Cuando el bullying mata: El adiós de José Matías
Su rostro mira hacia la cámara y afuera un cartel señala la Avenida Santa Fe de Buenos Aires. La chasquilla le cubre los ojos, pero se ve tranquilo disfrutando en un local de McDonald's. Es un adolescente cualquiera. Con esa imagen se queda Marcela (38), la madre de José Matías De la Fuente Guevara. Fueron las vacaciones del verano pasado, una de las últimas fotos de esa familia que integraba junto a sus hermanas Agustina (9) y Dominga (7). El jueves 23 de mayo su hijo de 15 años se lanzó del piso once del edificio de la calle Atacama, donde vivía. Para sus cercanos no aguantó más, en medio de una transición marcada por el bullying de sus compañeras e incluso profesionales del colegio Sagrado Corazón de Copiapó. Así lo confirman las cartas que dejó. Hoy se acusa a una inspectora y a una profesora de no aceptar la identidad de género del adolescente.
-Ya sé quiénes son y lo que hicieron a mi hijo- dice Marcela la mañana del jueves. Está sentada en el living de su casa, una blusa negra y el rostro deslavado revelan los días de duelo. Desde la pieza se escapa el sonido de los dibujos animados que ven sus hijas. Guillermina, una gata con pelaje de manchas café y negro, pasa de un lado a otro jugueteando en medio de la entrevista.
En la entrada de la casa, en una mesa de arrimo, improvisaron un altar: hay un retrato de José Matías, otra foto donde aparece besándose con Scarlette, su novia, y una tercera fotografía muestra a la familia en Chañaral. Hay flores, un frasco pequeño con su perfume y dibujos que le dejaron sus hermanas.
Antes de la transición de José Matías existió Josefa, una niña que nació el 23 de septiembre del 2003 con cataratas, una afección donde el lente dentro del ojo, normalmente clara, se opacifica y ensombrece la visión. En ambos ojos es una causa principal de ceguera infantil, por eso la operaron a los dos meses y luego a los siete. Es decir, lo primero que “el Mati” vio en el mundo, fue la oscuridad.
-Mamá, te tengo que decir algo que es difícil: yo me siento diferente, más cómo hombre, quiero ir cambiando y hoy existen hasta tratamientos…-, fue la frase que inició su cambio. Apenas terminó de balbucearla, Marcela nerviosa le dijo que sí, que lo aceptaría como fuera, que lo intuía desde hace años.
En ese momento dejó de ser esa pequeña de lentes rosados y melena larga y colorina. Nació el adolescente.
Durante el embarazo Marcela siempre pensó que tendría un niño, anécdota que después haría sonreír a Matías: ella le hablaba en el vientre y lo llamaba Pedro. Luego esa niña que nació nunca le habló de princesas, sino de piratas y tenía una marcada introversión, pero el cambio radical llegó hace un año. Primero fue un corte de pelo, después la ropa y ella lo fue ayudando en el proceso. Juntos compraban en la sección masculina de los malls. Sabían que sería difícil, pero lo iban a intentar.
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El camino fue espinoso. El 2017 la familia decidió cambiarse de casa, se sentían incómodas en el condominio ubicado en el sector Parque del sol.
-Nos molestaban las miradas, el cuchicheo constante de los vecinos, una vez fueron acusar al Mati de que le había dicho a otra niñita que la había encontrado bonita y así, que era ‘una niña pervertida’. Un día nos mataron la gatita y en ese momento supe que era peligroso y que tenía que cuidar a mis hijos-, recuerda.
Entonces se cambiaron al edificio de la avenida Atacama que queda a la vuelta del colegio Sagrado Corazón, para que José Matías se fuera caminando. Marcela nunca supo que en ese lugar se burlaban tanto de él, aunque algunas situaciones la mantenían en alerta.
En séptimo básico la golpeó una niña y cambiaron a José Matías de curso del A al B, no a su agresora. Recuerda que a su hijo lo recibieron bien, se sintió aliviada, pensó que todo tomaría un rumbo distinto, pero la tranquilidad duró poco. En primero medio llegaron niñas nuevas, ahí se gatilló la crisis.
-Ese grupo, sumado a algunas alumnas antiguas, empieza todo, se lo comen sicológicamente, le decían ‘chancha’, ‘mátate’, ‘maricón’-, recuerda y la voz templada se vuelve un sollozo contenido.
José Matías en ese momento le comentó que se quería cambiar a la Escuela Técnico Profesional (ETP) de Copiapó, donde tenía más amigos. Marcela le prometió que lo harían a fin de año.
-Quizá debería haber hecho todo más rápido, haberla cambiado, yo confié en ese colegio que tiene como lema “Amor y reparación”, que no discriminó a esta madre soltera, pero mira lo que finalmente pasó-, se recrimina.
La directora del colegio Adriana Arratia fue a visitarla tras el suicidio de Matías, asistió al velorio, pero luego, enfrentada a las situaciones de bullyng que acusaban al colegio, la relación entre ambas se cortó. No volvió a saber de ella.
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En la historia de transición de José Matías existieron algunas anécdotas y destellos de felicidad. Uno de los momentos más importantes fue la celebración de sus quince años. Fue vestido de traje negro, suspensores y una humita burdeos. Además se paseó en limusina durante dos horas con sus mejores amigos, mientras sus familiares lo esperaban en el el restaurante "Sabor de familia". Se le vio sonreír toda la noche. Querido. Aceptado. Quizá por una noche se olvidó del acoso.
Uno de los pasos más importantes lo dio en enero de este año, cuando conoció a Scarlette, quien al poco tiempo se trasformó en su polola. Fue su confidente para todo lo que estaba sufriendo al interior del colegio. “Esta era tu foto favorita” le posteó como homenaje póstumo en Facebook. En la imagen aparecen los dos tendidos sobre el pasto. Soñaban con cumplir la mayoría de edad e irse a vivir al sur, lejos de todo lo que estaba pasando y escapar de los ojos inquisidores de esa ciudad. “Eres y serás el amor de mi vida”, le confesó el joven en una de las cartas de despedida.
Otro sueño que tenía José Matías era estudiar Historia.
Marcela dice que no solo las palabras hieren, también la falta de aceptación. Ella es directora de un jardín infantil y tiene una consulta donde trata a niños con capacidades diferentes, por eso sabe cuánto daña el aislamiento constante. Ese escozor que se vuelve un túnel. Ahora, mientras asimila el dolor de la pérdida, se ha dado cuenta de ciertos detalles, como una foto del curso donde aparecen todas las niñas con pañuelos rojos en la cabeza, pero su hijo se ve ofuscado y con el pelo en el rostro. Distante. Invisible.
-Las adolescentes lo sacaron de las actividades de libre elección (ALE) de baile, le dijeron que lo hacía mal y terminó en el taller de batería, una o dos niñas como mucho eran las que se juntaban con él-, comenta Marcela.
En el velorio algunos adolescentes se acercaron a hablar con ella, arrepentidos quizás por el silencio que guardaron durante tanto tiempo. Un amigo de su hijo le dio los nombres de quienes le hacían bullying, también supo del maltrato de una profesora y una inspectora que la acosaban con comentarios hirientes.
A José Matías no le daban respiro.
Lo pudo corroborar también en las tres cartas y dos videos que el adolescente dejó. Una de las misivas detalla parte de su dolor:
“Liceo de mierda, todo su entorno, las niñas y la gente en general ahí me colapsó. Yo soy solo un maricón culiao, como diría (menciona el nombre de la compañera)”.
-Dime ¿Cómo no hubo un profesor, uno, que se diera cuenta que en los recreos él estaba solo?-, se pregunta Marcela.
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Ha pasado una semana del suicidio de José Matías, son las 12.30 de un día caluroso. Afuera del Liceo Sagrado Corazón algunas niñas pequeñas, vestidas de buzo azul, arrastran sus mochilas con ruedas. Un par de apoderadas conversan en la esquina de la calle Chañarcillo. Más hacia el centro está lleno de barberías colombianas, tiendas chinas y una shopería con un cartel que dice “Lolitas”. Marcela siempre temió el machismo arraigado de la ciudad, que a su hijo le pasara algo de noche, revela que nunca pensó que el peligro estaba tan cerca.
Media hora antes, en su departamento, confesó que sacará a sus dos pequeñas de ahí. Una de ellas ya es víctima de bullying.
-Le dicen Domingo en vez de Dominga, una compañera la empuja, la muerde y yo no quiero que ellas pasen por lo mismo que su hermano-, explica y su mirada queda suspendida en punto fijo de la pared.
El jueves 23 de mayo José Matías debía volver a las 18:30 de la tienda Novedades Sugoi, donde compraba peluches kawaii y fotos de la boy band surcoreana BTS. Se juntó un rato con Scarlette mientras Marcela había ido al pediatra con las niñas. Leyó algunos de sus mensajes y lo último que le contestó fue “Ya voy”.
Pasada las siete de la tarde llegó la noticia que ninguna madre espera recibir. La llamó una conserje: “¡Señora baje, pasó una tragedia con la niña!”. Lloraba al otro lado del teléfono.
Marcela tuvo la certeza que José Matías se había suicidado. No pensó en un atropello, no pensó en un accidente. Supo exactamente lo que había pasado. Fue una corazonada. Los silencios repentinos de su hijo ahora cobraban sentido.
Antes de concluir la entrevista, decide mostrar el “lugar secreto” de José Matías. Parte de una terraza convertida en especie de casa club del adolescente. En el vidrio del ventanal pegó fotos de BTS y una frase pintada con corrector reza “Friends don't lie”. Hay cojines esparcidos en el piso, peluches, figuritas de la serie Stranger Things y una guitarra que estaba aprendiendo a tocar. En una caja celeste de madera guardaba fotos de su novia, de sus hermanas, junto a otros recuerdos. Marcela observa de rodillas cada uno de esos tesoros.
-¿Cómo lo voy a juzgar por lo qué hizo? ¡Cómo! Les dije a mis hijas que el Mati había tomado un avión para ir a descansar, ahora lo llevo acá dentro, (se lleva las manos al pecho) espero que descanse de todo. Salvo el bullying, lo demás siempre fue puro amor y felicidad-, dice y se queda en silencio. Guillermina, la gata, la mira de cerca.
*Adriana Arratia, directora del Liceo Sagrado Corazón, fue contactada por El Desconcierto para obtener su versión, pero no quiso hablar para este reportaje.
Nota complementaria
No más transfobia
La sicóloga Fernanda Barriga de la Fundación Todo Mejora comenta que hay que distinguir las violencias cotidianas de las que son más estructurales hacia chicas y chicos trans. Al revisar las definiciones de la palabra “bullying” aparece el maltrato es físico, sicológico y una de las formas que se olvida es el aislamiento social.
-Para entenderlo esta es una dinámica de manera conjunta: el grupo que te señala como distinto y la reacción de la víctima –muchas veces natural- es aislarse, incluso es algo que nosotres haríamos. Es bastante grave porque va coartando la posibilidad de buscar y obtener ayuda. Las experiencias de aislamiento van quitando la posibilidad de ayuda y es más difícil salir de las situaciones problemáticas, la mayoría de las veces, este acoso es entre pares, pero en ocasiones los adultos, quienes debieran resguardar al niñe o adolescente, lo agreden.
Para la Fundación, la violencia institucionalizada es señalada como unas de las más graves en que muchas veces queda a la decisión arbitraria o personal de los docentes o de las directivas la posibilidad de defender o no estos temas.
-A veces se confunden los derechos humanos con voluntades personales, el colegio tenía la obligación de velar por la integridad de José Matías. Defender la diversidad sexual es algo que todos debiésemos hacer. Es importante que las instituciones y sobre todo la comunidad escolar conozcan las reglas de convivencia y los protocolos para accionar frente a situaciones tan complejas como el bullying-, explica.
Para Barriga los factores que inciden en la vulnerabilidad de los chicos y las chicas trans tienen que ver con las expectativas sociales: piensan que se está haciendo algo malo, que se es una especie de monstruo social. Lo que hay que entender es que no por hacer la transición el o la adolescente está vulnerable, sino que es el contexto lo que los hace sentirse vulnerables. Explica que muchas personas trans tienen la experiencia del miedo respecto de ese pensamiento rumiante: “Soy este monstruo social y que pasa si después de la decisión no tengo el mismo cariño ni la validación de la gente, voy a ser estigmatizado el resto de la vida “.
-Consideremos también que no tiene los mismos derechos que las personas cisgénero, que la transición es asumir la categoría legal de ciudadano de segunda clase, sobre todo los niños menores de 14 años que no están contemplados en la ley. Hay algo llamado ´Teoría de estrés de minorías’, es una compresión de los fenómenos de violencia que afectan a las personas de la comunidad LGBTIQ+ que está relacionada al señalamiento social y cómo este se torna más grave en espacios ideológicos donde hay una rigidez de pensamiento como un colegio religioso -, concluye.
Después leer el reportaje es importante que sepas lo siguiente: si tienes pensamientos o comportamientos suicidas, o conoces a alguien que haya mostrado alguna de estas señales, no dudes en llamar al 600 360 7777, línea telefónica de la que dispone el Ministerio de Salud. También puedes buscar asistencia en tu comuna, como es el caso del Centro de Salud Mental en San Joaquín; o en fundaciones, como Todo Mejora.