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De la naturaleza de los cuidados a los cuidados de la naturaleza: Experiencias de las mujeres recolectoras de orilla en la Caleta de Llico
Foto: Agencia Uno

De la naturaleza de los cuidados a los cuidados de la naturaleza: Experiencias de las mujeres recolectoras de orilla en la Caleta de Llico

Por: Paulo Contreras y Camilo Veas | 30.12.2025
Cuidar el mar, los recursos, los cuerpos y los vínculos no es un gesto natural ni instintivo, sino un acto de resistencia frente a las lógicas extractivistas y patriarcales que amenazan tanto la vida humana como la no humana. En sus cuerpos y sus prácticas, las recolectoras de Llico encarnan una ética del cuidado que no solo sostiene, sino también reinventa la vida en común en el maritorio.

"Después del terremoto del 2010, acá tuvimos una varazón grande de delfines, y muchas mujeres, y la caleta en general, nos encargamos de ayudar para que volvieran a la mar, porque entraban y salían delfines a cada rato. Nos sacábamos la ropa y nos metíamos, a veces de dos personas con un delfín, yo con mi hijo tirando para adentro, uno de la cola, otro de la cabeza..."

Este relato pertenece a una dirigente de la agrupación Recolectoras de Orilla de Llico, en la Región del Biobío. Lo interesante de su testimonio no solo radica en la fuerza de la imagen, mujeres defendiendo la vida marina -o la vida, más ampliamente-, sino también en cómo ello tensiona los límites socialmente construidos sobre lo que se entiende como el espacio marino-costero, tradicionalmente representado como un territorio masculinizado y patriarcal (Donoso et al., 2016; Álvarez et al., 2017).

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Al mismo tiempo, estas experiencias desenfocan la clásica división entre el “adentro” y el “afuera” del hogar pesquero-artesanal, al mostrar cómo las fronteras entre la vida doméstica y la vida del mar son porosas, móviles y profundamente interdependientes.

En otras palabras, los cuidados que se despliegan puertas afuera del hogar, en la playa, en la recolección, en la defensa del ecosistema, dan cuenta de una compleja red de relaciones comunitarias que sostiene la vida local. En estos espacios, las mujeres no solo trabajan, sino que también tejen vínculos de solidaridad y reciprocidad, asumiendo roles de liderazgo que contribuyen al desarrollo de la comunidad.

A su vez, estas prácticas se entrelazan con experiencias igualmente significativas al interior del hogar, donde se viven las tensiones más íntimas, las expectativas familiares, las responsabilidades de cuidado y las estrategias cotidianas para sostener la vida. Lo que acontece en el espacio marino-costero y en la esfera privada se articula y refuerza mutuamente, conformando un entramado de significados donde lo económico, lo afectivo y lo político se superponen.

Así, por ejemplo, mientras en el ámbito comunitario se libran disputas por el control y la gestión del espacio y los recursos pesqueros, al interior del hogar emergen tensiones en torno al rol de las mujeres como proveedoras y cuidadoras. Como señala Álvarez et al. (2017), más que un cuestionamiento directo a los roles de género tradicionales, este doble rol aparece muchas veces como una estrategia de emergencia frente a la crisis del sector pesquero-artesanal.

Desde esa perspectiva, el cuidado, no solo de los hijos y de la familia, sino también del territorio y de la naturaleza, forma parte del trabajo reproductivo del que habla Silvia Federici (2018), un trabajo que ha sido históricamente invisibilizado y feminizado, resultado del control y subordinación de los cuerpos de las mujeres. Sin embargo, en el caso de las recolectoras de Llico, este trabajo pareciera resignificarse como una práctica territorial y política pues en su quehacer cotidiano, las mujeres dibujan una nueva geografía de los cuidados, desdibujando los límites del hogar como espacio exclusivamente privado y revela el carácter político de la reproducción de la vida.

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En consecuencia, a través de estas prácticas, ellas buscan mover y abrir los límites, enfrentando resistencias y disputas que develan que lo político no reside únicamente en el Estado ni en las estructuras que reproduce el capitalismo neoliberal. Sus acciones de cuidado no son solo gestos afectivos o de supervivencia, sino actos que cuestionan jerarquías de poder y proponen otras formas de habitar el espacio.

De tal modo que, en esa geografía, los cuidados se convierten en una forma de resistencia colectiva. “Las mujeres van en grupito a trabajar en luga, son amigas, vecinas, familia, van juntas por el temor de que les pase algo, entonces se acompañan... Además, para ir a recolectar primero hay que hacer todas las cosas, dejar la comida lista, la ropa lavada, los niños en el colegio, la venta de nuestras cositas, entonces una se prepara para cuando va a recolectar”.

Estas prácticas compartidas constituyen tácticas colectivas de cuidado y autoprotección que, al mismo tiempo, tensionan las nociones tradicionales de trabajo productivo y reproductivo. En el imaginario social, el marisqueo o la pesca “es de hombres”, sin embargo, cuando una mujer lo realiza, se espera que además asuma todas las tareas domésticas.

Este trabajo del hogar no se reconoce como trabajo, aunque es precisamente lo que sostiene la vida, la comunidad y el territorio. Si se amplía la mirada y se cruza esta reflexión con el componente étnico, y no solo con la dimensión de género, se observa una situación similar en el trabajo no reconocido que realizan las mujeres en la comunidad de Chitapampa, tal como lo describiera Marisol De la Cadena (1991) hace ya varios años.

De ahí que podamos decir que las mujeres de mar, en el tránsito de la naturaleza de los cuidados a los cuidados de la naturaleza, han ampliado el sentido del cuidado, transformándolo en una práctica ecológica-política. Cuidar el mar, los recursos, los cuerpos y los vínculos no es un gesto natural ni instintivo, sino un acto de resistencia frente a las lógicas extractivistas y patriarcales que amenazan tanto la vida humana como la no humana. En sus cuerpos y sus prácticas, las recolectoras de Llico encarnan una ética del cuidado que no solo sostiene, sino también reinventa la vida en común en el maritorio.

Agradecemos a la Agrupación de Recolectoras de Orilla de Llico, muy especialmente a la familia Burdiles Garrido.

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