El impacto de plantaciones forestales en ecosistemas de Chile y la pérdida de bosque nativo
Las plantaciones forestales en Chile, que ocupan aproximadamente 3,12 millones de hectáreas, no capturan carbono cuando consideramos la tala de madera y los incendios. De hecho, han actuado consistentemente como una fuente de carbono a la atmósfera, mientras que la captura de carbono a nivel nacional depende principalmente de los bosques nativos.
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El uso de plantaciones forestales como estrategia para mitigar el cambio climático ha sido ampliamente criticada por la comunidad científica, dado que puede afectar a la biodiversidad y la provisión de agua, además de incrementar el riesgo de grandes incendios que devolverían el carbono a la atmósfera.
En 2023, el 52% del área quemada en Chile correspondió a plantaciones forestales y solo el 15% a bosques nativos. La contribución relativa de las plantaciones forestales a los incendios en Chile ha ido incrementando con el tiempo, alcanzando su máximo en 2017, cuando se quemaron 281.000 hectáreas de plantaciones.
Las condiciones meteorológicas extremas, la megasequía y un paisaje altamente homogéneo con plantaciones extensas de pinos y eucaliptos han favorecido en gran parte estos incendios de gran magnitud. La conservación de los hábitats naturales y la reducción de las emisiones son estrategias más efectivas para mitigar el cambio climático.
Por otro lado, las plantaciones forestales tienen una mayor evapotranspiración (pérdida de agua por la transpiración de las plantas y la evaporación del suelo) y generan mayor pérdida de suelo por erosión que los bosques nativos. El caudal, a nivel de cuenca, puede disminuir hasta un 18% si se incrementa en un 50% el área de cobertura de plantaciones.
La elevada erosión generada por las plantaciones se debe a que estas son cosechadas a través de tala rasa, lo que sumado a los incendios forestales deja zonas de suelo desnudo continuas que pueden alcanzar cientos de hectáreas de superficie, como se muestra en la foto de esta columna.
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Por lo tanto, queda claro que la sustitución de bosques nativos por plantaciones ha favorecido la pérdida de suelo y de recursos hídricos.
Diversos estudios en Chile han demostrado, mediante técnicas de sistemas de información geográfica (SIG) y teledetección, la continua sustitución de bosques y matorrales nativos por plantaciones forestales, especialmente entre las regiones del Maule y Los Ríos.
Es así como, entre 2001 y 2019, se ha registrado una pérdida de bosque nativo de casi 450.000 hectáreas.
La industria forestal continúa exigiendo incentivos del Estado, argumentando un estancamiento en su desarrollo. Con ello, se muestra una visión empresarial centrada exclusivamente en sus propios intereses. Con este marco de comunicación resulta difícil transitar hacia otra etapa que responda de manera integral a las necesidades, contextos y amenazas crecientes generadas principalmente por el cambio climático en múltiples territorios.
El Decreto Ley 701 de 1974 entregó incentivos a este sector durante más de 40 años, llevando a una rápida expansión de las plantaciones forestales (de 0,29 millones de hectáreas en 1974 a 3 millones de hectáreas en 2022) lo que provocó múltiples impactos socioecológicos, como la pérdida de biodiversidad, la reducción del rendimiento hídrico, los megaincendios y un creciente empobrecimiento de las poblaciones rurales. Además, las plantaciones forestales ni si quiera han generado un aumento de las reservas de carbono.
Es por estas y otras muchas evidencias científicas que la nueva Ley Marco de Cambio Climático establece que el Estado no incentivará los monocultivos forestales, sino que impulsará la restauración de bosques y otros ecosistemas nativos. Los incentivos económicos deben ser destinados a la transformación de paisajes homogéneos a paisajes más heterogéneos y resilientes a los incendios y sequías, que a su vez provean de madera, agua y otros servicios ecosistémicos.
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Esta columna fue escrita en conjunto por: Por Susana Gómez-González, Alejandro Miranda, Mauro González, Carlos Zamorano-Elgueta, Rocío Urrutia-Jalabert, Jorge Hoyos-Santillán, Gabriela Azócar, Noelia Carrasco y Antonio Lara, investigadores del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia CR2.