Carlos Trujillo: El nominado al Premio Nacional de Literatura que tiene "poemas desperdigados por todo el mundo"
Carlos Trujillo, poeta chilote y fundador del Taller Literario Aumen junto a Renato Cárdenas en 1975, nunca imaginó que dejaría Chiloé, su tierra natal.
Aumen, que significa "el eco de la montaña" en voz huilliche, se convirtió en un pilar cultural del sur de Chile, formando a una generación de poetas que hoy destacan en el panorama literario sureño.
A pesar de su arraigo en la isla, en 1989 decidió, motivado por el poeta Gonzalo Rojas, viajar a Estados Unidos para seguir un doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Pensilvania.
Durante casi tres décadas en Filadelfia, Trujillo se consolidó como un respetado académico, alcanzando el título de Profesor Emérito en Villanova University, además de ser reconocido como Miembro Correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.
En 1991, recibió el Premio Pablo Neruda por su trayectoria. Ahora, postulado al Premio Nacional de Literatura, vive nuevamente en Chiloé, donde sigue siendo un activo promotor de la literatura desde su retiro en el archipiélago.
Usted fue cofundador del Taller Literario Aumen, que dirigiste desde su fundación en 1975 hasta 1989, cuando decides irte a Estados Unidos a seguir estudios de postgrado. Fue una permanencia de casi tres décadas allá. Finalmente regresas a la isla hace siete años. ¿Cómo fue esa salida de tu tierra? ¿Qué la motiva?
La verdad es que nunca pensé salir de Chiloé. Mi vida entera estaba acá, mi familia, mis amigos, todo mi mundo estaba acá y el trabajo que realizaba con el taller literario era una motivación y un estímulo permanente, de modo que no tenía ningún interés en salir de aquí. Pero, más o menos en 1987, Gonzalo Rojas e Hilda, su esposa, empezaron a motivarme a salir por un tiempo para vivir otras experiencias, dedicarme de lleno a mi poesía y hacer un doctorado, considerando mi amor por la enseñanza y la formación de mis pupilos. “Has estado haciendo mucho por los demás -me dijo Gonzalo. Debes empezar a dedicarte a lo tuyo”. La historia es larga, pero lo cierto es que en julio de 1989 ya me encontraba en Filadelfia, pronto a empezar un doctorado en literatura hispanoamericana en la Universidad de Pensilvania.
Mi esposa y mis hijos se quedaron en Castro, en casa de mi padre, y yo partí a vivir esa experiencia que era mi primera vez, por un tiempo tan largo, lejos de la isla y, además, solo en un país y en un medio tan distinto al nuestro. No fue fácil. Pero, afortunadamente, un año después pude llevar a mi familia y todo se hizo más fácil. Terminé el doctorado e inmediatamente intenté volver a mi país. Escribí cartas a todas partes en Chiloé, a toda la gente con la que había trabajado en la lucha contra la dictadura,. No recibí ni una sola carta de respuesta, pese a que varios de ellos ocupaban puestos importantes en ese momento. Así fue como debí quedarme allá por 28 años, hasta cuando mi esposa y yo decidimos solicitar nuestra jubilación y regresamos a la isla.
¿Cómo fue ese tiempo en Filadelfia?
Veintiocho años es casi media vida o, dicho de otro modo, una vida completa. Si bien hubo dificultades y tristezas, tengo que decir que los tiempos buenos fueron los mayores. Estudié, estudiamos, conseguimos trabajo en universidades, los hijos crecieron, y yo seguí en mis tareas, igual que si estuviera en Castro, de modo que además de mis clases de literatura nunca dejé de tener talleres literarios, organizar recitales, publicar revistas y todo eso que es parte de dicha actividad. Por otro lado, allá era mucho más fácil hacer cosas puesto que si éstas se organizaban con tiempo, era posible conseguir dinero para realizar muchísimas actividades. Conseguí llevar a Villanova University a una gran cantidad de escritores y críticos literarios. Entre los chilenos, recuerdo a Pía Barros, Iván Carrasco, Roberto Castillo, Marcelo Coddou, José Donoso, Juan Armando Epple, Rodolfo Figueroa, Christian Formoso, Mario García, Óscar Hahn, Jaime Huenún, Sergio Mansilla, Tamym Maulén, David Miralles, Rosabetty Muñoz, Floridor Pérez, Jaime Quezada, Clemente Riedemann, Gonzalo Rojas, Carlos Soto Román, Elizabeth Subercaseaux y Jorge Torres. Entre los extranjeros Peter Earle, Evgeni Evtushenko, José Miguel Oviedo, Róger Santiváñez. Tuve talleres literarios todo el tiempo con pupilos de numerosos países americanos y europeos. Varios de ellos, hoy día son autores publicados.
Por otro lado, ser profesor universitario, unido a mi condición de poeta, me permitió participar en recitales, encuentros y congresos literarios en muchísimos países, además recibir invitaciones de universidades del área de Filadelfia con mucha frecuencia.
¿El exilio primero y luego los más de 1.200 kilómetros de distancia entre Santiago y Chiloé, conspiran para un conocimiento masivo de su obra?
Eso es innegable. Pero empecemos un poco más atrás. Antes de irme a Estados Unidos, trabajé, viví, leí y escribí muchísimo en mi Chiloé de siempre. La actividad que desarrollábamos acá era muy importante. Surgió un gran número de poetas y narradores, algo que no había ocurrido nunca antes de 1975, publicábamos revistas, realizábamos recitales y hasta organizamos dos grandes Encuentros de Escritores en Chiloé, en 1978 y 1988, que consiguieron cobertura nacional. Sin embargo, nuestros libros nunca pudieron llegar muy lejos, dado que la mayoría, por no decir todos, eran autoediciones y, por lo mismo, no tenían mayor difusión y era imposible encontrarlos en librerías más allá de la isla. Esto minimizaba por completo la posibilidad de que nuestro trabajo fuera estudiado en las universidades, con la gran excepción del trabajo crítico y de difusión hecho por Iván Carrasco en la Universidad Austral y, más tarde, el poeta y académico Sergio Mansilla.
Luego vienen mis 28 años en Estados Unidos. En 1999, Yanko González publicó un libro con entrevistas de poetas del sur. La mía la tituló “Salí de una isla y me vine a otra mayor”, una frase que dije y que representa muy claramente esa realidad. Mientras estuve en Chiloé (toda mi vida hasta 1989), siempre estuve lejos del centro (llámese la capital) y, por lo mismo, ausente de los privilegios que da el hecho de estar cerca de donde se mueve y se maneja todo. En 1989, me fui a Estados Unidos y por 28 años me encontré en una isla mayor, es decir en un aislamiento mayor, puesto que en mi país “me desaparecieron” de toda cita, invitación o referencia en relación a los poetas chilenos. Por otro lado, dada mi condición de chilote, cada vez que venía a Chile (y eso ocurría casi cada año), muy pocas veces pasé a Santiago, puesto que mis seres queridos, mis referencias, mi historia, están acá abajo, en la isla, de modo que en Santiago, por lo general sólo cambiaba de un avión a otro y seguía rumbo al sur.
Por eso, cuando regresamos a Chiloé me dije “ahora sí que no me perderé ni una”, pensando en las abundantes ferias del libro y otras actividades que se realizaban anualmente en todo el país. “¡No me perderé ni una sola!” Llegué y me puse de cabeza en lo mío, lectura, escritura, talleres literarios. Entre 2018 y 2019 publiqué tres libros de poesía, el tercero de ellos, debía salir a librerías (o mejor dicho, destino a Castro) justo el día que ocurrió el estallido social. Y, como sabes, luego vendría la pandemia y el encierro y todo lo demás, y de mi “sumarme a todo lo que ocurriera en el país” no pasó nada porque parece que nadie se ha enterado (o no ha querido enterarse o no le importa ni un comino) que yo esté de vuelta en mi país, pese a los siete años que llevo acá. Y como no acostumbro a andarme haciendo invitar, parece que seguiré encerrado en Astilleros, Dalcahue, entre arrayanes y pájaros, pero sin parar en lo que he hecho siempre. En los próximos días aparecerán dos nuevas ediciones de mis libros publicados en 2018 y 2019, “Castro 1950” y “La Palabra y su Perro”. Eso quiere decir que los libros se venden, pero más que nada, o tal vez casi exclusivamente, en Chiloé, de modo que si un profesor universitario de cualquier lugar del país se enterara de esto y quisiera mostrar algo de mi poesía en sus clases, le sería muy difícil dar con alguno de mis libros. Lo mismo pasa con los libros de la gran mayoría de los escritores chilotes y de todo el sur.
Me ha dicho que sus libros son prácticamente desconocidos en lo que ustedes llaman ‘el continente’, es decir, Chile continental. Por cierto no lo pongo en duda. Por lo mismo, le pido que me diga cuántos libros ha publicado, tanto en Chile como en el extranjero.
Mis libros de poesía son 17 o 18, los que sumados a las antologías que he hecho de otros poetas, más otros libros de investigación, suman algo más de 25. Poemas míos andan desperdigados por cerca de cincuenta antologías, en Chile y alrededor del mundo. Las dos últimas que puedo mencionar, ambas publicadas este año son: “En el dorso del cielo”, compilación y traducción al chino de Tongxin Fan, Shandong Art & Literature, China, 2024, que reúne poemas de Ida Vitale (Uruguay), Graciela Maturo (Argentina), Carlos Trujillo (Chile), Margarito Cuéllar (México), Tallulah Flores Prieto (Colombia) y Carlos Ernesto García (El Salvador), y ‘Entre la lluvia y el arcoíris. Antología de jóvenes poetas chilenos”, Soledad Bianchi (selección y estudio preliminar), Santiago: Usach, 2024, cuya primera edición fue hecha en 1983, en Rotterdam, lo que confirma que mi poesía ha estado presente y vigente durante todo el pasado medio siglo. También hemos hecho cosas acá en la isla. Por ejemplo, a comienzos de este año junto a Héctor Véliz Pérez-Millán, publicamos Antología de la Picaresca Chilota, Ediciones Mentanegra, que reúne textos de Mario Contreras, Mario García, Luis Mancilla, Lope Sin Pega, José Teiguel, Nelson Torres, Jorge Velásquez, además de los dos compiladores.
Mucho que hacer y muchísimo más que seguir haciendo. Ahora mismo, estamos en las actividades preliminares para la celebración de los 50 años de Aumen, que se cumplirán la primera semana de abril del año próximo.
Si fuéramos palabras
Iríamos libremente
De una línea a la otra
Libres a toda hora
Mañana, mediodía
Tarde, noche
A pie pelado, libre
Corriendo por la página
Qué alegría de niño
Correr por la tersura
De la página en blanco
Besando nuestros pies
Aún sin bautizo
Navegar ese mar
Sin vientos y sin olas
Simplemente ser niños
Andando por la página
Gozando como niños
Su entera libertad
En esa pampa abierta
Llena de flores y de pájaros.
NOTA: Este poema lo escribí el 16 de marzo de 2020. El covid 19 recién estaba entrando en Chile, pero las noticias del mundo nos tenían completamente atemorizados. Ante esa situación nace este poema.