La primera línea invisible de los hospitales: Los trabajadores que mantienen en marcha el sistema de salud

La primera línea invisible de los hospitales: Los trabajadores que mantienen en marcha el sistema de salud

Por: Meritxell Freixas | 02.06.2020
Aparecen poco en la prensa, no son entrevistados ni les sacan fotos, pero sin su labor y desempeño el personal de la salud no podría ocuparse de curar a los enfermos de coronavirus. Son los funcionarios a cargo de las tareas más invisibles: limpiar, comprar remedios, distribuirlos, trasladar pacientes, llamar a los familiares y tantas otras faenas que hay que sacar adelante en el día a día de la pandemia.

Trabajadores del aseo, administrativos, choferes de ambulancias, auxiliares de bodegas, orientadores, personal de lavandería y de mantención. Todos y cada unos de estos perfiles laborales cumplen un rol indispensable en la atención de las personas enfermas por el COVID-19. Son parte de una cadena que incluye tanto al personal sanitario como al no sanitario, más invisibilizado, pero igual de imprescindible para mantener de pie toda la logística de un sistema de salud que funciona a full en plena pandemia.

Los engranajes no pueden detenerse ni un minuto y para que esto ocurra muchas personas han alargado jornadas laborales, asumido nuevas funciones, cambiado rutinas laborales y se han sometido a altos niveles de estrés. Trabajan codo a codo con la primera línea sanitaria, y desde ese frente –que también es el suyo– expresan sus miedos, angustias y riesgos.

Olga Arriagada, orientadora: “La familia necesita saber cómo está el paciente, verle la cara”

Olga Arriagada

Todos los esfuerzos de Olga Arriagada se centraron, desde el inicio de la pandemia, en reforzar la contención emocional tanto de pacientes como de sus familiares. Olga es jefa de los orientadores de usuarios del Hospital San Juan de Dios y sabe bien la importancia de su trabajo porque cuando en 2012 su hermano estuvo seis meses hospitalizado en este establecimiento los orientadores de ese tiempo la contuvieron a ella. Fue entonces que decidió que se dedicaría a lo mismo en ese mismo hospital. En ocho años, ha pasado por distintos cargos y ahora coordina un equipo de 14 orientadores, entre los que hay dos intérpretes de creol para facilitar la comunicación con los pacientes haitianos. “La familia quiere saber si el paciente durmió bien, cómo se levantó o si comió y esta información la traspasan los orientadores”, explica Olga. En su cuaderno personal anota “lo que va pasando” con los pacientes y se preocupa que su equipo “entregue los recados” que dejan a los pacientes sus personas más cercanas.

Pero, según Olga, si hay una labor necesaria para los enfermos y sus seres queridos en este tiempo es facilitar las videollamadas. “Es un momento muy emocionante”, expresa. Las visitas al hospital no están autorizadas y la pantalla se ha convertido en el único canal para comunicarse. “Hay veces que pasan dos o tres días sin verse y la familia necesita saber cómo está el paciente, verle la cara; entonces se tranquilizan”, continúa. Dice que esos 15 o 20 minutos que dura la llamada sirven a los familiares para asegurarse de que no le falta de nada a su enfermo y que está bien atendido.

Olga también se ocupa de entregar todos los implementos de protección personal a su equipo. Ocupan alcohol gel, mascarillas, pecheras, antiparras y guantes. “Ninguno me ha dicho que tiene miedo. Se creen invencibles”, asegura en referencia al estado emocional de sus funcionarios. Tampoco ella trabaja con temor. “Cuando estoy en la casa sigo preocupada de que esté todo bien en el hospital. Prefiero estar allí ayudando”, dice.

Carlos Vargas, administrativo de logística y distribución del SAMU: “Estamos haciendo una pega cansadora y extenuante”

Hace casi dos semanas que Carlos Vargas, de 32 años, vive en un hotel sanitario de Estación Central. Se contagió con el virus Sars-CoV2 en la bodega central del SAMU Metropolitano, donde trabaja como administrativo en el área de logística y distribución. Vive con sus padres, ambos adultos mayores e hipertensos. Por eso, el mismo día que le informaron que el resultado de su PCR había salido positivo por coronavirus, gestionó su traslado al hotel: “No quiero que ellos corran ningún riesgo”, afirma taxativo.

Carlos lleva más de cuatro años en el SAMU. Se encarga de recibir los insumos clínicos y abastecer a las ambulancias del servicio metropolitano. “Entregamos circuitos para los ventiladores mecánicos, bajadas de suero, telas, y todo el stock que necesitan, aparte de los medicamentos”, explica. De los remedios, precisa, se encarga el área de farmacia. La suya es una labor “importante y fundamental” para mantener equipados los vehículos que se dedican a recoger los enfermos a sus domicilios. El protocolo en tiempos de pandemia exige que hay que sanitizar los insumos antes de almacenarlos en la bodega. Una tarea extra que alarga la cadena de trabajo.

En los último meses, su trabajo se concentra en recibir y distribuir los equipos de protección personal (EPP) para los funcionarios de las ambulancias: pecheras, mascarillas, guantes, buzos, overoles. “Estamos recibiendo grandes cantidades de EPP de muchos proveedores porque se necesitan demasiados. Estamos haciendo una pega cansadora y extenuante”, relata. Según sus cálculos, el 90% de los insumos que manejan son para enfrentar el coronavirus. Recalca que los trabajadores del SAMU se hacen cargo de la fase prehospitalaria, que tiene lugar en los domicilios de las personas. Antes de cada intervención, deben enfundarse los buzos “sí o sí”, lo que ya genera una situación “incómoda y estresante”, expone Carlos. Sin embargo, no todos logran evitar el contagio: “Cada vez llegan más personas acá al hotel, procedentes del SAMU, contagiadas o con sospecha”, indica. Como él, conviven con menores o adultos mayores y buscan evitar como sea un posible contagio.

Silvana Dolores González, auxiliar de aseo: “Los trabajadores tienen miedo y terror de ir a trabajar”

A Silvana Dolores González le ha tocado enfrentar la crisis sanitaria cuando cumple un año como dirigenta del sindicato de la empresa Siglo XXI, concesionaria para las labores de aseo, lavandería y mantención del Hospital Regional de Antofagasta. Han sido semanas duras para ella, no sólo por lo que supone limpiar el hospital, sino por las condiciones en las que ha tenido que hacerlo. La empresa no lo ha puesto fácil. Relata que partieron la pandemia sin EPP suficientes para desarrollar sus labores. “Si tenemos que limpiar 20 áreas del hospital, nos daban cinco pares de guantes, cuando una tiene que ocupar un par de guantes por habitación o área”, explica. Esa pelea la terminó ganando, junto con los y las trabajadoras, gracias a una movilización que levantaron el 25 de marzo y que también permitió que embarazadas, adultos mayores y personas con enfermedades crónicas permanecieran en sus hogares.

Con más de diez años de experiencia en el aseo de establecimientos de salud, Silvana asegura que si bien la limpieza intrahospitalaria “en sí ya es muy estricta”, con la llegada del coronavirus “se ha puesto aún más exigente”. Y precisa: “Hay que ser muy cuidadosa y hacer varias capacitaciones para defenderte mejor en tu puesto laboral”. Pese a todos los resguardos, el alto nivel de exposición ha dejado a 40 personas contagiadas de las 210 que conforman el equipo de aseo. “Hay mucha gente con miedo, estresada, que me ha pedido llorando que les ayudara a salir de la empresa sin goce de sueldo”, comenta. Silvana insiste en el costo emocional que supone para muchos de sus compañeros y compañeras lidiar diariamente con el riesgo de contagio: “Los trabajadores tienen miedo y terror de ir a trabajar, hay mucho colapso psicológico y no encontramos contención en ningún lado”, se queja.

Cada día, cuando llega a su casa, donde vive con su marido y tres hijos de 13, 18 y 21 años, Silvana se saca los zapatos, se quita la ropa y se ducha. “Recién ahí puedo saludarles”, apunta. Eso ocurre después de 12 horas de trabajo, porque la emergencia ha obligado a alterar los horarios habituales. Ahora, desde el sindicato, reclama que los trabajadores puedan acabar el turno media hora antes para poder bañarse en el hospital y salir desinfectados: “No queremos llevarnos los virus a casa”.

Nicolás Maldonado, auxiliar de farmacia y reparto de medicamentos: “Nos estamos quedando sin stock en la bodega”

Se pasa el día hospital arriba, hospital abajo. Recorre desde Urgencias hasta la Maternidad. Nicolás Maldonado hace dos años que se dedica a repartir las dosis de medicamentos que necesitan los pacientes ingresados en los distintos servicios del Hospital Clínico de la Universidad de Chile. “Cada día me doy cinco vueltas por los servicios, pero desde que llegó el coronavirus, también estoy a cargo de una bodega de sueros y, además, tomo las labores de las personas que han salido a hacer cuarentenas”, cuenta el joven de 22 años. Dice que los turnos se han alargado hasta 12 horas, cuatro más al día, y que no cobra todas las horas extra porque su pago es limitado. “Lo hago porque con lo que está pasando quiero ayudar y aportar mi grano de arena”, insiste.

La emergencia ha convertido el Hospital Clínico de la U de Chile en un centro exclusivo para pacientes COVID-19 y el trabajo de sus funcionarios, de todos los niveles, se ha intensificado considerablemente. “Estamos activos todo el día, almorzamos en 20 minutos y seguimos trabajando, porque si no, se nos acumula”. Nicolás es parte de la cadena que facilita la medicación a los pacientes: el médico manda la receta de la dosis diaria de cada paciente y, cuando la reciben, los auxiliares preparan la entrega “en unos cajones gigantes” que tienen un compartimento para cada paciente. “Me encargo de repartir cada cajón al servicio correspondiente”, comenta. Dice que en el último tiempo, los medicamentos que se entregan para tratar el COVID-19 han aumentado su uso de 40 a 600 diarios. “Estamos necesitando mucho medicamentos y nos estamos quedando sin stock en la bodega”, advierte.

Nicolás vive con su madre y sus abuelos, ambos con cáncer. “Es muy fuerte pensar que puedes provocar la muerte de tus familiares”, exclama. Dice que cada vez que pasa por la puerta tiene que hacer toda una “parafernalia” para sacarse la ropa y ducharse antes que hacer cualquier otra cosa. “Almuerzo aparte y ocupo un baño separado, también. Estar cerca de ellos sin mascarilla sería una irresponsabilidad por mi parte”, añade. Convivir sin contagiar. Es la prueba diaria a la que el virus ha sometido al personal de los centros de salud, sanitarios o no, y que no permite descuidos, olvidos ni errores.