de globalización.

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