ADELANTO| Emblemas e iconos mapuche en las movilizaciones desde el 18-O

ADELANTO| Emblemas e iconos mapuche en las movilizaciones desde el 18-O

Por: Elisa Montesinos | 19.02.2021
Tiempo Robado Editoras acaba de lanzar el libro "De la marcha y el salto. Chile, octubre de 2019", editado y compilado por Gloria Elgueta y Claudia Marchant como un aporte al análisis sobre el hito histórico del estallido social, desde distintas miradas. El libro reúne once artículos y siete entrevistas. Aquí presentamos el texto del historiador Claudio Alvarado Lincopi sobre la presencia de los símbolos mapuche en la revuelta popular.

Sobre el uso de la wenufoye y la whipala en la revuelta popular chilena 

Una de las curiosidades, por decirlo de un modo superfluo, de las movilizaciones de los últimos meses, es un repertorio estético. Particularmente en este texto uno nos llama la atención, aquella pulsión por enarbolar banderas que simbolizan una trayectoria histórica profundamente denegada en la gestación de la nación patricia. Lo indígena, por siglos, ha sido un recoveco olvidado, ya sea por la tachadura elitaria o por el silenciamiento de intelectualidades de gravitaciones eurocéntricas. Este impulso olvidadizo, claro, invadió también los quehaceres de identificación del mundo popular, de la clase obrera chilena: pobre, descamisada, barriobajera, pero nunca india, menos negra. Entonces, que hoy sea la wenufoye o la whipala, emblemas de la producción política indígena de la segunda mitad del siglo XX, las que se izan para encontrar tanto puntos de apoyo como vientos utópicos es, sin duda, algo nuevo, digno de observar para preguntarse por las emergentes vías por donde se está gestando la conciencia de clase del siglo XXI en este Chile que se constituye.

Y no es menor este izar, nos habla de renovados repertorios estéticos, que son en definitiva los caldos de cultivo para las producciones utópicas, para la gestación de los programas políticos. Quizás todavía no es posible observar la profundidad de los sentidos de aquellos elementos icónicos entre las manos de los que se movilizan, no podemos discernir todavía con total exactitud las significaciones subterráneas de aquel gesto de envalentonar la rabia y la quimera con la iconología indígena, porque precisamente es uno de los elementos en plena formación, es uno de los actualizados modos por donde se está constituyendo la conciencia de clase del mundo popular chileno en este siglo que, para los y las de abajo, recién está naciendo. Aun así, de ello quiero discutir, prefigurar algunas hipótesis, preguntarnos por los sentidos de estos usos bajo una trayectoria histórica de racializaciones vagamente discutidas. 

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Es que la clase y su conciencia no son el resultado natural de algo dado, no es un momento de iluminación desde donde todos los velos serán descorridos para encontrar una verdad ontológica, imperecedera. Por el contrario, lo veremos, hay un proceso formativo de la conciencia, que de alguna manera se está nuevamente forjando luego de la noche  dictatorial y neoliberal, y es el proceso menos atrapable de toda la revuelta popular, es el trabajo del topo de la historia que arroja a la superficie unidades de sentido de intenciones emancipatorias, es decir, hechos concretos de la revuelta que nos permiten seguir una pista para desde allí profundizar su constitución más amplia y democrática. Sobre ello tratará el primer apartado de nuestro texto, siguiendo la pista más bien a cómo durante los últimos 46 años, desde 1973, la conciencia y la utopía, que se encuentran ampliamente vinculadas, se buscaron clausurar, y este momento que habitamos es una fractura inevitable de aquella imposible cerradura contra la conciencia. 

Luego, nos adentraremos hacia los temas específicos que buscamos discutir acá. Para ello dividiremos la reflexión en dos momentos, primero, plantearemos el problema, es decir,  hasta qué punto hay una ausencia reflexiva sobre la articulación entre racismo y clase social que hoy encuentra caminos concretos de desenvolvimiento. Dicho esto, probaremos algunos caminos posibles de seguir alentando, para que la utilización icónica de los emblemas indígenas devenga en la gestación de una conciencia de profundidad mestiza para un país plurinacional.

18 de octubre: nuestro fin del fin de la historia

Qué difícil resulta pensar en medio del vaivén. La oscilación temporal que habitamos no deja espacio para la conclusión definitiva, para la reflexión determinante, solo sospechas, aventuras, miedos y deseos son posibles de elaborar. Quizás esa es la única y vertiginosa verdad de estos meses, no saber cómo termina la historia, y probablemente este es el gran triunfo. Se nos había convencido de que no había nada después de la democracia (neo)liberal. Que luego del fracaso de un siglo atiborrado de metarrelatos, de grandes narrativas ideológicas, no quedaba nada sino la economía de mercado. Ya nada se podía hacer, el fin de la historia era una verdad irrefutable, solo mejoramientos técnicos a un modelo casi ideal, sublime de alguna manera, apenas “perfectible”, como dijera uno de sus más irrestrictos defensores, José Piñera, el macabro inventor del sistema de pensiones y hermano del presidente, actual violador de derechos humanos.

Y ya cuando, en agosto del 2016, José Piñera repetía por televisión incansablemente la palabra “perfectible”, en todos nosotros aparecía una cierta incomodidad, algo no lograba cerrar, se volvía evidente el sinsentido de la palabrita. Las nociones que por décadas habían sido dominantes ya evidenciaban un resquebrajamiento tangible, la hegemonía neoliberal mostraba sus fisuras, los sentidos comunes del neoliberalismo ya estaban en ascuas. Claro, fueron innumerables las movilizaciones y luchas que fueron talando el roble cultural gestado por la dictadura, la Concertación y la derecha: “mejoramientos técnicos”, “gobierno de los mejores”, “en la medida de lo posible”, “dejen que las instituciones funcionen”. Todo parecía una cuestión de matemática y gobernanza, hasta el punto de construir un sujeto ideal del modelo: el experto, gran parte del tiempo un hombre. Solo necesitábamos expertise para el perfeccionamiento del modelo. Las pulsiones utópicas, las transformaciones radicales, las gestaciones colectivas de otros mundos posibles fueron depositadas en los anaqueles de la nostalgia.

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Pero insisto, cada lucha, en cada territorio de la vida, comenzó a carcomer aquella  hegemonía. “No más lucro en la educación”, “Tierra, Cultura, Justicia y Libertad”, “Avanzando hacia la vida digna”, “Contra la precarización de la vida”, “No+AFP”, “A recuperar el agua para los pueblos”, en fin, un sinnúmero de consignas que fueron fisurando el sentido común neoliberal e instalando una agenda de derechos. Y este punto me parece crucial, porque lo que entendemos como “abuso” empresarial y político, no tiene un sentido unívoco y permanente. Por el contrario, la sensación de injusticia se desenvuelve bajo determinados criterios históricos. Así, lo justo y lo injusto no son en sí mismos instrumentos de medición, sino que categorías en disputa, las cuales, pasadas por el cedazo de una perspectiva fundada en los derechos humanos, adquirieron un sentido antagónico al neoliberalismo.

(Continúa)

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