
El legado de Gabriel Boric, Chile Cuida y la disputa por el gasto público
Llega marzo de 2025 y a un año del término del gobierno de Gabriel Boric los usuales comentaristas toman posición frente a lo que sería el legado del primer gobierno del Frente Amplio en alianza con Chile Digno y con el Socialismo Democrático.
En la misma tónica, en la víspera del reciente 8M, la prensa insiste en preguntar de un modo abstracto y sin situarse en el real alcance del poder de un gobierno, la posición de dirigentas feministas respecto al carácter feminista del gobierno según lo hecho en los tres años transcurridos. Quisiera partir situando los alcances de dicha pregunta.
La memoria feminista sabe que el Estado no tiene una historia de inocencia ni que es ni ha sido nunca un servidor desinteresado del interés común. En el Estado no sólo compiten estrategias y proyectos societales diversos, sino que también es y ha sido siempre desbordado por las relaciones de poder que constituyen los conflictos de la sociedad entera. Ser gobierno no implica -muy bien lo sabemos ya- tener el poder de definición de lo que es el aparato estatal.
Es más bien lo contrario, es el aparato estatal -con todas sus pugnas y vacíos de poder-, lo que delimita lo que pudiese ser la acción de un gobierno. Y las feministas siempre lo han sabido: lo político no empieza ni termina en el Estado. De ahí la importancia del constante llamado de la Ministra Antonia Orellana a que el movimiento feminista siga desplegando con todas sus fuerzas y sin tregua su capacidad de movilización.
Con todo, hay una facultad de ser gobierno que, al día de hoy, muestra inusitada relevancia en miras al estado de la conducción del mundo, me refiero a la determinación del gasto público. Resulta innegable que tras el alza sostenida de la ultraderecha y el retroceso de la legitimidad de los valores democráticos, se ha corrido el eje de la disputa política. Lo que nos tiene hoy presenciando la implantación de políticas de austeridad y de disminución del gasto social incluso en economías robustas, impulsado por partidos de centro, de derecha y de ultraderecha.
En este contexto, llama la atención que usuales comentaristas de este diario, como Arnaldo Delgado, no sepan mirar la relación que se entreteje entre las mejoras en la vida de las personas con el cauce de las transformaciones sociales. (Porque me resisto a creer que el autor sugiera que las mejoras en la vida de las personas deban ser supeditadas a un examen de aprobación relativo a su efecto en el cambio de las relaciones de poder -y que no se justifiquen por sí mismas-).
Revisemos el ejemplo del Programa Chile Cuida en contraste con la estrategia de la ultraderecha.
La estrategia de la ultraderecha ha sido la explotación emocional del miedo presente en el imaginario masculino asociado a, por ejemplo, el conflicto de la nacionalidad como estatus; la práctica del poder como ejercicio de exclusión y de control; la idea aparente (y nunca alcanzada) de la autosuficiencia del individuo que sería capaz de autosostenerse (y rascarse con sus propias uñas), no sólo con prescindencia del medio social, sino también temeroso de las implicancias de la vincularidad social.
No es casual que detrás de liderazgos como los de Milei, Trump, de la AfD en Alemania, entre otros, esté presente el factor género de un modo tan protagónico, tanto con implicaciones programáticas como en el hecho de que cuenten con el respaldo de un electorado mayoritariamente masculino. Sin ninguna ambigüedad la campaña de la ultraderecha, usando palabras de la cientista política Isabell Lorey, ha conectado el miedo individual a la vulnerabilidad indefensa con el miedo a un otro amenazante, prometiendo en ello protección y seguridad.
En la vereda de enfrente y en total contraste, existe una politicidad presente en la historia del maternar y del cuidar -como tan bellamente plasmara nuestra Nobel Gabriela Mistral en su poemario Ternura- que antes de construir pesimismo y miedo alrededor de la condición humana vulnerable y precaria, pone al centro de la organización de la vida misma la condición de ser seres vulnerables como elemento habilitante del amor y de la vincularidad social. El Programa Chile Cuida se sitúa en esta vereda.
Chile Cuida es un ejemplo de gasto social que mejora la vida de las personas encauzando, en ese acto, transformación social. Chile Cuida está diseñado para articular poder comunitario entre las personas cuidadoras más allá de la predefinida participación estatal en dicho programa, a la vez que otorga tiempo y promueve la autonomía económica de quienes cuidan.
En palabras de Francia Márquez -refiriéndose al sistema nacional de cuidado de Colombia- el compromiso de las políticas de cuidado es la reconstrucción de tejido social. La política de cuidado -que sin duda será uno de los legados más importantes del gobierno del Presidente Gabriel Boric, y que es liderado por las Ministras Javiera Toro y Antonia Orellana- lleva al Estado, para luego entregar a las comunidades, una de las demandas más anheladas por el movimiento feminista en Latinoamérica.
Como bien señala Mónica Carrasco Rodríguez, miembra del Centro Comunitario de Cuidados de Arica, el principal problema del cuidado en las sociedades contemporáneas es la soledad y el efecto del aislamiento en la salud mental de las personas cuidadoras.
Frente a esta realidad, Chile Cuida es un programa que recoge el tipo de politicidad femenina que se caracteriza por sacar la soledad de lo íntimo, tejer vincularidad en red, articular comunidad capaz de proveerse a sí misma de soporte bajo el reconocimiento de nuestras interdependencias.
En otras palabras, Chile Cuida se ancla en la vereda de cómo históricamente han construido las mujeres: construyendo parentesco. No hay más que aprender a mirar que la orientación de la transformación que buscamos está presente en la ancestralidad de nuestra memoria política.