Reforma de pensiones, la gran deuda del “nosotros social” que nunca estuvo saldada
Agencia Uno

Reforma de pensiones, la gran deuda del “nosotros social” que nunca estuvo saldada

Por: Arnaldo Delgado | 09.01.2025
"Vivimos siempre sólo gracias a los otros, pese al proyecto ideológico de los traficantes de la evasión, que son los dueños de las AFPs y sus representantes políticos..."

Y sigue sin haber un acuerdo en torno a la reforma de pensiones. En debates como estos, el criterio técnico tiende a totalizar el asunto a tal nivel, que la frialdad de los números, por ejemplo, de ese 6% adicional y su distribución, termina encubriendo las visiones de mundo que hay detrás de una reforma así.

Al respecto, quiero retomar la reflexión de mi micro ensayo anterior (publicado en este medio), sobre la reforma al sistema de representación, en el que hablé de la imposibilidad de un nosotros político, y que, a la luz de este debate sobre la reforma previsional, hace patente también lo difícil que es hablar hoy de un nosotros social.

Sobre a la imposibilidad del nosotros político, los argumentos eran dos: primero, la influencia del neoliberalismo, que individualiza nuestros modos de existencia, y, con ello, las formas que tenemos como sociedad de presentarnos y representarnos en el mundo cotidiano; segundo, el carácter inmunitario del sistema político chileno, diseñado para resguardar la representación de la propiedad privada de los grandes capitales; esto, en desmedro de la representación de los intereses de las y los comunes y corrientes.

Ahora bien, considerando lo anterior, y viendo los términos del debate previsional, el problema de un nosotros, como ya decía, no quedaría sólo en su anverso político, sino que también en el social. Para sostener esto, partiré de los eslóganes de las campañas impulsadas por los dueños de las AFPs para a disuadir a la ciudadanía sobre el mantenimiento de la capitalización individual: ¿Con mi plata no', 'Mi esfuerzo, mi pensión', La plata es mía'. En los tres, destaca el adjetivo posesivo “mi”: lo mío, por lo tanto, lo propio; la propiedad personal.

Pero ¿qué relación puede establecerse entre la propiedad personal, en este caso, de los fondos previsionales, y la imposibilidad de concebir un nosotros social? La respuesta está en que las sociedades deben su capacidad de autoconciencia, esa que les permite a sí mismas autonombrarse con un “nosotros”, a lo impropio antes que a lo propio.

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Compartir social

En la etimología de la palabra comunidad, está la clave: 'Munis', raíz latina de la palabra comunidad, significa dar, donar o deber, mientras que el prefijo 'co' indica su dimensión compartida.

Una comunidad es una co-deuda; una comunidad es la compartición social de una deuda que funda el estar juntos. Por lo tanto, no es la propiedad, entendida como aquello ya pagado de lo que soy propietario, sino que lo opuesto: lo impropio, lo 'no-mío', en tanto que aún se debe.

Esto, dicho, así suena evidentemente muy abstracto. Lo aterrizo: en lo general, la deuda fundante de una comunidad la tengo con la cultura que me acunó, con el lenguaje que me fue donado; en lo micro, la dimensión familiar: con mi madre, mi padre y mis abuelos que me cuidaron desde el comienzo de la vida.

Pero también, en la medianía entre lo macro y lo micro, la deuda con la profesora que me enseñó a escribir y leer, con el panadero que hizo el pan que comí, con el lechero que lechó la leche que bebí, con la médica que se formó y me atendió, con el escritor que me abrió mundos mediante sus libros, con la pensadora que me hizo cuestionarme la realidad, y un infinitesimal etcétera.

Cualquier incrédulo, en relación a esto último, querrá rebatir que la profesora, el panadero, el lechero, y el infinitesimal etcétera, recibieron salarios por sus labores, lo que es cierto, sin embargo ellos, en sus respectivos ámbitos de acción, son partícipes de conocimientos históricos que le fueron donados a causa de un tejido colectivo de inteligencias previas.

Como dice el filósofo alemán Peter Sloterdijk, el cerebro de cada quien sólo es medio de lo que otros cerebros o están haciendo actualmente o han hecho en la historia; más bien: es de otras inteligencias que la inteligencia “propia” recibe los estímulos para su actividad.

Deuda insaldable

Este flujo de donaciones y deudas, en términos de conocimientos, afectos, creencias, etc., entonces, al ser social, es genérica, por lo tanto no es exclusiva de mi historia personal, sino que es inclusiva; no me es propia, sino que me es impropia.

Es decir, la deuda es con millones de donantes anteriores y contemporáneos a la que me sumo como un donante y un donado más.

“La gente cree que si subimos las pensiones, como que la vida cambia altamente (…) Como que tienen que ser tan altas que les alcance casi para ir a veranear”, dijo la diputada Ximena Ossandón (RN).

El argumento principal de la capitalización individual se basa no sólo en la idea de la propiedad personal, que, como vimos, interrumpe la donación propia del nosotros social, en este caso de índole intergeneracional (con mis abuelos, mis profesores, mis médicos, mis panaderos, etc.), sino que también —y esto es probablemente lo más duro— se basa en la creencia de que la deuda social con las y los mayores ya está saldada. Esto, de facto, además de atentar directamente contra el nosotros social, pretende algo que es imposible: intentar saldar una deuda de naturaleza insaldable.

El sistema de capitalización individual nos erige como unos soberanos evasores, como un intento de desertores de un nosotros social por esencia irrenunciable. Por lo mismo, no está demás decir que vivimos siempre sólo gracias a los otros, pese al proyecto ideológico de los traficantes de la evasión, que son los dueños de las AFPs y sus representantes políticos.

Nutrir el nosotros social, por medio de un sistema de solidaridad, no es únicamente un mínimo gesto de donación intergeneracional con quienes no donaron la época, sino la forma de reconciliarnos con nuestra propia condición gregaria, tan maltratada en el último medio siglo en Chile.

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