Javier Ibacache: "El espectador actual es más volátil, más crítico y espera mayor participación"
En Isla Negra, luego de dos sesiones de su Escuela de Espectadores en el marco del Festival de Teatro de Isla Negra (Festine), Javier Ibacache conversa con El Desconcierto sobre el nuevo espectador y sus exigencias. El gestor cultural, crítico y programador de artes escénicas —actualmente presidente del directorio del Centro Cultural La Moneda y director de Programación de CEINA— describe los cambios. La pandemia, la algoritmización de la mirada, la concentración del ecosistema cultural en redes privadas. Todo ha cambiado la forma en que las personas se relacionan con la cultura. Y las organizaciones, dice, todavía no terminan de comprenderlo.
Un espectador que ya no es el mismo
-A la luz de tu trabajo con espectadores en diferentes regiones de Chile, ¿cómo se ha transformado ese espectador más tradicional hacia uno que coprograma, co-crea? ¿Cómo ha sido esa transformación post-pandemia?
Hay bastante evidencia de que en los últimos años se ha producido una transformación en las prácticas culturales. Tiene que ver con la pandemia, sí, pero también con el acceso más transversal a contenidos digitales. Eso se traduce en un público menos predispuesto a experiencias convencionales. Un público que busca experiencias nuevas, más volátil en sus compromisos con las organizaciones culturales y que responde más a la lógica del streaming.
Eso fuerza a revisar cómo trabajar con el espectador. El espectador actual es más volátil, más crítico porque tiene más información y espera mayor participación. El hecho de que los contenidos digitales lo habitúen a tener control sobre el contenido —pausarlo, seguirlo en otras plataformas— también modela sus hábitos.
En las décadas de los 20 actuales ha surgido un espectador distinto. Y parece ser más efectivo proponer espacios de involucramiento: codiseño de proyectos, coprogramación, colaboración. Va de la mano con la revaloración de la idea de comunidad. Somos parte de algo mayor. Compartimos un interés común. Nos sentimos reconocidos. Ese trasfondo fortalece la búsqueda de proyectos colaborativos.
-Esto rompe con esa idea de público siglo XX más pasivo. Aparece un deseo de comunidad. ¿Qué experiencias nuevas trae esto para las organizaciones?
Las organizaciones en Chile están desafiadas todavía por el estado post-pandémico. Vivimos primero un efecto de rebote. No solo en Chile, sino en muchos centros urbanos del mundo. Hubo mayor interés por volcarse a lo presencial: salir de noche, ir a espectáculos. Las cifras de 2023 muestran que fue el año del rebote. Con un dejo para 2024. Probablemente hoy estamos enfrentando la realidad. Ese año ya terminó.
En Chile, la música popular es un testimonio de ese efecto de rebote. Se recuperó de manera importante. Se batieron récords de asistencia en festivales. Las demás artes presenciales también han tenido buenos momentos. La encuesta de participación es bastante optimista.
Pero este escenario desafía a las organizaciones a preguntarse cómo trabajan con sus públicos. Ni siquiera si tienen un plan o estrategia. Sino cómo trabajan con ellos. Pienso que todavía prima un cierto conservadurismo. Una tendencia a dar por hecho que el espectador está allí. Que los públicos están allí.
-Y una idea jerárquica de programación...
El mayor desafío es cómo lograr que la programación sea porosa a lo que ocurre alrededor. Es un desafío permanente. Pero esto hace más evidente esa necesidad. Y es un gran desafío para las organizaciones, porque no están tan habituadas a hacer procesos participativos. Es más corriente que declaren hacerlo a que efectivamente ocurra.
Tiendo a ser optimista. Veo casos que se han sostenido en el tiempo. Que han logrado insertarse. Validarse. Me da la impresión que en estos años, junto con la recuperación post-pandémica, hay también una validación de esas iniciativas.
"Preguntarse por la mirada del espectador me parece más pertinente"
Un ejemplo del trabajo de Ibacache es la Escuela de Espectadores del Teatro Municipal de Ovalle. Más allá de especialistas hablando del proceso creativo frente a una audiencia y análisis de montajes más tradicionales, se invierte la mirada y se realizan recorridos por la ciudad y parajes cercanos. Ejercicios de percepción sobre la luz local, la geografía, el ritmo de vida. "Me incliné por preguntarme por el imaginario situado", explica. "Cuáles son las particularidades que modelan la mirada de los espectadores en un contexto determinado". En un momento en que la visión del espectador está siendo domesticada por sistemas de inteligencia artificial, "preguntarse por la mirada del espectador me parece más pertinente".
-¿Cómo ha sido tu trabajo en el Teatro Municipal de Ovalle?
Cuando volvimos con la Escuela de Espectadores después de la pandemia, evité seguir con la fórmula más corriente: especialistas que se reúnen con compañías a hablar frente a una audiencia sobre el proceso creativo. Es un modelo muy extendido. Probablemente el más asociado con la idea de una Escuela de Espectadores.
Me incliné por preguntarme por el imaginario situado. Cuáles son las particularidades que modelan la mirada de los espectadores en un contexto determinado. Por eso la Escuela de Espectadores del Teatro Municipal de Ovalle se basa en ejercicios de percepción. Recorridos por la ciudad. Recorridos por parajes cercanos. Para que quienes participan se pregunten por el valor que eso tiene en modelar su mirada. Preguntarse por la luz local. Por la geografía. Por el ritmo de vida.
Eso te saca de la pregunta clásica —desmontar o analizar una creación— y te centra en la mirada del espectador. Ahí hay mucho por investigar. La experiencia que llevamos —ya son tres o cuatro ediciones— da resultado. Se genera una conversación distinta. Se redescubre el presente, la contemplación, las particularidades del entorno.
-¿Cómo esa experiencia algorítmica está moldeando a los nuevos espectadores?
Exacto. La participación cultural presencial tiene como mayor desafío la algoritmización de toda experiencia estética. En un momento en que todo parece resuelto, la respuesta automática y la generación automática de imágenes parece satisfacer tu deseo. Preguntarse por la mirada del espectador me parece más pertinente. Preguntarse por la densidad de las imágenes. La profundidad que pueden tener. Las capas que están vinculándose con el contexto.
Todas las iniciativas que busquen recuperar para los públicos la capacidad de mirar desde su historia, desde su biografía, desde su memoria, son un contrapunto a esa tendencia. Es sintonizar con estos preceptos que plantean que la herramienta frente a la inteligencia artificial generativa es el pensamiento crítico. Pero en este campo no es suficiente declararlo. Se necesitan ejercicios más concretos.
-¿Cómo funciona aquello?
Es una hipótesis que hemos ido testeando. Cuando se generan comunidades de personas que se detienen a pensar la mirada, pasan cosas a su alrededor. Algo parecido ocurre en Quilicura con el Comité de Programación Ciudadana que he acompañado. Personas adultas viven una experiencia inédita de asistir durante 8, 10 meses, semanalmente al teatro. ¿Cómo irrumpe esa experiencia estética en sus vidas? ¿Cómo cambia eso en su entorno? En este ejercicio donde los vecinos conforman un comité de programación, eso modifica la vida de las personas.
Hay evidencia concreta de que no es suficiente declararlo. Es importante que las organizaciones se comprometan a explorar. A probar. Cada organización tiene que encontrar la manera de lograr ese vínculo movilizador con sus públicos.
"La conversación ha quedado en Instagram sin ningún cuestionamiento"
En pandemia, las organizaciones culturales protagonizaron una migración masiva y silenciosa: abandonaron la mayoría de sus redes sociales y se concentraron en Instagram. Hoy, el medio natural de la actualidad cultural es esa plataforma. "Se asume sin profundidad crítica, sin ningún cuestionamiento", dice Ibacache. El problema no es solo la concentración. Es que al privilegiar Instagram, las organizaciones dejaron atrás a públicos enteros —las personas mayores en Facebook, las audiencias jóvenes en TikTok— y luego se sorprenden cuando esos públicos parecen ajenos a la cultura. "No estoy seguro que al ecosistema cultural le importe haber abandonado a sus públicos", remata.
-Hablemos de estos nuevos influencers culturales que median el gusto de las personas. ¿Cómo los ves?
Como contrapunto a lo presencial está la vida digital. Y ha consolidado un ecosistema de voces que pasan a ser recomendadores. Podríamos alegrarnos: hay una mayor heterogeneidad, una democratización. Pero me pregunto si dentro de esa heterogeneidad también hay una perpetuación de los modelos algorítmicos. Porque toda esta conversación no se da en un espacio común ni público. Se da en espacios privados gestionados por corporaciones bastante opacas.
Instagram, YouTube, TikTok tienen cláusulas, protocolos. Son espacios privados. Y se tiende a olvidar eso. En pandemia hubo una migración masiva. Las organizaciones culturales abandonaron sus redes y se concentraron en Instagram. Esa migración me parece preocupante. La conversación digital más significativa ha quedado en una sola plataforma. Sabemos quién es su dueño. Sabemos cuál es su política. Pero se renuncia a un espacio común. Tengo que abrir una cuenta, dar mis datos. Eso tiene monetización. No son espacios neutros. Y no estoy seguro que al ecosistema cultural le importe.
-Un teatro cuyo público tiene 60 años debería estar en Facebook, no en Instagram...
Debería al menos preguntarse dónde están esos públicos. Lo digo a partir de experiencias concretas: esos públicos siguen organizándose, valorando contenidos que circulan por esos canales. Cuando privilegias Instagram y quedas ciego frente a Facebook o TikTok, estás perdiendo la posibilidad de diálogo. De comprender lo que está pasando con tus públicos. Y luego te sorprendes porque pasan cosas que no estaban en tu horizonte.
-¿No es problemático que estos influencers vengan solo como "recomendador" sin la profundidad de un crítico tradicional?
El influencer recibe una gratificación por el estilo de vida que pone en vitrina. Quienes lo siguen anhelan ese estilo de vida. En esa lógica hay un refuerzo a partir de los consumos culturales: ir a un libro, ver una película, hablar de una serie. Volvemos a la conversación sobre el modelamiento del consumo cultural más que de la participación. Los influencers son recomendadores de consumos en función de su estilo de vida.
Crítica en retirada
-¿Dónde está la crítica hoy, más allá de los espacios tradicionales de medios de comunicación?
La crítica, desde que se masifican las redes sociales, pierde su estatus de discurso privilegiado. De discurso articulado. Las redes sociales masifican el acceso a que circulen discursos. Y en esa diversidad la legitimación se va disolviendo. La crítica tiene un problema de adaptación a ese ecosistema. No sé si le interesa adaptarse.