Los costos de alcanzar un doctorado
Agencia Uno

Los costos de alcanzar un doctorado

Por: Luis Araya Castillo | 29.09.2024
En los últimos años ha aumentado el número de estudiantes de doctorado con síntomas de ansiedad y depresión. Esta situación se acentúa en los doctorandos que tienen que compaginar los estudios con su papel de empleados, padres o cuidadores; o en los doctorandos que cursan su formación en otros países o regiones, donde no cuentan con redes de apoyo.

Quienes ostentan el grado de doctor tienen la responsabilidad de colaborar con el crecimiento de la ciencia a través de un compartir generalizado, que se da mediante las presentaciones en eventos científicos, en las publicaciones y en la adjudicación de fondos para ejecutar proyectos de investigación.

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Estas personas en su proceso de formación desarrollaron el pensamiento crítico y estructurado, la organización y planificación, la autonomía, la resiliencia y la capacidad de diseñar, liderar y llevar a cabo proyectos.

Además, estos individuos mostraron disciplina y dedicación, aprendieron a desempeñarse en un entorno colaborativo, y en las distintas fases de su tesis doctoral recibieron comentarios y retroalimentación de sus supervisores u otros investigadores, ante lo cual se prepararon para ser tolerantes a la frustración, e identificar oportunidades de mejora en situaciones adversas.

Son estas cualidades las que favorecen que los doctores y doctoras puedan contribuir con la investigación que se realiza en Chile. Según la encuesta “Trayectoria de Profesionales con Doctorado” que aplicó el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, un total de 18.753 individuos ostentaban el grado de doctor en Chile en 2021 (que representa solo 1,1 investigadores/as por cada mil personas laboralmente activas).

Un 62% son hombres y un 38% son mujeres, se concentran en el rango de 35 a 44 años (43%) y tienen una edad promedio de 48 años. Dado que se han fortalecido los programas de doctorado locales, una mayor parte (59%) se formó en universidades nacionales y un 85% financió los estudios con becas o subsidios.

Respecto al sector de empleo, estos sujetos trabajan mayoritariamente en universidades (82%), y en un menor porcentaje lo hacen en empresas (7%), administración pública (6%), instituciones privadas sin fines de lucro (4%) y en otros sectores de educación (1%).

Esto ha contribuido a que en Chile se desarrolle investigación científica de calidad y con impacto en la comunidad internacional. El ranking Nature Research Leaders 2024 clasifica a los países con mejor desempeño científico sobre la base de artículos de investigación publicados en un grupo de 145 revistas científicas de alta calidad.

Según este ranking y de acuerdo con los estudios publicados en 2023, Chile se ubica entre los 33 países de mayor producción científica en el mundo y el segundo de Latinoamérica, solo siendo superado por Brasil.

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Estos datos son alentadores, pero esconden los costos que se derivan de la obtención de un doctorado. Estas personas tuvieron una larga etapa de formación académica y postergaron su tranquilidad económica a la expectativa de terminar el doctorado y obtener un empleo que les permita tener estabilidad laboral y una renta que compense los años de estudio.

Pero también se presentan costos psicológicos, que se originan o acentúan con ocasión de una formación doctoral. La constante supervisión del trabajo por parte de los profesores, la exhaustiva demanda de investigación y las expectativas inciertas de un futuro laboral, puede afectar la salud mental de los involucrados.

De acuerdo con un estudio realizado y liderado en 2017 por la Universidad de Gante, en Bélgica, y que se publicó en Research Policy, la salud mental del 32% de estudiantes que están realizando su tesis doctoral está comprometida, cuatro veces más que entre la población con un elevado nivel educativo. El estudio evaluó la prevalencia de problemas de salud mental en una muestra representativa de 3.659 estudiantes de doctorado de universidades flamencas.

En esta misma línea, investigadores de la Universidad de Texas, en San Antonio, Universidad de St. Mary y Universidad de Kentucky, publicaron el año 2018 en Nature Biotechnology un estudio sobre la evidencia de crisis de salud mental en la educación de posgrado.

El estudio, que recolectó 2.279 respuestas, principalmente de candidatos de doctorado basados en 234 instituciones en 26 países, mostró que un 40% de quienes estudiaban ciencias biológicas, físicas e ingenierías, presentaron índices sorprendentemente altos de ansiedad y depresión, sextuplicando la prevalencia hallada en la población general.

De manera reciente, el año 2023, investigadores de la Universidad de Barcelona y de la Universidad Abierta de Cataluña publicaron en la Revista del Congreso Internacional de Docencia Universitaria e Innovación un estudio sobre el bienestar emocional de los investigadores en formación de los programas de doctorado de la Universidad de Barcelona. Un total de 1.265 estudiantes fueron evaluados y se concluyó que un 46,5% de los doctorandos presentó síntomas de depresión y un 40,6% de ansiedad.

Dicho esto, se observa que en los últimos años ha aumentado el número de estudiantes de doctorado con síntomas de ansiedad y depresión. Esta situación se acentúa en los doctorandos que tienen que compaginar los estudios con su papel de empleados, padres o cuidadores; o en los doctorandos que cursan su formación en otros países o regiones, donde no cuentan con redes de apoyo.

Por lo tanto, esta problemática genera desafíos no sólo para las universidades formadoras de investigadores, sino que también para los distintos actores que intervienen en las políticas públicas.

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Considerando que la generación de conocimiento es un bien común, la investigación que desarrollan las universidades y otros tipos de instituciones debe responder a las necesidades que tiene la sociedad, y para esto se requiere que se invierta en investigación y desarrollo (I & D) y en la formación de capital humano avanzado, puesto que en economías basadas en conocimiento, el potencial para innovar y mejorar la competitividad se encuentra estrechamente relacionado con la capacidad de los sistemas nacionales de apoyar la investigación científica-tecnológica y la innovación.