18-O: Reflexión histórica a cinco años del Estallido Social
Hoy se conmemoran cinco años del 18 de octubre de 2019, ocasión en que la sociedad chilena inició un proceso insurreccional que por varias semanas puso en jaque al poder político y económico que controla al país.
Los historiadores enmarcamos bajo la categoría de “historia del tiempo presente” los acontecimientos relevantes de nuestro pasado reciente. De esta manera, lo que mediáticamente ha sido conocido como Estallido Social, puede ser perfectamente estudiado con las herramientas y técnicas que nos entrega ese enfoque historiográfico.
En ese sentido, la presente columna entregará algunas premisas especializadas de aquel hecho histórico, todas las cuales serán un aporte a la discusión pública no solo entre profesionales de la historia o de las ciencias sociales, sino que entre los mismos ciudadanos que participaron de una u otra manera de este relevante proceso histórico.
Comenzaré aclarando que todo hecho histórico no es independiente del espacio y tiempo bajo el cual acontece. Tal como el historiador francés Fernand Braudel enseña, los hitos históricos, inicialmente comprendidos como sucesos espontáneos, deben ser siempre analizados bajo la perspectiva de un proceso que cronológicamente tiene innumerables antecedentes previos.
En otras palabras, al igual como ha acontecido con otros importantes sucesos de la historia contemporánea, como la Revolución Francesa o las revoluciones americanas, el Estallido Social chileno debe ser analizado bajo diferentes niveles temporales: de corta, mediana y larga duración.
De esta manera, la sublevación social del 18-O puede perfectamente subdividirse en las tres fases cronológicas que propone Braudel.
Una primera fase se relaciona con los antecedentes más primigenios, especialmente con aquellos que explican el futuro rol de los participantes que iniciarán la rebelión, así como el contenido de su discurso que actuará como agitador de masas.
Esos primeros antecedentes de forma y fondo los encontramos principalmente en el movimiento secundario de 2006 y universitarios, ambientales y constituyentes de 2011, 2012 y 2013, incluyendo a movimientos como el de “No más AFP” de 2016, entre otros.
Tanto en regiones, pero de preferencia en Santiago, finalmente tras el término formal de la dictadura en 1990 se “abrieron las grandes Alamedas”, por donde cientos de miles de ciudadanos, especialmente jóvenes, expresaban masivamente su descontento con la raíz que explica los graves problemas sociales de Chile, es decir, el modelo neoliberal.
Sin soluciones estructurales a sus demandas, 2019 estuvo marcado por la opinión experta de diversos especialistas, chilenos y extranjeros, como el destacado periodista Daniel Matamala, quien el 21 de abril de ese año se preguntaba en su habitual columna de opinión “¿Cuándo se jodió Chile?”.
Dicha columna estaba en directa relación con el escándalo de corrupción de los casos “Penta-SQM” de los años 2014-2015, los cuales afectaban directamente a parte importante de nuestra clase política, y que hoy, gracias a los “chats” entre el influyente abogado de la Derecha chilena, Luis Hermosilla, y el expersecutor jefe de la Fiscalía Oriente de Santiago, Manuel Guerra, sabemos las razones de por qué terminaron en la impunidad.
Una segunda fase está relacionada con los acontecimientos inmediatos que explican lo sucedido el día del alzamiento social del 18-O. El principal hito pasaba porque ese escenario de descrédito de la política chilena, marcado por un gobierno de Sebastián Piñera que representaba aquellos males antes descritos, tuvo la osadía de anunciar un alza de 30 pesos en el pasaje del transporte público.
Ese “inocente” anuncio llevó a que cientos de jóvenes, especialmente estudiantes secundarios, iniciaran una serie de jornadas de protestas en las semanas previas a aquel 18-O.
Las principales acciones de protesta de esas jornadas de movilización sucedieron en algunas de las estaciones del Metro de Santiago; las más cercanas a establecimientos públicos emblemáticos del sector céntrico de la capital.
La semana del 18-O fue la más intensa. Al menos por tres razones principales.
Primero. Los estudiantes lograron traspasar su descontento por el alza al resto de la ciudadanía, especialmente entre los cientos de miles de personas que utilizan diariamente ese medio de transporte para sus labores, generándose así una empatía social.
En segundo lugar, el impacto mediático que generaba la fuerte represión policial, muchas veces desmedida en contra de jóvenes que no alcanzaban la mayoría de edad, y la cual era transmitida in situ por redes sociales y medios de comunicación independientes, suscitaba un fuerte repudio entre los ciudadanos que observaban impactados lo que se estaba viviendo.
En tercer lugar, importantes funcionarios del gobierno de entonces realizaron impúdicas declaraciones acerca de lo que se estaba viviendo en aquel momento. Frases como la del exministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, quien dijo en una entrevista que “alguien que sale más temprano y toma el Metro a las 7:00 am, tiene la posibilidad de una tarifa más baja que la de hoy”.
O la del expresidente Piñera, quien en otra entrevista se refería a Chile como un “oasis” financiero, y cuyo ministro de Hacienda, Felipe Larraín, ironizaba diciendo que el escenario económico era tan favorable, pues “ha caído el precio de las flores”.
Pero tal vez la frase más memorable y singular que explica la desconexión social de los grupos de poder con la ciudadanía, la entregó el expresidente del Metro, Clemente Pérez, quien en otra entrevista señalaba arrogantemente a la muchachada: “cabros, esto no prendió”.
En conclusión, toda esta grave cadena de errores, corrupción e impunidad por parte de nuestra tradicional clase política y empresarial, formó parte del acelerante que explica el Estallido Social de 2019.
Algunas semanas después de acontecida la revuelta el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, en una entrevista explicaba que los antecedentes de la insurrección social venían desde antes, puesto que “en los años anteriores hubo murmullos de descontento”, especificando que si bien el país destaca por buenos índices macroeconómicos, no necesariamente lo hace ante su altísima desigualdad.
Finalizaba Stiglitz señalando que la razón que provocó la revuelta social chilena “podría ser muy pequeña, pero el profundo malestar sembrado está presente y nunca se puede predecir cuándo va a explotar. Pero es comprensible por qué debería explotar...”.