La defensa del orden moral: Ultraderecha y ofensiva antigénero en Chile
En tiempos donde las nuevas derechas avanzan de la mano del neoconservadurismo, la libertad y la moral se han convertido en armas políticas. A escala global y local, asistimos a la legitimación de fuerzas antidemocráticas, junto a la irrupción de proyectos autoritarios propios de un nacionalismo blanco.
En palabras de Wendy Brown, la ultraderecha articula elementos del neoliberalismo con una autopercepción de superioridad moral. Se trata de una configuración distinta a los autoritarismos, fascismos y conservadurismos de otros tiempos: las nociones neoliberales de libertad legitiman a la derecha dura, mientras que ésta invoca la libertad y la moral para justificar exclusiones y violencias contra todo aquello percibido como amenaza a su hegemonía.
En este escenario, las nuevas derechas, representadas hoy en Chile por el candidato presidencial José Antonio Kast, han instalado a la familia, la nación y la propiedad como elementos centrales que hay que salvaguardar y defender, mientras los feminismos y las llamadas “ideología de género” se han construido como la principal amenaza de un supuesto orden social natural.
La estrategia es evidente: la construcción de un pánico social ante una supuesta crisis, el “Chile se cae a pedazos”, la nación es un hogar en peligro que necesita a un salvador. Esto se reflejó en el último debate presidencial, donde Kast no tuvo problema con afirmar sentencias absolutamente falsas, entre ellas que en Chile “hay 1 millón 200 mil personas que mueren asesinadas al año”, cuando en realidad la cifra es el 0,1% según lo reportado por el Centro para la Prevención de Homicidios y Delitos Violentos; o que la Ley Integral Contra la Violencia hacia las Mujeres tuvo como resultado un aumento de los femicidios, cuando lo cierto es que las cifras desde entonces han disminuido (Servicio Nacional de la Mujer).
Acá no hablamos solo de discursos, sino de la producción de realidades concretas que movilizan un miedo instrumentalizado por las nuevas derechas. ¿Cuáles son estos discursos antigénero construidos por la avanzada neoconservadora -hoy reciclada por Kast- y cuál es su impacto?, ¿qué realidades producen, qué violencias legitiman, qué vidas buscan administrar, qué jerarquías buscan restaurar?
La familia heteronormada como nuevo sujeto político
En tiempos de auge neoconservador, la familia heteronormada vuelve a ser presentada como un refugio moral capaz de ordenar y salvar un mundo que se presenta en crisis. Esta familia -que los líderes de las nuevas o extremas derechas instalan como horizonte y estándar del bien- no es cualquiera. Es la familia conformada por un hombre y una mujer, padre y madre, hijos “propios”, reproducción y sexualidad clausurada. En palabras de la esposa de Kast, María Pía Adriasola: “el sexo es seguro cuando no se ejerce”.
Ya en la elección presidencial pasada, el candidato proponía un bono para mujeres casadas, un incentivo económico que convertía el matrimonio heterosexual en una especie de mérito ciudadano. Hoy pareciera retomar esa línea bajo la forma del bono por hijo, desplazando -una vez más- la responsabilidad del cuidado y la reproducción hacia las mujeres. Con esto, la idea de que las mujeres deben sostener el país -emocional, reproductiva y económicamente- persiste como núcleo duro del proyecto neoconservador.
Pero no es solo una defensa de la moral bajo formas inocuas de conservadurismo. En palabras de la investigadora Gisela Zaremberg, estamos más bien presenciando la construcción de la familia como un nuevo sujeto político, con profundos impactos en nuestra sociedad: lo que erige es una defensa de fundamentalismos religiosos y políticos. El recurso discursivo del orden biológico, presuntamente científico y natural, son cierres epistémicos que buscan instalar como amenaza, todo aquello que escapa de las construcciones binarias del género.
Esto trae asociada la esencialización del ser mujer, en donde lo único válido es la demanda de la heteronorma. La mujer existe para ser madre, esposa y asumir la explotación instalada por la división sexual del trabajo. Una maqueta sostenida por slogans religiosos, donde impacta el volver a escuchar debates que ocuparon la agenda décadas atrás. Uno de ellos es la discusión en torno al uso de la píldora del día después, que tuvo de peor enemigo a la iglesia al cuestionar su carácter abortivo, lo cual –por cierto- está comprobado científicamente que no es así.
Nos impresiona que este candidato y su sector político hablan de defender la vida, pero quieren penalizar a una niña que aborta luego de ser violada. ¿Su justificación? En palabras de Kast: “el aborto en tres causales, lo cambiaría en materia de violación porque no se están denunciando los violadores”.
La legitimación de la otredad como amenaza
Así mismo, en esta “restauración del orden moral”, todo lo que escapa a la hegemonía blanca, masculina y cristiana es construido como una otredad amenazante. Tal es el caso de la agenda global antigénero, cuya insignia es el rechazo de la Educación Sexual Integral bajo el mantra “con mis niños no te metas”. Una estrategia clásica del neoconservadurismo: asociar educación sexual con peligro; autonomía de los cuerpos jóvenes con perversión; derechos sexuales y reproductivos, con amenaza al orden natural biológico.
En esta misma línea, mientras Kast se declara pro familia y pro vida, propone en su programa medidas que afectan justamente a aquellas vidas que no encajan en estos moldes: personas migrantes, racializadas, madres que maternan solas, hogares disidentes, parejas sin “la bendición institucional”, corporalidades que viven el género lejos de la imposición binaria. La contradicción parece no importarle, porque el objetivo no es proteger vidas, sino resguardar una figura moralizada y útil para “ordenar y castigar”.
Así, todo lo que destituye el “orden natural” -lo queer, lo migrante, lo trans, lo diverso- es desestimado y violentado, además de ser configurado como productor de inseguridad y desorden. Esta construcción no es algo nuevo, pero sí lo es su legitimación. Sara Ahmed habla de cómo ciertos cuerpos se vuelven “desorientaciones”: cuerpos que arruinan la narrativa confortable de quienes insisten en líneas rectas, en un único camino hacia lo correcto y lo legítimo.
Las nuevas derechas buscan corregir esa “desorientación” mediante una cartografía rígida: aquí lo normal, allá lo desviado o aquí la familia, allá la amenaza. Aparecen así múltiples discursos de odio, amparados en la defensa de la libertad de expresión.
Lo que está en juego: la disputa por la vida en tiempos de pánico social
Hoy asistimos a una peligrosa instrumentalización del malestar social por parte de los liderazgos de ultraderecha, sostenida sobre la premisa falaz de un “Chile que se cae a pedazos”. La campaña de Kast no se basa en un horizonte programático real, se funda más bien en un repertorio calculado del “depende” y en la producción del pánico social y la movilización de una política del miedo.
Mientras, estos mismos líderes se erigen como salvadores de la nación, capaces de restaurar un supuesto orden perdido; uno que responde a una supremacía racial, masculina, heteronormada; a la familia tradicional y “bien constituida”; a los roles binarios de género. Una escena que remite a aquella sentencia de Margaret Thatcher: “no existe tal cosa como la sociedad (...) solo individuos y sus familias”.
La pregunta, entonces, no es únicamente qué tipo de país buscan moldear las derechas neoconservadoras, sino qué vidas están dispuestas a sacrificar para sostener su ficción de orden moral. Si renunciamos a disputar el Estado, ¿en manos de quién lo estamos dejando?, ¿qué realidades permitimos que se produzcan?, ¿qué violencias históricas dejamos reaparecer?
Una tarea urgente es disputar el sujeto político de familia heteronormada, es decir, desprivatizar la vida cotidiana, legitimar las comunidades de cuidado y las distintas redes de sostén e interdependencia, sin que el molde de familia determine quiénes merecen protección o derechos y quiénes no.
Con ello, queremos enfatizar que lo que está en juego en estas elecciones presidenciales no es solo un momento electoral, sino el despojo de derechos y la profundización de las jerarquías y violencias que han organizado nuestra vida social. El miedo no puede ser nuestra brújula política, ni la ficción de un orden moral puede seguir justificando los discursos de odio y sus consecuencias que incluso pueden traducirse en muertes.
Este horizonte exige una tarea colectiva y urgente: sostener la disputa por lo común e impedir el ascenso de proyectos autoritarios sustentados en imaginarios de un nacionalismo blanco. Ceder este terreno, significa permitir que se desplace peligrosamente la frontera de lo que aún podemos reconocer como democracia.