¿Gas natural contra el cambio climático? Conoce las contradicciones de esta estrategia
Transición. La palabra transición. En ciencia política, indica el paso de un gobierno a otro, el camino intermedio. Esa tierra de nadie en la que uno no se terminó de ir y otro no terminó de asumir, hasta que de repente sí, ya está, tiene la banda colocada más o menos prolijamente. Si hay buena onda, o una cierta razonabilidad, durante la transición los equipos técnicos se juntan, este ministerio está así, hay que pagar esta deuda, aquella factura, empezamos este programa y esta obra. Coordinan. Pero está claro qué es lo viejo y qué es lo nuevo, están claros los plazos.
Transición. Transición también es la palabra de moda a la hora de hablar de gas. O, más bien, dicho de otro modo: a la hora de defender al último reducto de los combustibles fósiles. El argumento es que mientras se deja de usar para siempre el petróleo y sus derivados líquidos hay que mantener la maquinaria productiva universal activa y los hogares calientes en invierno. Y para eso está (estaría) el gas natural.
Si es en efecto una transición, sería así hasta que estén absolutamente listas las energías hasta hoy alternativas, o renovables, o verdes, o como se las quiera etiquetar. Porque el consenso -por fin- es que no se pueden seguir quemando combustibles fósiles para no aumentar el efecto invernadero a niveles (más) catastróficos.
[caption id="attachment_811986" align="alignnone" width="730"] Vaca Muerta. Foto: LM Neuquen, CC BY-SA 4.0, vía Wikimedia Commons[/caption]
¿Contamina el gas natural?
Sin embargo, la evidencia científica sobre el gas transicional que esgrimen los expertos cercanos a las organizaciones ambientalistas y organismos internacionales es que no es así, o no tan así. Y comienza la polémica. Porque en muchos sentidos no está claro el grado de la transición, sus tiempos y cómo puede afectar el uso del gas al objetivo firmado por los gobiernos de todo el planeta para mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5°C respecto de la era preindustrial, cuando empezó todo el desmadre climático, en esa Inglaterra de máquinas de vapor y excedente de capitales que eliminó artesanos y creó un nuevo concepto: fábricas.
Porque, primero, lo dicho: el gas natural es un combustible fósil -de hecho, se habla de “gas natural fósil”– y emite gases de efecto invernadero, aunque menos que sus pares de categoría. Según el gobierno español -pero es repetido por todos-, “el gas natural es el combustible fósil con menor impacto medioambiental de todos los utilizados, tanto en la etapa de extracción, elaboración y transporte, como en la fase de utilización”. ¿Cuánto? “Sus emisiones de dióxido de carbono son un 40-50% menores de las del carbón y un 25-30% menores de las del fuel-oil”, dice la misma web del ministerio de energía ibérico.
Un experto en energía como Václav Smil cree asimismo que es apropiado y perfecto para ese fin de transición: “El gas natural es un combustible perfecto para la transición energética del carbón a las energías renovables. Lo es porque su combustión genera un 40% menos de carbón respecto al propio carbón y también es menos contaminante respecto al querosene y la gasolina. Se trata de una opción intermedia perfecta”, defiende.
Para el autor checo será útil al menos hasta mitad de siglo: “No existe ningún escenario racional que relegue el gas natural a un papel insignificante o que lo convierta en una reliquia del pasado antes del año 2050”.
Sesgo fósil
El problema que se detecta en diversos informes técnicos es que para que América Latina haga uso de ese gas transicional debe invertir en nuevos yacimientos, tanto dentro de sus territorios terrestres como en sus plataformas continentales. Y en un contexto donde la cantidad de dinero necesario para las inversiones en las grandes infraestructuras imprescindibles hace que la opción sea gasoductos o energías renovables, no gasoductos y energías renovables. Lo que los economistas llaman costo de oportunidad: no se puede estar en dos lados al mismo tiempo.
[caption id="attachment_811988" align="alignnone" width="1080"] Planta de Gas "La Gaviota", en Francia. Foto: Aherrero, CC BY 2.0, vía Wikimedia Commons[/caption]
Es lo que marca -por poner apenas un ejemplo- la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) sobre el plan nacional de adaptación de Argentina, algunos de cuyos puntos le resultan “inquietantes” debido a la línea de acción de gasificación detectada. “Se hace mención al desarrollo de cuencas hidrocarburíferas, costa adentro y costa afuera para que el país sea proveedor de gas natural a escala regional y global”, algo que, destaca un comunicado de la ONG, no se inserta en una verdadera transformación integral del sector energético.
De hecho, el mismo presidente argentino Alberto Fernández dijo a comienzos de diciembre de 2022 que no es algo exclusivo de su país, del gas y del célebre yacimiento de Vaca Muerta: “Entre Bolivia, Chile y Argentina tenemos las dos terceras partes del litio que existe en el mundo y es la energía del futuro. En la Patagonia podemos desarrollar hidrógeno verde y es una gran oportunidad que tenemos”. Agregó: “Argentina es el segundo reservorio de gas no convencional y si el gas se convierte en energía de transición puede ser una gran oportunidad. Y si el mundo va a necesitar alimentos, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay somos grandes proveedores para el mundo”, se ufanó.
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Y ahí es donde acuerdos supra-nacionales como el de París de 2015, que en algunos países tienen rango por encima de las propias constituciones, podrían quedar como papel pintado. Lo anota Martín Kazimierski, investigador de la Universidad de Buenos Aires y experto en energía: “Informes del Banco Interamericano de Desarrollo advierten que si América Latina desea cumplir con las obligaciones climáticas a las que se ha comprometido no debe quemar el 70% de sus reservas probadas de gas natural”, dijo en diálogo con CT.
No es, de todos modos, una posición unánime entre los organismos técnicos. Sigue Kazimierski: “Otros como la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE) han reconocido en documentos oficiales al gas natural como un combustible de transición. Ya que, según estas estimaciones, la masificación del uso del gas natural podría contribuir a la reducción de las emisiones de dióxido de carbono del sector energético, al mismo tiempo que resulta una fuente viable, asequible y confiable para el avance de algunas economías de la región pensando desde las perspectivas del desarrollo sustentable”.
¿Gas natural, sí o no?
¿Qué hacer con semejante contradicción? Los gobiernos y quienes toman decisiones ya parecen resueltos. Según datos del Sistema de Información Energética de América Latina y el Caribe (Sielac; anotados en un artículo del portal Diálogo chino), entre 2000 y 2020, se pasó del 24% de gas como suministro total de energía primaria en la región hasta un 31%. Venezuela tiene el 70% de las reservas; y Argentina pica en punta en no convencionales (que implican aún más daño a la naturaleza). Y va camino a reemplazar a la energía hidroeléctrica.
En el mismo artículo citado, Gustavo Máñez, del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), cuenta que hay alternativas más baratas y sostenibles que el gas para la región y que los gobiernos hacen un mal uso de los fondos públicos por su “sesgo fósil”. Otro trabajo, en este caso del BID, señala que las exportaciones de gas desde América Latina no ayudan a los esfuerzos mundiales para descarbonizar la economía en línea con el mencionado Acuerdo de París.
Y, por fin, uno de los reportes del célebre IPCC señala que “el uso de gas natural para la producción de electricidad está creciendo fuertemente en la mayoría de los países y el gas ha contribuido al mayor aumento de las emisiones globales de CO2 fósil en los últimos años” y “conlleva el riesgo de un aumento de las emisiones de metano de fuentes fugitivas, así como grandes emisiones acumuladas durante la vida útil de las nuevas centrales eléctricas de gas que pueden borrar las reducciones de la intensidad de carbono”.
Según el IPCC, el gas ha contribuido a un mayor aumento de las emisiones globales de CO2 en los últimos años
En el medio de toda esta discusión se dio la siguiente secuencia desde febrero de 2022: Rusia invade Ucrania, Europa reacciona y sanciona comercialmente a Rusia, Rusia decide cortar los suministros de gas a Europa (o regularlos a piacere) y ante la opción de congelarse Europa busca más opciones de gas en el resto del mundo. Esquemáticamente.
Apunta Kazimierski, también coautor de La transición energética en la Argentina. Una hoja de ruta para entender los proyectos en pugna y las falsas soluciones (Siglo XXI, compilado por Maristella Svampa y Pablo Bertinat): “Las tensiones geopolíticas dadas por el conflicto en Ucrania y el uso político de la infraestructura energética, como es el caso de (el gasoducto) Nord Stream 2, han producido que las principales potencias occidentales replanteen sus metas de descarbonización, incrementando el consumo de carbón y posponiendo el cierre de las centrales nucleares. La suba en las tarifas de electricidad también jugó a favor de las energías más baratas y contaminantes, dejando en suspenso la tendencia a incorporar energías verdes de manera casi exclusiva”.
Algo que impactó en la gasificación. “En el mercado gasífero, este contexto incrementó el interés por el gas natural licuado, ya que se comercializa por las vías marítimas y no depende de la red de gasoductos que conectan Asia con Europa. Es probable que veamos un crecimiento de este mercado en los próximos años”, completó el experto.
“El gas no es el camino”, dice Elissama Menezes, una consultora sobre temas de clima y el comercio naviero, aludido anteriormente. Lo dice en especial sobre el sector en el que es experta, pero cabe generalizar. “Las emisiones de metano de los barcos crecieron un sorprendente 150% entre 2012 y 2018 y se espera que sigan en alza. Se trata de una industria que usa cada vez más gas natural y lo presenta como una solución amigable con el ambiente por sus emisiones, pero dejan de lado las emisiones de metano” (un gas menos predominante que el dióxido de carbono, pero con más poder de calentamiento).
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Hay más de 90.000 navíos que surcan las aguas del planeta, con un fuerte lastre ambiental. Apenas una muestra que se puede extender a otras zonas de la llamada producción.
Las verdades ocultas del gas
Pero quizá el estudio más importante contra el uso del gas natural en la región corresponde al del Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo. Allí se habla de “la verdad oculta” del gas natural y pone tres casos de análisis respecto de qué sucedería con escenarios alternativos, sin ese sesgo fósil indicado.
Señala que las emisiones de gases de efecto invernadero deben detenerse y no puede haber de ningún tipo para mantener el cambio climático (más o menos) bajo control. El temor señalado se debe a las fugas de metano que se dan en el proceso de producción de gas, que son “pobremente controladas y vagamente reportadas”.
“Lejos de ser una opción limpia y sustentable, las decisiones en favor del gas natural aceleran la crisis climática”, escriben los autores, encabezados por Jairo Quirós-Tortós, Mariana Rodríguez-Arce, Luis Fernando Víctor-Gallardo, Jam Angulo-Paniagua, Curtis Boodoo y Valentine Duncan.
“Este reporte prueba que si los mismos fondos fueran hacia la generación de electricidad con energías renovables en lugar del gas natural habría mejores resultados económicos y la región se podría recuperar más rápido y con más fuerza de la crisis por la pandemia y estaría en mejor posición para encarar el cambio climático”, señala. Y agrega que, si bien el precio del gas ha crecido, esto puede cambiar en el mediano plazo, mientras que el abaratamiento de las renovables es constante.
Entre las conclusiones del trabajo de casi cien páginas, se subraya que está presente la evidencia de que si la transición latinoamericana se basa en renovables la economía podría generar ahorros tres veces más grandes hacia 2050 que con el uso del gas natural.
También en cuanto a trabajos generados tendría un beneficio, según el mismo informe: 98 veces más en el corto plazo y 82 veces más hacia 2050. Y cuatro veces menos en reducción de emisiones de gases contaminantes al 2050; sin contar las denominadas “emisiones fugitivas” (no contadas y propias de derrames y fugas).
Lo cierto es que, pese a estos estudios y a las quejas de quienes ven el panorama general y no el corto plazo, el sesgo hacia lo conocido, lo más a mano, lo que ofrecen los empresarios con contactos con los decisores, que empujan las mismas decisiones, pesa más y el gas natural parece -de manera provisoria al menos- ganar la mano y llevarse las inversiones finitas.
Como de modo involuntariamente cínico se dice en los pasillos del poder argentino, “hay que usar Vaca Muerta, sacar sus recursos ahora, antes de que esté totalmente prohibido”.