La cánones de belleza y estándares de perfección van cambiando. Son un gran dispositivo para establecer una auto censura, un auto castigo como modelo a seguir. La realidad de lo bello, lo estético nunca es inocente, proviene de algún lugar y tiene relación con quién establece los cánones.

Mientras el hombre siga siendo estructuralmente dueño del mundo de la política, no porque existe más personas del sexo masculino en el Congreso sino porque el sistema político opera para reivindicar sus derechos e intereses, la belleza de la mujer continuará siendo un mito, una mensaje contraproducente. “Hoy, en la modernidad, la belleza es el último peldaño, tal vez es el mecanismo más apto para que el mundo de los hombres tengan dominado a la mujer”, dice la escritora Naomi Wolf, autora de "El Mito de la belleza".

La belleza no es tan bonita como lo pinta Donald Trump, dueño de la empresa que se encarga de auspiciar el concurso de miss universo. Claro que a él le llueven los billetes de dólares, y es finalmente el sentido de pertenencia el que inunda de deseo y odio al cuerpo propio, estrategia necesaria para sentir necesidad, necesidad de consumo de una imagen.

 

 

 

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