Donde descansan nuestros muertos han vertido veneno
A veces creo que la peor gente no merece ni siquiera una palabra de rabia. Semejante orgullo es lo que convierte la noche de los miserables en una verdadera taza de leche en medio de las pesadillas de quienes pagan las consecuencias.
Hoy, cuando el mar chilote nos recuerda cuán egoísta puede ser un humano con su especie y tan irracional con su propia descendencia, los adjetivos se hacen insuficientes para calificar a los culpables. Entre empresarios salmoneros irresponsables y gobiernos de billetera difícil, pero de luma fácil, el futuro de una isla languidece a merced de una complicidad político empresarial que eterniza la incuria y la injusticia.
Nueve mil toneladas de salmón y desechos químicos se estima que fueron arrojadas al mar por la industria salmonera en complicidad con Sernapesca, ocasionando una mortandad sin precedentes en las especies marinas, dañando el ecosistema y sus comunidades. La total impunidad con que la industria salmonera ha tenido manga ancha para hacer y deshacer durante décadas, vuelve a quedar visible con evidente radicalidad. Asimismo, la complicidad de un Estado, cuya ausencia en la materia sólo ha sido interrumpida para rescatar a las salmoneras y a la banca, hoy se traduce en represión a los chilotes.
El pregonado éxito de la industria salmonera se sabía traía consigo el desastre ambiental y la precarización. Como ocurre con las otras grandes industrias extractivas, todas en manos privadas para beneficio particular, el afán de lucro riñe incluso con el más elemental criterio de responsabilidad.
Lo que ocurre hoy en Chiloé no tiene que ver con generosidad de billeteras sino con la triste ausencia de justicia social y ambiental, aquel concepto que escasea en el vocabulario de aquel puñado de dueños de Chile. Lo que sufre la isla es lo que experimentan también bastas comunidades del país donde se ha impuesto la expoliación como modelo de negocio para beneficio de unos pocos y para pesar de muchos. Parafraseando a aquel escritor uruguayo, en la riqueza de nuestra tierra y de nuestros mares ha estado también la ruina de nuestros pueblos.
Las autoridades y la prensa callan, pero lo cierto es que parte de los desastres que nos aquejan en diferentes rincones del país tienen menos que ver con la espontaneidad de la naturaleza que con la acción humana. La rapidez con que se culpa a la casualidad por la salida de un río en Santiago o por la mortandad de nuestra flora y fauna en Chiloé son sintomáticos de la complicidad y el miedo a desnudar las verdaderas causas y a los auténticos responsables. Donde dicen marea roja deben decir desechos salmoneros, así como donde se pregonó la crecida del Mapocho debió denunciarse la faena minera de un empresario poderoso pero delicado de cutis.
A veces quisiera ir a buscar a los responsables para propinarles un discurso moral, pero la moral no rentabiliza en el mercado ni genera boleta o factura como para que les sea comprensible. Creo que los discursos poco afectan a quienes con sus actos demuestran que solo viven de la fría administración de la riqueza y la pobreza, de la vida y la muerte.
Donde descansan nuestros muertos hoy han vertido veneno. Pero allí donde ustedes llevan dolor y violencia, la isla cantará de un futuro valiente, heroico y guerrero.