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El legado de Boric: ¿Habrá continuidad?
Agencia Uno

El legado de Boric: ¿Habrá continuidad?

Por: Arnaldo Delgado | 11.03.2025
Compartir la voluntad de transformaciones o cambios, como hace el FA y el PC con una partecita de la ex Concertación (que con exceso de autoestima, o quizás de porfía, aún se autopercibe socialista), es muy abstracto para hablar de la continuidad de un gobierno. Abstracto es también, en este sentido, definir continuidades sólo por la voluntad de enfrentar al neo fascismo y a la ultraderecha (como mencionó Tohá en su conferencia).

Hoy, 11 de marzo, comienza la cuenta regresiva del gobierno y con ello la preocupación del oficialismo por el legado y la continuidad. Por una parte, cómo habrá de ser recordado el primer gobierno del Frente Amplio y qué méritos ha acumulado Boric para eventualmente convertirse en estatua en la plaza de la Constitución.

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Por otra, quién puede, de cara a las próximas elecciones presidenciales, extender en un siguiente periodo aquello que en el oficialismo, y más particularmente en el frenteamplismo, estiman como meritorio de ser continuado. Pero para pensar en la continuidad-legado hay que tener claridad sobre qué es aquello empezado que amerita ser prolongado en el tiempo.

Ponerle nombre es el primer ejercicio. Según la presidenta del Frente Amplio, en una carta al director en La Tercera hace dos meses, lo que el gobierno comenzó sería una “política de cambios”. Un “proceso de cambios”, le llamó el secretario ejecutivo del Frente Amplio en una columna en Radio Biobío hace una semana. Pero Fernando Atria, en entrevista con El Desconcierto, fue aún más allá: le llamó “un proceso transformador”, la continuidad y el legado, según él, sería entonces la de un proceso transformador. 

“Para, para para” (Paco Amoroso, 2024): ¿y si apretamos un ratito el freno de mano de los conceptos? Por transformar entiendo una subversión de la estructura que produce y reproduce el poder económico-político en Chile; más específicamente, subvertir el lugar que las y los comunes y corrientes (los históricamente sin-poder) tienen en dicha producción y reproducción.

En debate presidencial durante la campaña, Boric dijo que esperaba ser un presidente que cuando terminara su mandato tuviera menos poder que el que tuvo cuando empezó. Una parte de la cesión del poder presidencial -especificó esa vez- debía de ir a las comunidades.

Considerando que esto no ocurrió y considerando además la necesaria precisión del concepto transformación, en lugar de transformar lo que han habido son una serie de reformas que con buena voluntad (¡cómo no!) se direccionan a mejorar la vida de las y los comunes y corrientes, como el copago 0 en Fonasa, las 40 horas, la ley papito corazón, el nuevo salario mínimo o el leve aumento de las pensiones, pero que, sin embargo, siendo rigurosos, se insertan en una matriz de poder (esa de los últimos 35 años) intacta.

Llamar a estas reformas un proceso de transformación, o parte de un proceso de cambios, con una repartición de poder intocada, es caer en una redefinición acomodaticia de un concepto que lamentablemente en el Frente Amplio, por debilidad estratégica, nunca tuvo una definición estable. Transformar, el 11 marzo del 2022, cuando asume el gobierno, era para ellos una cosa; transformar, hoy, 11 de marzo de 2025, para el oficialismo, por acomodación, es otra.

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Conozco bien la contraargumentación (léase con tono de letanía): que tras la derrota del Apruebo en septiembre del 2022 era preciso recalibrar las expectativas. Cierto. Sin embargo, moderar lo que se entiende por transformar me parece expresión o de una derrota profunda (es decir, que la derecha no sólo corrió de forma apabullante el cerco táctico de las izquierdas, sino que también el estratégico) o de una autocomplacencia del tipo amiga erís seca.

Este uso conceptual de las palabras transformación, o de proceso-de-cambios, muestra que en el frenteamplismo las métricas que definen victorias políticas fueron promediadas a la baja. De allí el triunfalismo del oficialismo una vez aprobada la reforma de pensiones, con lecturas grandilocuentes que insinuaban una derrota a las AFPs; de allí el sentimiento de victoria del frenteamplismo por una buena cifra macroeconómica (cual asalto al Palacio de Invierno); pero de allí también que Carolina Tohá, emblema espiritual-juvenil de la Concertación, aparezca sin ningún ápice de crítica como el nombre desde el gobierno para la continuidad presidencial.

Pero ¿es la ex ministra continuidad? Apenas dio un pasito afuera de La Moneda, Tohá dixit: “Tenemos una alternativa distinta que proponer, una alternativa que hoy no está en la cancha”. El mensaje es claro, sin embargo fue aún más transparente cuando le preguntaron si el suyo sería un gobierno de continuidad. Con lindas palabras respondió: no.

Ante tal sinceridad, considerar la precandidatura de Tohá eventualmente una candidatura de continuidad (como hizo en entrevista con CNN Lautaro Carmona, secretario general del Partido Comunista) es posible sólo promediando también a la baja lo que se entiende, valga la redundancia, por continuidad.

Pero la pura voluntad no es definidor de continuidades. Me refiero a que compartir la voluntad de transformaciones o cambios, como hace el frenteamplismo y el PC con una partecita de la ex Concertación (que con exceso de autoestima, o quizás de porfía, aún se autopercibe socialista), es muy abstracto para hablar de la continuidad de un gobierno. Abstracto es también, en este sentido, definir continuidades sólo por la voluntad de enfrentar al neo fascismo y a la ultraderecha (como mencionó Tohá en su conferencia). 

¿Habrá entonces continuidad? Tras la quebradura de corazón que provocó al frenteamplismo el ninguneo en cadena nacional de Tohá, y también la quebradura de corazón que les provocó la bajada de Bachelet (cuyo segundo gobierno, medido con las alicaídas métricas oficialistas de la transformación, digámoslo, fue más transformador que el de Boric), lo más probable es que surja una o un precandidato del Frente Amplio que se quiera distinguir notablemente de ese moribundo resucitado llamado Concertación.

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Una o un precandidato que va a usar seguramente un seductor verso revolucionario, que, por su elocuencia, reavivará esa agonizante llama impugnadora y contestataria de las grandes masas de la militancia frenteamplista, pero que tendrá que sortear dos tremendas dificultades: por una parte, afilar su capacidad crítica sin descuidar la fidelidad con su amigo presidente (erís seco amigo), y, por otra (quizás la más difícil), lidiar con la relativización que el frenteamplismo le ha hecho criminalmente al verbo transformación.