Juan Pablo Luna: "La expansión de mercados ilegales saca ventaja del quiebre de la promesa educativa"
Un estudiante de tercero básico de una escuela municipal en la comuna de Ovalle muele una goma de borrar de color morada. Junta los restos de migas y las separa en pequeñas líneas sobre su pupitre.
-Es tussi, tía- exclama con total naturalidad frente a la mirada incrédula de su profesora.
Por muchos años la sociedad chilena se vertebró en la promesa meritocrática de la educación como trampolín social. Esa promesa se rompió.
Deudas y aumentos de matrícula universitaria sin concordancia con un mercado laboral cada vez más saturado y la promesa de una vida mejor que entregan los mercados ilegales o, por ejemplo, la música urbana -superando al fútbol como opción- han hecho que la educación chilena tambalee en el horizonte de sentido de niños, niñas y adolescentes. Sin ir más lejos, durante el 2023, 50.814 estudiantes abandonaron el sistema escolar.
Estos problemas, lejos de circunscribirse solo a lo público, también impactan a establecimientos particular subvencionados o particulares -casos como el de los narcozorrones, sin ir más lejos-, por mucho que los apoderados traten de escapar pagando para no mezclarse con otros sectores sociales.
Así lo describe Juan Pablo Luna en "¿Democracia Muerta?", su último libro publicado por Editorial Planeta. El Doctor en Ciencia Política y académico de la Escuela de Gobierno de la Universidad Católica analiza el quiebre de las sociedades latinoamericanas, señalando como causas principales la crisis educativa, la falta de vivienda asequible, la incapacidad de gestionar la espera en la era de la gratificación instantánea y unas élites desconectadas de la realidad social.
En entrevista con El Desconcierto, Luna aborda los principales desafíos que enfrenta la sociedad chilena a cinco años del estallido social, partiendo de una crítica a la élite política y su incapacidad para conectar con la ciudadanía y ofrecer soluciones a los problemas que la aqueja. "Las sociedades actuales están teniendo problemas para estructurar visiones de futuro deseables y que de alguna forma orienten las aspiraciones y las ambiciones de los más jóvenes", explica el cientista político.
- ¿Cómo se cruza el problema educación en Chile, que por mucho tiempo estructuró la sociedad en base a la promesa meritocrática de movilidad social, con el ingreso del narco en las comunidades?
Eso no solo se ve en Chile, sino que se ve en parte de la región, donde de alguna forma lo que hay es una expansión de mercados ilegales que en buena medida saca ventaja de ese quiebre de la promesa educativa para los niños y los adolescentes. El problema del narcotráfico refleja el quiebre de un modelo de desarrollo donde una parte relevante de la población joven encuentra en estas vías alternativas la realización personal, incluso con cierta conciencia de que pueden tener una vida más corta, pero una vida más interesante.
-Una situación que en el libro describes no solo circunscrita a los sectores populares, describiendo, por ejemplo, el caso de los narcozorrones...
Son jóvenes de sectores acomodados, con mesadas de 500, 600, 700 mil pesos, se involucran en estas actividades. Lo hacen en parte para financiar su consumo, pero luego ven una posibilidad de hacer una inversión, de juntar dinero para un proyecto futuro. Esto muestra que la línea entre la economía legal y la ilegal se está desdibujando cada vez más en nuestra sociedad.
-¿Cómo se hace para volver a reencantar a jóvenes de sectores populares con la promesa educativa?
Las sociedades actuales están teniendo problemas para estructurar visiones de futuro deseables y que de alguna forma orienten las aspiraciones y las ambiciones de los más jóvenes. Hoy se habla de una crisis en la natalidad y un marcado envejecimiento demográfico que tiene que ver con la decisión de familias jóvenes de no tener hijos, sobre todo con lo que eso implica para las mujeres en sociedades donde las políticas de cuidado están al debe, pero por otro lado también tiene que ver con estas sociedades que se nos han quedado sin futuro.
Esta falta de horizonte hace que muchos jóvenes busquen alternativas de realización personal en actividades que pueden ser de corto plazo o incluso riesgosas como los mercados ilegales. El problema fundamental es que desde la política pública y desde el Estado pensamos en la educación como una palanca fundamental para generar un crecimiento de mejor calidad en los países de la región. Y lo que hoy tenemos es un problema también en términos de los incentivos que los jóvenes tienen para realmente hacer esa inversión educativa.
- En el libro explica que habría desfase entre la educación y las necesidades del mercado laboral. ¿Cómo se relaciona esto con el modelo productivo de Chile y los desafíos que enfrenta el país tras el fin del boom de los commodities?
Hay un desfase entre el para qué educamos y para qué calificamos, por ejemplo, en las universidades y el tipo de puesto de trabajo que genera una economía que por sus ventajas competitivas va a estar anclada, por ejemplo, en términos de producir para la transición energética.
Este desajuste refleja una falta de planificación a largo plazo en nuestro modelo de desarrollo. Durante el boom de los commodities, nos enfocamos en sectores extractivos que no necesariamente demandaban una fuerza laboral altamente especializada en áreas de innovación y tecnología.
Por ejemplo, tenemos un gran potencial en energías renovables, pero carecemos de suficientes ingenieros especializados en estas tecnologías. Similar situación ocurre en áreas como la economía circular, la biotecnología o la gestión avanzada de recursos hídricos. Estas son industrias que podrían impulsar un crecimiento más sostenible y equitativo, pero requieren un capital humano que no hemos formado en la cantidad necesaria. Este desfase no solo afecta nuestra capacidad de crecimiento económico, sino que también contribuye al desencanto de muchos jóvenes que no ven cómo su educación se traduce en oportunidades laborales atractivas.
-A cinco años del estallido social, ¿qué conclusiones sacó la elite chilena, tanto de izquierda como de derecha, en consideración que muchas de las causas de ese malestar social siguen presentes?
Creo que la derecha y el empresariado, que en un principio ante el shock del estallido tuvieron reacciones de abrirse a un diálogo diferente, luego con lo que terminó siendo la convención, fueron construyendo un relato del cual creo que también cayeron víctimas, de que el estallido había sido solo violencia y que era un intento de golpe de estado contra el presidente Piñera. Creo que eso termina hoy con una derecha sin proyecto y sin programa, sin capacidad de proponerle nada diferente a la ciudadanía.
En el caso de la izquierda, yo creo que se convenció de que acá había una sociedad más bien antineoliberal, que se atendieran múltiples vulnerabilidades, múltiples brechas, múltiples desigualdades que tenían que ver con fallas de implementación, con promesas incumplidas del modelo, pero que no significaban que la gente rechazara el capitalismo o el consumo.
-¿Cuál ha sido el rol de la nueva izquierda chilena en poder conducir ese malestar y en generar un modelo de desarrollo deseable para amplios sectores sociales?
Yo creo que poco. Se trata de una izquierda que llegó muy rápido al poder. Y llega muy rápido al poder porque lo que tiene enfrente es muy pobre. Lo que hoy tenemos es un sistema tan pobre en su tensión competitiva, que quien gana la elección eventualmente es quien conduce mejor, quien empatiza mejor con el clima del momento, pero luego no tiene mucha capacidad de gobernar. En el caso del Frente Amplio creo que también hay bastante liviandad. Hay una lógica de acción política muy centrada en tratar de entender para dónde va el viento y sintonizar con eso desde las redes sociales, desde mensajes comunicacionales, y mucho menos de tratar de reconstituir desde abajo en diálogo con a quien se quiere representar.
-¿Qué le falta a la nueva izquierda para hacer ese trabajo de base, considerando la individualización de la sociedad y las pocas ganas de participar en procesos colectivos?
A nivel social uno en Chile lo que encuentra son sociedades o comunidades fuertemente quebradas en sus lógicas de cooperación. Hay como un repliegue hacia lo individual y de alguna forma esto también es algo que estuvo en el estallido y que se perdió. Creo que ese momento, esa es la oportunidad perdida. Hay muy poca capacidad en Chile de generar acción colectiva en positivo. Nos podemos juntar para protestar pero del momento que empezamos a discutir soluciones, hay una rápida fuga hacia lo individual y hacia "yo me salvo solo". Eso tiene que ver con los patrones de sociabilidad en esta sociedad, en Chile. Y eso a mí me preocupa en el sentido de que es muy difícil para la política, desde lo institucional, desde el liderazgo político, anclar proyectos colectivos que le hagan sentido a la ciudadanía y que logren sostenerse.
-¿Cómo los sectores de izquierda pueden conectar con estos nuevos sectores populares, por ejemplo jóvenes que gozan del consumo y la gratificación inmediata?
Ese es un desafío tremendo para la izquierda. En el caso chileno, la izquierda, y ese es el 30% del presidente, tiene que ver con adultos jóvenes. Pero creo que en las juventudes hay un problema, hay otra sociedad. En sectores que se beneficiarían teóricamente de la acción estatal, hay un ethos, un sentido común en las generaciones más jóvenes, que le presenta muchos desafíos a un proyecto de izquierda, que tiene que obviamente repensarse en función de esa transformación que se está viviendo en la sociedad, a la cual un proyecto como el de la izquierda contemporánea no les hace sentido, por ningún lado.