Las sombras de Kast y el peso de la historia
El fin de la II Guerra Mundial en Alemania en mayo de 1945 permitió la liberación del Nacionalsozialismo y la dictadura que sustentaba, pero también llevó consigo una sensación traumática de destrucción y desaliento en la ciudadanía, especialmente en quienes habían apoyado a Adolfo Hitler.
Dada la magnitud de los crímenes, quienes tuvieron una mayor cercanía con el régimen derrotado y disponían de recursos consiguieron huir a otros países y continentes; otros fueron hechos prisioneros de los aliados o sufrieron los rigores de los campos de concentración soviéticos.
Cientos de miles volvieron después de la derrota desmoralizados, debilitados física y psíquicamente. En miles de familias reinó la miseria, la inseguridad y un incierto futuro. De este modo, el fin de la contienda dio lugar a un trauma colectivo cuyo recuerdo aún está presente en la memoria colectiva del pueblo alemán.
Las situaciones traumáticas requieren de un arduo trabajo de elaboración individual y colectiva de dolores, humillaciones, culpas y pérdidas, en la perspectiva de revertir sus consecuencias más negativas. De no ser así, acrecientan en los individuos resentimientos, sensaciones de injusticia, agresividad, culpas y deseos de venganza. En muchos casos, los afectados intentaron defenderse de las consecuencias tratando de cubrir estos traumas con un manto de silencio, como si lo ocurrido no hubiese afectado a la generación directamente involucrada.
Aunque existe evidencia de daños psicológicos profundos en las personas directamente involucradas, las reacciones arriba enumeradas no aparecieron necesariamente en esa generación, ocupada principalmente de sobrevivir y reconstruir el país. Estos sentimientos tampoco desaparecieron. Se fueron transfiriendo de una generación a otra a través de la ideología, los agentes de socialización habituales, especialmente a través de los lazos familiares.
Este fenómeno conocido como "transferencia transgeneracional" ha sido ampliamente estudiado por el psicoanálisis y la terapia familiar sistémica a partir de tratamientos de las generaciones posteriores a la directamente involucrada por la guerra.
La consecuencia más compleja es la subsistencia en el tiempo de sentimientos larvados, que, de encontrar condiciones sociales y políticas para desarrollarse, vuelven a aparecer en las relaciones humanas como un profundo deseo de restaurar el proyecto destruido, de dar cauce a la agresividad que permanece en los individuos después de una derrota y, sobre todo, de dar forma al sentimiento de venganza incubado y no manifestado abiertamente por decenios.
Como es propio de los fenómenos psíquicos, estos afectos y deseos suelen aparecer en situaciones percibidas como análogas por grupos o individuos. Las actuales incertidumbres de Occidente y el deseo de estabilizar los países a través de soluciones autoritarias y de ultraderecha, han generado un espacio fructífero para el desarrollo del fenómeno que estamos analizando.
Este fenómeno, en apariencia tan alejado de la realidad chilena, tiene entre nosotros, sin embargo, manifestaciones paradigmáticas de enorme actualidad. Una de cuyas expresiones más notables está inscrita en la historia familiar del presidente electo, José Antonio Kast.
Su padre, Michael Kast, fugitivo de un campo de prisioneros bajo tutela de las tropas de Estados Unidos después de la guerra, había sido miembro de las SS (Schutzstaffel) y en esa condición soldado del Ejército alemán (Wehrmacht). Luego de su instalación en Chile en 1950, continuó participando, según nuevas indagaciones, de reuniones con exmiembros del Partido Nacional Socialista Alemán avecindados en el sur de Chile después de la guerra.
Es preciso recordar que las SS eran las tropas más fieles al Führer y constituían la guardia personal y de choque creada por Hitler en 1925; eran escogidos por su profunda lealtad con el Führer y el ideario nacionalsocialista. Con los años se convirtieron en su guardia pretoriana encargada, entre otras actividades, de administrar los campos de concentración y exterminio que estableció en nacionalsocialismo para internar y eliminar judíos, socialdemócratas, comunistas y otras minorías definidas como racialmente inferiores a la raza aria.
El destino de los descendientes del exmiembro de las SS no fue muy distinto, en otro contexto, pero con un ideario similar. Mientras su hijo, Christian Kast, acompañaba a policías y militares en la cacería de partidarios del depuesto Gobierno de Salvador Allende en septiembre de 1973. Su hijo mayor, Miguel Kast Rist, una vez establecido el Gobierno militar en Chile, se distinguía como importante economista del régimen militar naciente y algún tiempo después como asesor económico de la DINA.
El presidente electo, José Antonio Kast, hijo menor del exmiembro de las SS, mantiene una profunda lealtad con el actual ideario ultraderechista a nivel mundial. Son conocidas sus definiciones misóginas, la aceptación de la desigualdad entre los individuos como una condición inherente a la condición humana, la fijación patológica con los emigrantes, sus inclinaciones autoritarias en la resolución de conflictos y su adhesión a la dictadura militar chilena.
Como si en una figura política se expresara una saga familiar que consiguió mantener en el tiempo un sistema valórico premoderno y también el deseo íntimo de restaurar los fundamentos de un reino que debía durar mil años y que terminó de derrumbarse estrepitosamente hace exactamente 80 años.