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Sobre la necesidad de pensar la historia de la derecha chilena
Foto: Agencia Uno

Sobre la necesidad de pensar la historia de la derecha chilena

Por: Ignacio Martínez Morales | 17.12.2025
No se trata de deslegitimar una opción política ni de reabrir disputas morales estériles. Se trata de advertir que una derecha que accede al poder sin una reflexión acabada sobre sus derivas autoritarias pone en riesgo la integridad de la república. La liviandad histórica y la arrogancia frente al pasado no son virtudes del gobierno democrático. Pensar la historia de la derecha chilena no es un gesto ideológico: es una exigencia mínima de responsabilidad republicana.

El triunfo de Kast impone un deber de pensar la historia de la derecha chilena como tarea de interés nacional. Izquierda y derecha no son esencias sustantivas, sino categorías relacionales, que sólo adquieren sentido histórico en un campo político determinado.

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En Chile, la derecha no se explica por sí sola: su forma histórica está estructuralmente ligada al proceso de constitución de la izquierda. Hay un ciclo político que se remonta a las matanzas de la primera década del siglo XX y que culmina con el triunfo y caída de Allende en los años de la Unidad Popular. Es en dicho proceso que izquierda y derecha adquieren realidad histórica.

Ese campo político no se estructuró únicamente a partir de conflictos sociales “desde abajo”, sino también mediante tensiones profundas al interior de las élites. La historia política chilena muestra con bastante claridad que, en momentos de crisis, la dificultad de los grupos dominantes para procesar sus disputas internas ha tendido a resolverse recurriendo a salidas de autoridad personalista. No se trata de una anomalía ni de una desviación excepcional, sino de un patrón históricamente reconocible.

Esta dinámica fue diagnosticada en el siglo XX por Alberto Edwards en La fronda aristocrática en Chile. Edwards observó que la oligarquía chilena, fragmentada y carente de un principio interno de cohesión, tendía a externalizar sus conflictos mediante el fortalecimiento del poder ejecutivo y el recurso a figuras de autoridad capaces de imponer orden allí donde el consenso oligárquico se había roto. Más allá de sus límites interpretativos, esa intuición sigue siendo relevante para comprender las derivas autoritarias de la derecha chilena en contextos de incertidumbre.

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Pensar históricamente la derecha implica, entonces, asumir que el autoritarismo no ha sido un accidente ajeno a su tradición, sino una posibilidad inscrita en su trayectoria. Del mismo modo que la izquierda ha debido reflexionar críticamente sobre sus propias tendencias totalitarias, la derecha no puede eximirse de una revisión rigurosa de sus demonios. La ética republicana no consiste en administrar el poder con eficiencia, sino en hacerse cargo de la historia que se representa cuando se lo ejerce.

En Chile hubo terrorismo de Estado, además de represión sistemática y sostenida. Hubo violaciones graves y perturbadoras a los derechos humanos. Ese pasado no es opinable ni relativo, y constituye un límite histórico que toda derecha democrática debiera asumir sin ambigüedades. Por primera vez en la historia del país, y con la mayoría electoral más amplia registrada, se ha elegido presidente a un pinochetista explícito, partícipe de la campaña del Sí en 1988. Ese hecho, por sí solo, constituye un hito que exige ser pensado con la gravedad que corresponde.

No se trata de deslegitimar una opción política ni de reabrir disputas morales estériles. Se trata de advertir que una derecha que accede al poder sin una reflexión acabada sobre sus derivas autoritarias pone en riesgo la integridad de la república. La liviandad histórica y la arrogancia frente al pasado no son virtudes del gobierno democrático. Pensar la historia de la derecha chilena no es un gesto ideológico: es una exigencia mínima de responsabilidad republicana.

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