
Iglesias evangélicas pentecostales: El peligroso límite entre espiritualidad y malas prácticas
Los recientes casos de ocupaciones ilegales y prácticas cuestionables por parte de algunas comunidades evangélicas pentecostales han reavivado un debate que lleva años latente: ¿por qué estas iglesias generan tanto rechazo en quienes no comparten su credo?
No se trata de atacar la fe ni de emprender una cruzada contra la religión, sino de criticar a ciertos sectores que, bajo el manto de la espiritualidad, han convertido el culto en una fuente de conflictos y abusos.
Un ejemplo claro es el caso del jardín infantil en San Bernardo, que debería haber sido un espacio destinado a la educación y al bienestar de los niños de la comuna. Sin embargo, terminó siendo ocupado ilegalmente por supuestos pastores, transformándose en un refugio controlado por ellos y convirtiéndose en un foco de inseguridad.
Es indignante que un inmueble destinado al bienestar de la comunidad haya sido tomado con fines ajenos a su propósito original. Las condiciones del lugar, marcadas por el abandono y la precariedad, demuestran que el bienestar de las personas allí presentes nunca fue una prioridad para quienes lo ocuparon.
Otro caso polémico es el de la iglesia Ministerio Evangélico Cruzada de Poder, sancionada por emitir ruidos molestos. Este no es el primer conflicto de este tipo, ni será el último. La intensidad de los cultos pentecostales genera fricciones con las comunidades aledañas, quienes deben soportar música estridente, gritos y oraciones a todo volumen, muchas veces hasta altas horas de la noche.
Si bien es comprensible que cada religión tenga su forma de expresar la fe, ¿dónde queda el respeto por quienes no comparten esas creencias? ¿Es justo que la vida de una comunidad se vea alterada por un culto que decide hacerse escuchar a expensas de la calidad de vida de los demás?
Aquí surge una pregunta clave: ¿por qué el repudio recae principalmente sobre los evangélicos pentecostales y no sobre otras religiones? La respuesta, aunque incómoda, es evidente. Mientras que otras corrientes religiosas mantienen un perfil más discreto, el pentecostalismo se caracteriza por una expresión de fe intensa y, en muchos casos, invasiva.
Más allá del volumen de sus alabanzas, el problema radica en la actitud de algunos de sus líderes, quienes han fomentado discursos agresivos, insultando a quienes no comparten su fe e incluso justificando actos aberrantes. Un claro ejemplo de esto es el video del pastor Hugo Albornoz, quien llama "moquillento" a alguien que no estaba de acuerdo con su discurso, exigiendo que se quede en silencio para ver si Dios lo salva.
Otro episodio reciente que evidencia la tensión entre estas congregaciones y la autoridad ocurrió en la Plaza de Armas de Santiago. Un evento evangélico terminó en un enfrentamiento con Carabineros debido al alto volumen de los parlantes. Videos muestran a Carabineros utilizando bastones retráctiles y gas pimienta, incluso cerca de niños y niñas, mientras algunos participantes lanzaban objetos.
No obstante, es importante reconocer que muchas iglesias evangélicas también han sido un pilar fundamental en barrios vulnerables. En diversas comunidades, estas congregaciones han liderado iniciativas de ayuda social, organizando comedores comunitarios, campañas de apoyo a personas en situación de calle y programas de rehabilitación para quienes luchan contra adicciones.
Estos esfuerzos demuestran que, cuando se actúa con verdadera vocación de servicio, la fe puede convertirse en un motor de cambio positivo. Sin embargo, si no se establecen límites a los abusos y la manipulación, el rechazo social continuará en aumento.
No es sorprendente, entonces, que muchas personas hayan decidido alejarse de estas comunidades. Lo que debería ser un refugio espiritual se ha convertido, en muchos casos, en un ambiente opresivo, donde se impone la obediencia ciega y se manipula a los fieles a través del miedo y la culpa.
La decepción es tan profunda que muchos de aquellos que alguna vez fueron fervientes creyentes ahora reniegan de sus experiencias, y denuncian las prácticas abusivas de ciertos sectores evangélicos.
No se trata de satanizar al pentecostalismo en su totalidad. Hay muchas iglesias que practican su fe de manera respetuosa y realmente aportan a la comunidad. Sin embargo, es innegable que la presencia de líderes autoritarios, la falta de regulación y el fanatismo han dañado profundamente la imagen de estos grupos religiosos.
Si no se realiza una reflexión interna y no se ponen límites a los abusos, el distanciamiento y el rechazo de la sociedad hacia estas iglesias seguirá en aumento. Además, es fundamental que las autoridades y las políticas públicas asuman un rol activo en la regulación de estas prácticas, garantizando la protección de los derechos de todos los ciudadanos, independientemente de sus creencias religiosas.
La fe no debería ser un pretexto para el abuso ni para la impunidad.