Crítica de teatro | Un gallo en escena y una guagua en la sala

Crítica de teatro | Un gallo en escena y una guagua en la sala

Por: Rodrigo Hidalgo | 28.01.2023
El Festival de Teatro a Mil llegó a su fin y nos permitimos asistir a una última función, esta vez en CEINA, a la aclamada obra colombiana “El coronel no tiene quién le escriba”.

He disfrutado de este festival 2023. Pienso en el eslogan de este año: “Teatro a Mil atraviesa tu vida”. Sí. De múltiples maneras. Por ejemplo, fui invitado por Mauricio Barría, y descargué la app Decolonial Gaze, para participar en un recorrido por el barrio Yungay que, gracias a esa herramienta en el celular, permitía mirar el paralelo o la continuidad arquitectónica entre algunos cités de la época salitrera y un barrio de Hamburgo, Alemania. ¿Quiénes o cuántos chilenes habrán valorado y entendido algo con esa intervención?

Sé de unos que iban pasando por fuera del Teatro Nacional y los invitaron a entrar, daban nada menos que “Hechos Consumados”. No había tanto público, la sala se veía enorme, vacía, o simplemente había más lugar y último día nadie se enoja, así que la orden fue regalen entradas no más, al que vaya pasando.

Soy testigo de los esfuerzos del mundo del teatro por encantar y convencer a ese transeúnte despistado que no piensa en el teatro, que no asiste nunca ni le interesa, que lo tiene completamente fuera de su presupuesto. Es una actividad suntuaria y los tiempos no están como para gastar plata en diversión.

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Pienso que algo parecido debe haber ocurrido después en el CEINA, alguna razón hay para que a una sala de teatro dejen entrar a la función a una pareja con una guagua en brazos.  A veces esa razón es el vínculo sanguíneo con alguien de la compañía. Pero debiese haber un mínimo de criterio. ¿Cómo vas al teatro con un lactante menor de un año en brazos?

Al primer asomo de llanto, el nerviosismo saluda a los actores, que ya en escena no pueden evitar dirigir la sorprendida mirada hacia las butacas donde hay un bebé amenazando con ponerse a llorar. Se roba la atención de toda la sala y arruina así los primeros 15 minutos de la obra, hasta que finalmente los padres atinan a salir de la sala. Luego suena un celular. Y nos queremos parecer a un país OCDE.

[caption id="attachment_811356" align="aligncenter" width="737"] Obra de teatro "El coronel no tiene quien lo escriba".[/caption]

Pero ya está. He venido a ver la promesa de un gran espectáculo. “El coronel no tiene quién le escriba”, la adaptación a escena de la famosa novela de García Márquez, en la que un veterano de guerra, un líder revolucionario, espera que le llegue su pensión junto al reconocimiento por su labor como militar tempranamente retirado. Pero lleva 15 años esperando y se niega a aceptar que lo han olvidado, mientras cae en la miseria, sacrificando a su familia. El hijo entra al circuito de las apuestas ilegales, adquiere un gallo de peleas y es asesinado.

El gallo es la única herencia o recuerdo que ha dejado el hijo, y el coronel lo alimenta esperando a que llegue el buen clima, la temporada de peleas, cuando el gallo los hará ricos. La mujer y madre ruega por la venta o ejecución de la bestia, hace sopa de piedras. La obra de teatro se apega al texto y no se aparta de la letra ni simplifica. Aparecen personajes secundarios, el médico, los del correo, los prestamistas, los amigotes del hijo muerto, la muchachada del vecindario. Y el gallo.

Desde el inicio de la función y hasta el final, un hermoso ejemplar de ave se roba completamente la atención sino de toda la concurrencia, al menos de este humilde servidor. Entonces, ni bien ha comenzado la obra y se ha marchado el bebé con su amago de llanto, escucho los comentarios susurrados a mi alrededor. Hay una juventud que no acepta el maltrato animal. Y un gallo en el escenario, bueno, es un gallo vulnerado.

Unos pocos se paran y se van no sabemos si aprovechando también la salida de la guagua. La obra tiene todo lo que podría alterar los nervios del animal: luces estroboscópicas para simular la tormenta eléctrica del tropical Macondo, y hasta una banda de cumbia tocando en vivo. Pero el gallo como si nada. Un capo.

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Así que el gallo se roba todos los aplausos. Al término de la función es lo que más comenta el público. Algunos ni siquiera entendieron bien la obra. ¿Qué carta estaban esperando? ¿Por qué no se comían al gallo? ¿Por qué no lo vendieron o lo echaron a la pelea, si lo tenían entrenando? De pronto el coronel simplemente decide no venderlo, ni comerlo, ni matarlo. No tienen almuerzo para mañana. ¿Y qué vamos a comer? ¡Mierda! Qué final más raro.

Un texto como el de García Márquez bien podría adaptarse a un puro actor, el coronel. Pero este montaje del Teatro Colón de Bogotá y la Fábrica de Teatro Popular, contempla a casi diez intérpretes en el escenario. El despliegue de recursos escenográficos, es digno de Broadway, o aspira a ello: hay subtítulos en inglés. Los cambios de atmósfera y el ritmo son administrados con suma inteligencia, es evidente que la meta ha sido lograr llevar a escena una brizna del realismo mágico macondiano. Y es efectivamente un show de primera categoría.

Entonces digo educación. Más educación para todos hasta acá y me incluyo. Con más quiero decir mejor, obviamente. Porque estas anécdotas se suman al desaire que -lo siento no puedo olvidarlo- vivió la compañía brasileña que presentó un poema escénico del poeta concreto Joao Cabral de Melo Neto. Y digámoslo así: que se produzca una fuga de espectadores de una sala, es terrible. Pero que se produzca una fuga y que esos espectadores sean aprovechados para llenar otra sala, sería el colmo, definitivamente mucho peor.

Termina el Teatro A Mil y me deja atravesado. E inmediatamente ya se lanzó y está en pleno desarrollo, como tomando una posta, otro selecto cóctel de montajes, el Festival Santiago Off, que como este 2023 se cumplen 50 años del golpe, viene cargado al testimonio, al Víctor y la Violeta. Por lo pronto, le dejo una invitación. Vaya el domingo a los ex juegos Diana, en Santa Isabel con San Diego. Dan una obra infantil “El cóndor y la pastora”, es un cuento atacameño. Ahí sí puede ir con guagua.

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