La creciente inversión extranjera en Chile
A Chile le ha ido bien, en los últimos años, en lo que respecta a la recepción de inversión extranjera directa. Cepal acaba de dar a conocer un estudio sobre esta dimensión durante el año 2023, en la cual se expone que la inversión extranjera directa (IED), en nuestro país alcanzó ese año los 21.738 millones de dólares, siendo en México de 30.196, en Brasil de 64.230 y en Argentina de 23.866 millones de dólares respectivamente.
Estos son los cuatro países que mayores volúmenes de IED recibieron en latinoamérica. Pero en el caso de Chile no solo recibió un volumen considerable, sino que ingresó más que en el año anterior, es decir, el proceso de recepción de IED en el país va en aumento.
Hay varias reflexiones que se pueden hacer a partir de toda esta situación. Lo primero es reconocer que el capital extranjero no fluye hacía los diferentes países motivado solo por la mano de obra barata o la riqueza de recursos naturales que puedan encontrar en los países receptores.
La IED también valora el nivel de crecimiento económico reciente y futuro, las perspectivas de inflación, la disponibilidad de divisas y la libertad del mercado cambiario, la calidad y estabilidad institucional y legal, la estabilidad política y tributaria, la calidad de la infraestructura física como puertos y carreteras, la calidad de los profesionales y técnicos locales y de las universidades donde se forman y la conectividad digital, entre algunas variables relevantes.
Por todo ello, la IED no fluye en más alta medida hacía los países mas pobres, sino hacia los naciones de mayor desarrollo relativo dentro de los países en desarrollo.
El segundo aspecto que es importante destacar es que hoy en día existe una importante corriente de IED hacia los países en desarrollo. En otras palabras, las incertidumbres y dificultades financieras internacionales y las políticas monetarias imperantes en los países desarrollados llevan al capital a buscar posibilidades de inversión rentable en los países periféricos.
Esta es una oportunidad coyuntural que es bueno saber aprovechar, pero respecto a la cual hay que tener claro que eso puede variar en tiempos cortos, en función de las políticas monetarias, crediticias y cambiaras de los países desarrollados.
En el caso de Chile, a los datos de Cepal para el año 2023 es posible agregar datos nacionales sobre el primer trimestre del 2024, en el cual se reporta una IED por un monto de 8.243 millones de dólares, cantidad que es un 31% mayor que la ocurrida en el mismo período del año anterior.
A ello se agrega las recientes informaciones de que la empresa Freeport productora de cobre en el yacimiento de El Abra, tiene en carpeta nuevas inversiones por un monto de 7.500 millones de dólares y que en tierras magallánicas hay al menos cuatro proyectos de producción de hidrógeno verde, que representan un monto de 11.500 millones de dólares.
Estos volúmenes altos de IED ponen de relieve que Chile es hoy en día un país atrayente para el capital foráneo, contrariamente a lo que postulan porfiadamente los dirigentes empresariales locales.
Pero estos datos también ponen de relieve el carácter rentista, provinciano y parasitario de nuestros altos sectores empresariales, que no son capaces de generar grandes nuevos proyectos de inversión y desarrollo en el país, sino que se sienten satisfechos con la captación de rentas financieras, naturales y monopólicas, sin exhibir la creatividad y el riesgo que es propio del liderato empresarial. Además, no son invitados ni siquiera como socios minoritarios en estas nuevas incursiones del capital trasnacional en nuestro país.
¿Es bueno para un país como Chile recibir altos volúmenes de IED? La respuesta actual es que si, que ello nos aporta creación de nuevos empleos, difusión tecnológica y mayores ingresos tributarios, junto a un aumento de nuestras exportaciones y de nuestro PIB.
Sin embargo, no deja de preocupar el hecho de que el gobierno de Chile hace poco uso de su capacidad de negociación, incrementada hoy en día por nuestra geografía, nuestro subsuelo, y por la necesidad que el mundo contemporáneo tiene de muchos productos de aquello que compone nuestra dotación de recursos naturales.
Negociar no para alejar la IED, ni para ponerle condiciones que sean imposibles de aceptar, sino para incorporar esas inversiones en un plan de desarrollo industrial que debería presidir nuestras decisiones y orientaciones de política económica, y que nos permitiría aprovechar al máximo la presencia de estos socios internacionales. En ausencia de un plan de desarrollo de esa naturaleza, la IED llegará en forma desordenada y sin otras preocupaciones que sus propios beneficios.
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