
Después de Gaza y Ucrania, ¿existe la Unión Europea?
Como europeo, me avergüenza la Shoá gazatí. Decenas de miles de muertos desperdigados por un territorio colonizado por un pueblo genocida que se justificó por décadas en base al holocausto sufrido.
Como europeo, me conmociona la guerra de Ucrania, en el corazón de la vieja Unión Soviética, tierra de cosacos y a las puertas de Austria y el camino hacia el centro de Europa occidental. Y digo como europeo porque la vergüenza y la conmoción vienen en gran medida no de los hechos mismos, sino por la inoperancia de la Unión Europea.
La gran solución dada a los conflictos de la 1ª (más bien una guerra europea) y 2ª guerras mundiales adoptó la forma de un acuerdo para construir una institucionalidad que transformara definitivamente a los enemigos en aliados.
El tratado de Roma de 1957 creaba un primer club de los seis que redefinían las fronteras simbólicas de la Europa conocida hasta la época, basada en lógicas imperiales y/o nacionales. Si bien no era el único, en base a este acuerdo, se fundó la Comunidad Económica Europea.
En las décadas posteriores, se irían uniendo otros países, primero lentamente, casos como el Reino Unido en los 70' o España y Portugal en los 80', para pasar después del socialismo real a la situación actual, con 27 miembros. La Unión Europea, nombre adquirido en los años 90', ha sido un canto constante al multilateralismo, apoyado ampliamente por las élites políticas y económicas.
Este gran pulmón de la democracia en el mundo, o así le gusta presentarse, se encuentra en la actualidad en un momento de profunda crisis de sentido, ocultada por los intereses en torno a la misma y la fanfarria constante de gran parte de la clase política en su apoyo.
Su sometimiento a los intereses de los Estados Unidos, su incapacidad para poner en movimiento una operación de defensa conjunta, incluyendo un cuerpo ofensivo creíble, su división intestina y su débil cúspide de mando provocan la risa de sus vecinos, en este caso la Rusia de Putin, al mismo tiempo que sus declaraciones sobre Israel parecen las de un cómico de humor negro, totalmente carentes de credibilidad como amenazas.
La Unión Europea, que un día fue una forma para Francia y Alemania de mirar hacia adelante, dejando atrás viejos enfrentamientos sangrientos, se convirtió en un agente neoliberalizador de la economía de sus estados miembros, un destructor nato de las empresas estatales que fueron creadas durante décadas, orgullo nacional en muchos casos, e incapaz de levantar un modelo de bienestar transnacional mínimo.
Hoy la Unión Europea es un actor secundario en su propio territorio. Se muestra como una institución excesivamente burocrática, agotada en defender sus propios intereses como cuerpo administrativo, y carente en gran medida de contenido político, es decir, de misión, pues de visión carece hasta la médula.
En los vericuetos de su impotencia y sinsentido mueren las decenas de ciudadanos de Gaza que las armas israelíes matan cada veinticuatro horas. Causa retortijones de risa a los oligarcas rusos, y espanta a muchos de quienes alguna vez pensaron que el multilateralismo a la europea sería el agente llamado a conducir nuestro futuro.