
Isabel Baboun Garib, escritora: "El relato de la migración palestina es fragmentado porque cada familia trae su propia memoria"
La palabra árabe Hannin evoca añoranza, como la de una madre cuando sus hijos migran. "Tristeza y nostalgia por la propia tierra que se deja o la familia dejada en esa tierra remota". Un sentimiento que permea "Ummí. Una historia de la migración palestina" (Tusquets Editores), donde la escritora Isabel Baboun Garib (Santiago, 1984) entreteje testimonios familiares, registros históricos y reflexiones personales.
La autora, quien anteriormente publicó la novela La Tailandesa y el libro de cuentos Un Hermano Muerto, construye mediante esos fragmentos un mosaico que revela tanto la historia con mayúscula como las historias mínimas de la comunidad palestina en Chile, la diáspora más grande fuera de Medio Oriente.
"La diáspora se convierte en un refugio. Vas a intentar encontrar eso que te va a ayudar a forjar una nueva identidad o a reconstruir tu identidad", asegura Baboun Garib en entrevista con El Desconcierto.
- Lo primero que te quería preguntar es una de las cuestiones que invoca el libro al principio: ¿qué es la felicidad para un palestino?
Esta pregunta surgió en un encuentro en la sala Eugenio Chahuán, donde alguien del público la planteó. Me di cuenta de que estaba muy relacionada con el proceso de la migración. Aunque tenemos la comunidad palestina más grande después de la de Medio Oriente, y a pesar de que la sociedad chilena está plagada de lugares de comida árabe y hemos adoptado muchas palabras en nuestro vocabulario, no necesariamente se sabe cómo viven los palestinos.
Esa pregunta sobre la felicidad, que cruza al ser humano en general, sostiene otra pregunta todavía más difícil, que es la del relato de la migración. Muchas de las migraciones palestinas han sido forzadas y por procesos políticos; no se han ido porque ellos han querido necesariamente.
"Hay una fragmentación intrínseca en ese narrar heredado"
- En el libro invoca también a la escritora francesa Annie Ernaux, que dice que "la historia oficial del oprimido es una ficción simple". ¿Por qué esa necesidad de fragmentar estas historias, de que sean muchas voces no oficiales para armar ese relato?
Lo de la fragmentación es muy importante porque durante mi investigación comprendí que el relato de la migración palestina es fragmentado porque cada familia trae su propia memoria. Podemos encontrar fechas y datos concretos en fuentes bibliográficas, pero las experiencias migratorias que escuché en testimonios personales siempre son diversas y plurales.
Como es un relato heredado —yo le pregunto a mi papá, mi papá le preguntó al suyo, etcétera— hay una fragmentación intrínseca en ese narrar. Esto no lo invento yo; por algo cito a Annie Ernaux, cuya obra me fascina. Ella fragmenta lo que narra porque hace una especie de relato social a partir de la narración fragmentada.
Mi intento siempre fue tratar de oír detrás de esa voz que está contando un relato de migración. Efectivamente todo resultaba discontinuo porque la memoria tiene sus vacíos y los registros históricos no siempre pueden completar las vivencias familiares. Estas experiencias están muy ligadas a lo afectivo, como menciono al citar a Svetlana Alexievich, quien sostiene que existe una dimensión emocional en los recuerdos que es fragmentaria porque no logramos comprender plenamente qué sentimientos engloba cada reminiscencia.
- Algo llamativo del libro es el resquemor que sentían muchos de sus familiares de ser nombrados. ¿Por qué existe ese deseo de no aparecer con sus nombres al relatar sus historias?
Este libro yo diría que es una novela de no ficción, esa mezcla híbrida donde hay aspectos históricos y familiares. Como dice Chantal Akerman, la documentalista belga, "as soon as you frame, it's fiction" (apenas lo enmarcas, es ficción). Muchos integrantes de mi familia que me contaban cosas, al momento de relatar se daban cuenta que eso iba a ser escrito, y aunque yo les explicaba este concepto, inevitablemente en la suma de los relatos hay un nuevo relato.
Entonces, el acuerdo con varios de ellos fue cambiar los nombres, porque aunque esté en relación a otro relato, el de alguna manera es su identidad. En ese cambio volvemos a la idea de Akerman, de que hay otra capa donde podríamos discutir hasta qué punto es ficción y hasta qué punto no, pero es real que mis orígenes tienen que ver con Palestina.

- Chantal Akerman tenía esa pregunta sobre qué es ser mujer. ¿Qué es ser mujer en la comunidad palestina? El libro toca el machismo que existe, pero también ese deseo que el bebe que nace sea mujer.
En el libro hay un intento fuerte por no adjetivar con palabras como "machista". Dentro de la cultura palestina existe un profundo afán de proteger a la hija, que es profundamente deseada. Si bien la protección también se extiende al hijo varón, lo femenino resulta especialmente valorado: la hija, la esposa. Esta protección incluye un control sobre la visibilidad de la mujer, quedando el hombre como el único con libertad para moverse en el espacio público.
Para mi padre, la noticia de tener una hija fue la más esperada, algo que me confirmaron otras personas de la colonia palestina. Sin embargo, paradójicamente, esta valoración convive con un sometimiento doméstico. El hombre es quien dirige y organiza el mundo exterior, mientras la mujer permanece en el ámbito interno, asumiendo roles de madre, esposa y cuidadora.
No me atrevería a generalizar diciendo que todos los hombres árabes practican el machismo. Lo que reflejo en el libro proviene de memorias familiares y de testimonios diversos. La parte objetiva es la historia documentada, que se centra principalmente en lo geográfico, aunque es innegable que existe una fuerte custodia de lo femenino, vinculada a la religión y a un conjunto de tradiciones arraigadas.
"La diáspora se convierte en un refugio donde construyes una nueva identidad"
- Hay una frase en el libro que dice "entonces la diáspora se convierte en un refugio". ¿Cómo ha sido ese proceso de la diáspora en Chile y de las múltiples tradiciones que se intentan preservar?
Para los árabes, la familia es muy importante. En una migración, siempre alguien se va a quedar en la tierra que dejas. El intentar preservar la familia en el lugar al que se llega es fundamental, y hay un intento muy fuerte por no perder la lengua materna, lo que es muy difícil. Por eso cuando llegan se deforman los nombres, los apellidos, porque hay una readecuación del lenguaje en la tierra a la que se llega.
La nueva familia la vas a construir en esa diáspora. Vas a intentar encontrar eso que te va a ayudar a forjar una nueva identidad o a reconstruir tu identidad, y eso te va a refugiar. La comida para los árabes es muy importante, no solo por tradición, sino porque tiene que ver con preservar esta familia. Cocinar, por ejemplo, hojas de parra es un trabajo de mucho detalle que requiere muchas manos, entonces es muy colectivo.
En el libro menciono, cómo también cuando llega un inmigrante, no necesariamente te van a acoger inmediatamente. Puede que te den comida y casa, y puede que no, pero una vez que llegas te empiezan a pasar ayuda y vas conociendo gente, y así vas armando ese refugio diaspórico.
"La tradición oral está profundamente arraigada a estas historias familiares"
- Uno de los pilares en los que se estructura el libro es "no perder la lengua", y hay un trabajo con palabras árabes para rescatar una memoria más profunda. ¿Cuán importante es recuperar esas palabras o que esa lengua no se pierda?
Es muy importante, aunque inevitablemente se pierde. Algunos de mi familia hablan árabe, otros no. Yo no lo hablo, pero mi abuela sí lo hacía y me enseñó algunas palabras. La tradición oral está profundamente arraigada a estas historias familiares, donde muchas expresiones resultan intraducibles, no solo por cuestiones lingüísticas, sino porque ciertas emociones no encuentran equivalente en otro idioma. Quizás en árabe, o en griego, que también aparece en el libro, se podrían comprender mejor ciertos matices porque estos idiomas capturan y preservan la dimensión emocional del relato.

- El libro mencionas las dificultades que tuvieron los palestinos de insertarse en la sociedad chilena, siendo nombrados como "turcos" por venir del Imperio Otomano. ¿Cómo fue este proceso de integración y cuál ha sido la relevancia de la comunidad palestina para Chile?
El proceso de integración tuvo mucho que ver con la ocupación laboral. Los árabes cuando llegaron eran muy avezados para los negocios, sobre todo para la venta, el comercio, la industria textil y la venta ambulante. Tuvieron que aprender rápidamente el castellano porque necesitaban relacionarse para vender, aunque también usaban el árabe entre ellos.
Han sido muy importantes en la parte del comercio, pero también en lo cultural, incluyendo lo gastronómico. No solo por haber traído el falafel u otras comidas, sino por toda una cultura alrededor de cómo se preserva una tradición a través de la comida. Hay un aporte cultural importante en muchas ciudades de Chile.
"Lo más importante es que la guerra se detenga, porque están borrando cualquier posibilidad de futuro"
- En relación a la contingencia, ¿cómo vive la comunidad palestina lo que ha pasado después del 7 de octubre, entendiendo que el conflicto viene desde mucho antes, desde 1948 con la Nakba?
Es tremendamente doloroso. Conocí a personas que habían visitado Palestina poco antes de que estallara esta guerra y ya no podían ver las imágenes por el impacto psicológico. El nivel de violencia brutal contra niños, mujeres, hombres, colegios, hospitales, museos, y la tierra que sabemos era una y hoy queda muy poca porque la han destruido, es demasiado.
Lo que sí es claro es que por fin se está hablando, quizás no todavía con la rigurosidad que quisiéramos, pero ya se habla de genocidio. Hoy día ya se entiende que tiene que haber un alto al fuego. Ahora hay una tregua, no sabemos qué va a pasar con el intercambio de rehenes, pero tiene que haberlo ya. Y lo otro que tiene que pasar es que de una vez sea reconocido Palestina como Estado independiente.
Chile reconoce a Palestina como Estado independiente, al igual que otros países, pero eso no es suficiente para que se detenga el fuego. Se vive con dolor, pero también con esperanza. Lo más importante es que la guerra se detenga, porque matar niños y mujeres es un directo mensaje para borrar cualquier posibilidad de futuro y reconstrucción, tanto de la tierra como de una posibilidad de vida futura para los palestinos.