
Ideas y empresarios
La vacuidad de la política chilena, emblematizada hoy por una franja de propaganda en la que los lugares comunes y las caras sonrientes parecieran hablar de un país sin grandes diferencias ni contradicciones, ha sufrido un leve pero esperanzador remezón. La idea planteada por el recién ungido precandidato Gabriel Boric, en el sentido de que las empresas debieran integrar a representantes de los trabajadores en su dirección, ha suscitado una saludable polémica que debemos agradecer. En primer lugar, porque ha provocado que incumbentes de distinta naturaleza expresen posiciones y argumentos y especialistas aporten antecedentes, a favor o en contra de la iniciativa. Y también porque permite que, a través de las distintas tomas de posiciones que se van sucediendo (las que desnudan tanto intereses como contradicciones), se genere un debate que va involucrando progresivamente a personas y colectivos; en síntesis, lo que se espera de la política.
En esa perspectiva, por ejemplo, la reacción de los gremios empresariales sobre la iniciativa (en general, la desdeñan por ir contra el espíritu de la época y por expropiatoria) nos permite reflexionar sobre el rol de la clase empresarial en nuestra historia reciente y sobre lo que se debe esperar de ella en el modelamiento de lo que se ha dado en llamar un “nuevo pacto social”.
La crisis de legitimidad y credibilidad del sistema político ha orientado la ira general casi exclusivamente a quienes detentan cargos o funciones directas en él, lo que, aunque justificado, hace perder de vista el rol de un sector como el de los grandes empresarios, que tiene una exorbitada incidencia en el desempeño y los resultados del sistema, muchas veces más relevantes que el de quienes están formalmente investidos para ese rol. De hecho, una de las razones importantes del estallido ha sido una generalizada toma de conciencia sobre esta realidad y sobre sus efectos en nuestra profunda desigualdad. Y es que ello se justifica en muchos y conocidos aspectos, como por ejemplo aquello que trasunta la actitud empresarial frente a la idea de Boric: su atávica e implacable oposición a cualquier posibilidad de compartir, ya no digamos la gestión, sino los beneficios generados por la actividad productiva con los y las trabajadoras que las hacen posibles. De hecho, sólo la presión empresarial, disuasiva o persuasiva según el caso, explica que desde el retorno de la democracia no ha sido posible desatar los nudos legales e institucionales que restringen la negociación colectiva y el fortalecimiento sindical, espacio en el que debieran debatirse equilibradamente las condiciones de un trabajo decente.
La gravedad de este problema radica no sólo en que desnuda una identidad autoritaria y obsoleta, a la que cada vez le cuesta más convivir con los nuevos tiempos, sino que pone freno a un instrumento esencial para enfrentar el factor crítico de nuestra convivencia, como es la desigualdad. En efecto, junto a las medidas tributarias (paga más el que más gana), la negociación colectiva (lo que nos toca por los resultados de lo que producimos), constituyen herramientas primordiales para la distribución de la riqueza en el país. Dicho en cifras, los países con mayor cobertura de la negociación colectiva tienen mejores desempeños en el coeficiente de Gini sobre desigualdad.
Lo anterior debiera conducirnos (ese es el gran mérito de las ideas en la política) a dos preguntas pertinentes al proceso político que estamos viviendo tanto dentro como fuera de la institucionalidad. Por una parte, si es que están los empresarios, que hasta ahora han disfrutado de una zona de confort con obligaciones tributarias a la medida, normativas ambientales laxas y porosas junto a regulaciones laborales complacientes, dispuestos a encajar en un marco que, si es que de verdad Chile despertó, sea probablemente más exigente, riguroso y democrático. Por la otra, no menos importante, si es que están de verdad capacitados para desenvolverse en un ambiente de esas características y efectivamente competitivo. En las respuestas que vayan emergiendo sobre estas preguntas se irá delineando el rol que las empresas y los empresarios tendrán en el modo que encaremos el desarrollo futuro del país. Por eso son tan preocupantes como predecibles sus primeras reacciones frente a la propuesta del diputado.