José Antonio Kast: El espejismo peligroso del populismo sin sustancia
En tiempos de fragilidad democrática, hay figuras que no solo representan una opción política, sino un síntoma. José Antonio Kast es uno de ellos. No porque proponga un proyecto ideológico novedoso, ni porque encarne una visión particularmente profunda del país, sino justamente por lo contrario: porque su figura se sostiene en una peligrosa combinación de simplificación extrema, oportunismo emocional y una relación elástica (demasiado blanda) con los hechos.
Kast ha logrado convertirse en un personaje central del debate no gracias a ideas complejas, sino a una estrategia básica: transformar cada conflicto, cada malestar, cada duda en una batalla moral entre “los chilenos de bien” y un supuesto enemigo interno que cambia según convenga, ya sean inmigrantes, feministas, la izquierda completa o cualquier otro grupo útil para encender emociones. Su política no es un programa: es una pulsión.
Lo inquietante es que su estilo busca instalar certezas en un terreno donde debería haber preguntas. Kast no invita a pensar; invita a reaccionar. Su campaña no construye argumentos; construye antagonistas. Y cuando la evidencia lo incomoda, simplemente se la salta, la reinterpreta o la niega. Es un método: un populismo que nunca debe demostrar nada porque ya decidió que lo único importante es el relato.
Tomemos su reciente paso por la feria Franklin, símbolo perfecto de su manera de operar. Los registros públicos muestran abucheos, reclamos, tensión evidente. Sin embargo, Kast -con una naturalidad que sorprende incluso a quienes están habituados a su manejo discursivo- aseguró que aquello había sido “cariño” y que él “siempre comparte con la gente” en esos espacios.
Ese giro narrativo, en apariencia trivial, es en realidad profundamente revelador: cuando un político convierte una manifestación incómoda en una escena de afecto, no está interpretando la realidad… la está rehaciendo a su conveniencia. Y un dirigente que manipula así un episodio tan visible, ¿cómo actuará frente a los temas realmente complejos, aquellos que requieren honestidad y transparencia?
Pero el oportunismo de Kast no se limita a reinterpretar imágenes. También se alimenta de su mediocridad política, entendida no como falta de inteligencia, sino como ausencia de rigor. Kast puede hablar durante minutos sobre delincuencia, inmigración o “ideología de género”, pero rara vez ofrece políticas públicas detalladas, evaluables o económicamente consistentes, aún no sabe explicar sus 6000 millones de reducción del gasto fiscal. Prefiere la consigna, la emoción, la sospecha. Reconoce al público no como ciudadanos capaces de deliberar, sino como una masa ansiosa de certezas simples. Y en ese terreno, donde todo se vuelve emocional, cualquier matiz se vuelve un estorbo.
El peligro no es solo su discurso, sino lo que normaliza. Cuando Kast instala que los hechos son secundarios frente a la narrativa, se abre la puerta a una política donde la verdad importa menos que la conveniencia. Cuando insiste en que los problemas del país se explican por enemigos imaginarios, desplaza las discusiones estructurales -vivienda, abusos del mercado, desigualdad, educación- hacia el terreno del ruido y la irrelevancia. Y cuando convierte cada tensión en una épica personal, reduce a Chile a un escenario para sus gestos.
El populismo de Kast prospera porque promete una sensación de orden emocional en un país que aún no encuentra un rumbo claro. Pero esa promesa es un espejismo. Su proyecto carece de profundidad, de sustancia y de responsabilidad. Es una política que no mira el largo plazo, que no construye Estado, que no protege instituciones: solo moviliza frustraciones. Y un país no puede sostenerse sobre el combustible de la frustración sin terminar pagando costos altos.
Es urgente decirlo con claridad: creerle a líderes que basan su proyecto en sospechas, simplificaciones y relatos autocomplacientes es entregarles un poder que no sabrán, ni querrán, administrar con responsabilidad. Kast no representa un camino para Chile, sino una fuga emocional para quienes buscan respuestas rápidas. Y ninguna nación que aspire a algo más que sobrevivir puede permitirse entregar su futuro a un político que confunde convicción con obstinación y realidad con guión.
En un momento en que se necesita rigor, Chile no puede conformarse con humo. Y Kast, por más estridencia que logre, no ofrece más que eso: humo y de una hoguera mal oliente.