Transición justa: Romper los patrones fósiles de la injusticia
Lo que llamamos “revolución industrial” se sostuvo en un período extremadamente corto de nuestra historia como humanos en la que usamos fuentes de energía aparentemente baratas -los combustibles fósiles– para mover y transformar enormes cantidades de materia, sosteniendo un modo de vida impensado para nuestros ancestros.
Las bases de este cambio fueron los procesos de colonización y explotación de las mayorías globales en beneficio de una pequeña élite dominante. Nuestra civilización fósil es heredera de estas dinámicas.
Hoy ya se ha vuelto habitual hablar y debatir sobre transición energética; incluso sobre la necesidad de acelerarla y facilitarla. Todo esto es bienvenido, y reflejo de la apremiante debacle climática que ya se manifiesta con claridad. Pero el planteamiento del problema sigue siendo limitado: seguimos enfrentando la necesidad de desfosilizar nuestros sistemas energéticos sin reconocer que, para que este proceso sea realmente justo y reparador, también necesitamos descolonizarlos.
Hay quien podría pensar que hablar de descolonizar es algo abstracto u obsoleto. Nada más lejos de la realidad. El colonialismo fue un proceso que se basó en la sujeción de ciertos territorios y personas a ser la fuente de sustento de otras, que se entendían a sí como jerárquicamente superiores.
Hoy, la transición energética corporativa que domina los procesos de instalación de nuevas macro concentraciones de energías renovables no convencionales en Chile sigue con las mismas premisas. Industrias celebradas como las del hidrógeno verde siguen posicionando ciertos territorios –como Antofagasta y Magallanes– sin consulta a sus habitantes, como nuevas despensas para la exportación.
Quienes defienden un despegue vertiginoso de esta y otras industrias verdes, como la del litio, argumentan que es una causa justa, para salvar el planeta. Pero hay que tener presente que cualquier propuesta de nuevas infraestructuras, nuevos procesos productivos, industriales, extractivos y circulación de objetos imagina un mundo más amplio que lo sostiene, un conjunto de ecosistemas que se hacen cargo de que sea posible.
En este caso, los impactos ecosistémicos de la producción a gran escala de hidrógeno verde están lejos de ser menores. De hecho, la magnitud de desarrollo de infraestructura renovable que requeriría es tal que supera con creces todo lo que hemos realizado hasta hoy para la descarbonización nacional. Y el objetivo de esta industria está explícitamente orientado al consumo fuera de nuestras fronteras.
Durante siglos usamos los combustibles fósiles creyéndolos baratos. Los costos, por mucho tiempo oscurecidos por quienes se beneficiaban de ellos, hoy son imposibles de ignorar. Hoy tenemos la oportunidad de no reproducir la estructura injusta de nuestros sistemas energéticos en un nuevo traje, supuestamente “verde”, pero hijo calcado del mismo pensamiento que nos llevó a nuestra actual crisis civilizatoria.
Crédito de la foto: Agencia Uno