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Mujeres, economías invisibles y el legado incómodo de la COP30
Foto: Wikimedia Commons

Mujeres, economías invisibles y el legado incómodo de la COP30

Por: Stella Moisan Rodríguez | 15.12.2025
En América Latina, la crisis climática se cruza con desigualdades históricas que recaen con especial fuerza sobre mujeres y economías locales. Tras la COP30, se vuelve evidente que la transición ecológica no es solo ambiental: es económica, social y política. La pregunta no es solo quién participa, sino quién soporta silenciosamente los costos del cambio.

Estar en Belém me dejó una sensación incómoda: llegamos tarde. Entre negociaciones tensas y promesas de financiamiento, el territorio recordaba que el cambio climático no ocurre en la abstracción. Se manifiesta en vidas concretas, en hogares que ya operan con fracturas estructurales.

En esa materialidad desigual, las mujeres absorben impactos persistentes porque sostienen cuidados, abastecimiento, salud comunitaria, producción de alimentos y microeconomías que equilibran ingresos donde la formalidad no alcanza.

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La CEPAL lo evidencia: la crisis climática es una crisis de organización económica. Cuando se altera el precio de la energía, cuando la sequía tensiona el empleo agrícola, cuando la salud comunitaria se vuelve más frágil, el tejido doméstico es el primero en resentirse. Y en ese tejido el trabajo invisible de millones de mujeres sostiene la continuidad de territorios vulnerables.

Aun así, el debate público posterior a la COP continúa orbitando en mercados de carbono, financiamiento y regulación. Relevantes, sin duda, pero insuficientes para comprender el costo real de la transición climática. La desigualdad -esa arquitectura silenciosa que moldea la vida económica- se intensifica con la transición energética.

Pueden crearse empleos verdes, pero también desaparecer sectores feminizados y precarios. Puede mejorar la infraestructura, pero también encarecer barrios que expulsan a quienes los habitan. Puede estimular innovación, pero sin redistribución profundiza brechas que la crisis climática acelera.

Quienes participamos en la COP30 lo planteamos allí: sin perspectiva de género, la transición no es justa. La política climática es política económica. Los incentivos verdes deben preguntarse a quién benefician y a quién dejan fuera. La adaptación no es solo infraestructura, es aliviar la carga de cuidados que limita la autonomía económica de las mujeres. Y la resiliencia territorial exige capacidades locales, no solo acuerdos multilaterales.

Lo singular de este momento es que conviven dos fuerzas simultáneas. El vértigo de un planeta que se recalienta y la lucidez de comunidades -muchas lideradas por mujeres- que reinventan prácticas y oficios para sostener la vida. Agricultoras que ajustan riego, cuidadoras que sostienen salud vecinal, emprendedoras que reconfiguran cadenas de valor. Allí ocurre la transición productiva real: en lo cotidiano.

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La justicia climática comienza en la economía doméstica. Reconoce a las mujeres no solo como afectadas, sino como actoras clave de cualquier estrategia de desarrollo resiliente. Evita que los costos recaigan en hogares vulnerables y asume que toda política climática tiene consecuencias distributivas.

Desde allí es que diálogos como el “Aterrizaje del Plan de Acción de Género de Belém” son clave, y permiten reconocer en este instrumento uno de los avances más sustantivos de la COP30. Celebrar su adopción porque mantiene la agenda de género en el corazón de la gobernanza climática global y, con ello, muestra su alcance: una arquitectura que integra salud, trabajo decente, defensa ambiental y cuidados como un mismo problema económico y social. Incorpora voces indígenas, rurales y afrodescendientes, proponiendo principios de gobernanza y financiamiento capaces de corregir la asimetría con que la crisis se distribuye.

Y es que observar esta multiculturalidad en esta COP, que nunca antes se había visto, -culturas, territorios, lenguajes, comunidades nativas, pueblos indígenas de América, África, Asia y el Ártico- convergiendo en un esfuerzo común, nos recuerda que la cooperación solo adquiere sentido cuando reconoce la diversidad que busca proteger. Belém recordó que la cooperación solo tiene sentido cuando reconoce la diversidad que busca proteger

Su impacto, sin embargo, dependerá de la implementación. Lo que transforma la vida es su escala concreta: el agua que deja de correr, el precio del pan, el calor que altera jornadas laborales, la incertidumbre que crece en zonas rurales. La transición se juega en la capacidad de articular equidad, producción y cuidado.

Ese es el legado incómodo de la COP30: cualquier ruta ecológica que ignore la desigualdad de género perpetuará las condiciones que nos trajeron hasta aquí. Lo que está en juego es la estructura misma de cómo vivimos, trabajamos y sostenemos el mundo en común.

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