El freno que no acelera: Cuando lo más revolucionario es preservar
Agencia Uno

El freno que no acelera: Cuando lo más revolucionario es preservar

Por: Fabián Bustamante Olguín | 15.12.2024
No se trata de resignarse, sino de entender que el acto más revolucionario hoy puede ser simplemente preservar: la dignidad, los derechos, los lazos que nos unen. El freno no es el fin del camino; es la posibilidad de imaginar uno nuevo antes de que la máquina nos destituya por completo.

Vivimos tiempos extraños, donde la revolución más radical no viste banderas rojas ni se canta en manifestaciones, sino que lleva logotipos de empresas y suena como un clic en una pantalla. El capitalismo neoliberal, esa máquina altamente tecnologizada, no descansa, no duerme, no deja de revolucionar el mundo, destituyendo todo a su paso: las costumbres, los cuerpos, incluso las cosas que creemos poseer.

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Como diría el filósofo español Santiago Alba Rico (¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor, 2013), su avance no construye, solo despoja, y nos arrastra a todos hacia un feudalismo posmoderno, regido por algoritmos y mafias de la supervivencia.

¿Y la izquierda? Siempre ávida de transformar, siempre soñando con derrocar, se encuentra en un dilema inquietante: no puede ser más revolucionaria que el propio capitalismo, ese motor imparable que supera cualquier imaginario utópico. En este contexto, la idea del "freno de emergencia" de Walter Benjamin resuena con fuerza. No se trata ya de tomar el cielo por asalto, sino de encontrar la manera de detener esta locomotora antes de que nos lleve al abismo.

Pero la metáfora del freno no es cómoda. Implica renunciar a los relatos heroicos, a las epopeyas del futuro que prometían la redención total. Ser un freno es aceptar ser impopular, parecer conservador, actuar con una modestia casi humilde en un mundo que glorifica la grandilocuencia. Y, sin embargo, es quizás la única postura ética posible ante una realidad donde el capitalismo es tan voraz que ha dejado a la izquierda sin sueños y a la derecha sin discursos propios.

Lo que Alba Rico nos invita a considerar es que el freno no es pasividad, sino resistencia activa. Detener el despojo del neoliberalismo implica tomarse en serio los Derechos Humanos, esa herramienta que la izquierda a veces trata con escepticismo por parecer demasiado institucional, demasiado moderada. Pero, en un mundo donde los derechos más básicos están en peligro, defenderlos puede ser el acto más revolucionario.

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Y aquí viene la ironía más profunda: para ser un verdadero freno, la izquierda debe aprender a conservar. No a conservar en el sentido reaccionario de la palabra, sino a preservar aquello que todavía nos hace humanos: las relaciones comunitarias, los vínculos afectivos, los espacios de cuidado mutuo.

La ultraderecha ha sabido adueñarse de este discurso conservador, pero lo ha hecho para justificar exclusiones y privilegios. La izquierda, en cambio, debe recuperar el "conservar" como un acto inclusivo, protector, amoroso.

No es un camino fácil. Defender las costumbres comunes, los derechos universales, y actuar como un freno ante el capitalismo rampante requiere de una flexibilidad que no siempre está en el ADN de las luchas tradicionales.

Pero, como bien señala Alba Rico, el capitalismo no tiene milenios por delante. Su crisis será nuestra crisis, y si no somos capaces de frenarlo, el futuro que nos espera será un retorno al feudalismo, donde las jerarquías no estarán determinadas por la tierra, sino por el acceso a la tecnología y los recursos básicos.

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La izquierda, entonces, debe aceptar su papel como guardiana de lo que queda. No se trata de resignarse, sino de entender que el acto más revolucionario hoy puede ser simplemente preservar: la dignidad, los derechos, los lazos que nos unen. El freno no es el fin del camino; es la posibilidad de imaginar uno nuevo antes de que la máquina nos destituya por completo.