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Después de Kast: Reconstruir la socialdemocracia o desaparecer
Foto: Agencia Uno

Después de Kast: Reconstruir la socialdemocracia o desaparecer

Por: Laura Méndez Pinto | 18.12.2025
Con este escenario, el Partido por la Democracia enfrenta, quizás, el desafío más grande desde su fundación, dejar atrás el rol de administrador del orden transicional y convertirse en un actor relevante de un nuevo ciclo político. No se trata de resistir desde la trinchera moral ni de esperar pasivamente el desgaste del gobierno. Se trata de construir una alternativa real, responsable, moderna y profundamente democrática.

El triunfo de José Antonio Kast marca algo más profundo que un simple vuelco electoral; revela una fractura estructural en la centroizquierda chilena y desnuda, sin anestesia, su incapacidad para interpretar el malestar social acumulado de la última década.

Mientras la derecha construyó un relato de orden, protección y eficacia (aunque fuese conservador y simplificado), la socialdemocracia quedó atrapada entre la administración burocrática del Estado y la nostalgia de un ciclo político ya agotado.

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El resultado es claro, el país no se desplazó masivamente hacia un ideario autoritario, sino hacia quien ofreció respuestas directas y materiales frente a la inseguridad, el desorden cotidiano y la percepción de un Estado que promete más de lo que cumple.

Ese vacío lo dejó la propia centroizquierda, y particularmente el Socialismo Democrático, que durante años gestionó, pero dejó de representar; habló desde el tecnocratismo, pero olvidó hablar desde y para el pueblo.

Desde una lectura marxista, no basta con diagnosticar un problema de comunicación o liderazgo, debemos mirar de frente las condiciones materiales que incubaron este giro. La inseguridad creciente, la precarización del trabajo, la expansión de economías ilegales en los barrios populares y la erosión de los servicios públicos crearon una demanda social concreta por orden y certezas. La derecha supo ocupar ese espacio.

La socialdemocracia, en cambio, se refugió en discursos abstractos, incapaz de combinar justicia social con seguridad efectiva, y renunció a disputar el sentido común que hoy hegemoniza la derecha.

Por eso, el desafío del PPD no puede limitarse a reorganizar sus equipos o renovar vocerías. Se trata de reconstruir proyecto, identidad y propósito. De reconocer que la seguridad no es una bandera de la derecha, sino un derecho social; que el Estado social no puede sustentarse en improvisaciones fiscales ni en una burocracia ineficiente.

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Que el crecimiento económico es condición indispensable para la igualdad material. La socialdemocracia debe elaborar una propuesta que vincule inversión, modernización, derechos sociales robustos y un Estado que funcione de manera real y verificable, no sólo discursiva.

El paso a la oposición, lejos de ser un castigo, puede transformarse en una oportunidad histórica. Es el momento para reinsertarse en los territorios, recuperar la relación con las clases medias y trabajadoras, escuchar más de lo que se prescribe, abandonar viejos dogmas y leer el siglo XXI sin el filtro del siglo XX.

Hoy, la izquierda debe comprender algo que el marxismo crítico señaló hace décadas, los proyectos no fracasan por ideas, sino por su incapacidad de traducirse en organización, correlaciones de fuerza y propuestas que respondan a la vida cotidiana de la gente.

Con este escenario, el Partido por la Democracia enfrenta, quizás, el desafío más grande desde su fundación, dejar atrás el rol de administrador del orden transicional y convertirse en un actor relevante de un nuevo ciclo político. No se trata de resistir desde la trinchera moral ni de esperar pasivamente el desgaste del gobierno. Se trata de construir una alternativa real, responsable, moderna y profundamente democrática.

Si la socialdemocracia quiere volver a gobernar, debe cambiar tanto como Chile ya cambió. El país inició un nuevo ciclo. La izquierda con sus matices, si aspira a futuro, debe hacerlo también.

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